domingo, 3 de julio de 2022

CAPÍTULO 4 CUÁLES SON LOS INSTRUMENTOS DE LAS BUENAS OBRAS

 

CAPÍTULO 4

CUÁLES SON LOS INSTRUMENTOS DE LAS BUENAS OBRAS

Ante todo, «amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas», 2 y además «al prójimo como a sí mismo». 3Y no matar. 4No cometer adulterio. 5No hurtar. 6No codiciar. 7No levantar falso testimonio, 8Honrar a todos los hombres. 9 y «no hacer a otro lo que uno no desea para sí mismo». 10Negarse sí mismo para seguir a Cristo. 11Castigar el cuerpo. 12No darse a los placeres, 13 amar el ayuno. 14Aliviar a los pobres, 15 vestir al desnudo, 16 visitar a los enfermos, 17 dar sepultura a los muertos, 18 ayudar al atribulado, 19 consolar al afligido. 20Hacerse ajeno a la conducta del mundo, 21 no anteponer nada al amor de Cristo. 22No consumar los impulsos de la ira 23 ni guardar resentimiento alguno. 24No abrigar en el corazón doblez alguna, 25 no dar paz fingida, 26 no cejar en la caridad. 27No jurar, por temor a hacerlo en falso; 28 decir la verdad con el corazón y con los labios. 29No devolver mal por mal, 30 no inferir injuria a otro e incluso sobrellevar con paciencia las que a uno mismo le hagan, 31 amar a los enemigos, 32 no maldecir a los que le maldicen, antes bien bendecirles; 33 soportar la persecución por causa de la justicia. 34No ser orgulloso, 35 ni dado al vino, 36 ni glotón, 37 ni dormilón, 38 ni perezoso, 39 ni murmurador, 40 ni detractor. 41 Poner la esperanza en Dios. 42Cuando se viera en sí mismo algo bueno, atribuirlo a Dios y no a uno mismo; 43 el mal, en cambio, imputárselo a sí mismo, sabiendo que siempre es una obra personal. 44 Temer el día del juicio, 45 sentir terror del infierno, 46 anhelar la vida eterna con toda la codicia espiritual, 47 tener cada día presente ante los ojos a la muerte. 48Vigilar a todas horas la propia conducta, 49 estar cierto de que Dios nos está mirando en todo lugar. 50Cuando sobrevengan al corazón los malos pensamientos, estrellarlos inmediatamente contra Cristo y descubrirlos al anciano espiritual. 51Abstenerse de palabras malas y deshonestas, 52 no ser amigo de hablar mucho, 53 no decir necedades o cosas que exciten la risa, 54 no gustar de reír mucho o estrepitosamente. 55 Escuchar con gusto las lecturas santas, 56 postrarse con frecuencia para orar, 57 confesar cada día a Dios en la oración con lágrimas y gemidos las culpas pasadas, 58 y de esas mismas culpas corregirse en adelante. 59No poner por obra los deseos de la carne, 60 aborrecer la propia voluntad, 61 obedecer en todo los preceptos del abad, aun en el caso de que él obrase de otro modo, lo cual Dios quiera que no suceda, acordándose de aquel precepto del Señor: «Haced todo lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen». 62No desear que le tengan a uno por santo sin serlo, sino llegar a serlo efectivamente, para ser así llamado con verdad. 63 Practicar con los hechos de cada día los preceptos del Señor; 64 amar la castidad, 65 no aborrecer a nadie, 66 no tener celos, 67 no obrar por envidia, 68 no ser pendenciero, 69 evitar toda altivez. 70Venerar a los ancianos, 71 amar a los jóvenes. 72Orar por los enemigos en el amor de Cristo, 73 hacer las paces antes de acabar el día con quien se haya tenido alguna discordia. 74Y jamás desesperar de la misericordia de Dios. 23 75 Estos son los instrumentos del arte espiritual. 76 Si los manejamos incesantemente día y noche y los devolvemos en el día del juicio, recibiremos del Señor la recompensa que tiene prometida: 77 «Ni ojo alguno vio, ni oreja oyó, ni pasó a hombre por pensamiento las cosas que Dios tiene preparadas para aquellos que le aman». 78 Pero el taller donde hemos de trabajar incansablemente en todo esto es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad.

Decía el Papa Benedicto XVI: “San Benito cualifica la Regla como “mínima Regla que hemos redactado como un comienzo” (RB 73,8), pero en realidad, ofrece indicaciones útiles no solo para los monjes sino también para todos los que buscan orientación en su camino hacia Dios. Por su moderación, su humanidad, y su sobrio discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual, ha mantenido su fuerza iluminadora hasta hoy. En la búsqueda del verdadero progreso, escuchamos también hoy la Regla de san Benito como una luz para nuestro camino. El gran monje continúa siendo un verdadero maestro que enseña el arte de vivir el verdadero humanismo” (Audiencia General 9 de Abril de 2008)

Estos mínimos tienen un fundamento espiritual: los grados de la humildad; tienen un marco, que es el recinto del monasterio; una meta, la vida eterna; y unos instrumentos para llegar, como la obediencia, el silencio, la plegaria… Pero no nos podemos conformar y fiarlo todo a la vida eterna. Nuestra vocación, ha de mostrar frutos ya ahora, y este capítulo recoge los mínimos, lo que es esencial a la vida monástica, partiendo del marco general de lo que debe ser la vida cristiana.

En el primer apartado tenemos los dos grandes mandamientos. Sobre quien son los más grandes nos dice el Señor: El primero es: escucha Israel: el Señor es el nuestro Dios, es único. Ama al Señor, tu Dios, con todo el corazón, toda el alma, todo el pensamiento y todas las fuerzas. El segundo es: “ama a los otros como a ti mismo, no hay mandamientos más grandes que estos” (Mc 12,29-31) Por tanto, es lógico que san Benito sitúe estos dos mandamientos en el lugar más destacado. Siguen, a continuación, los puntos principales de los mandamientos de la ley del Señor, para acabar diciendo: ”honra a todos. Lo que no quieres que te hagan a ti no lo hagas a otro” (RB 4,8-9).

Para lograr todo esto, es preciso no dejar dominar al cuerpo, por el deseo propio. San Benito propone negarnos, castigar el cuerpo, no darse a los placeres o amar el ayuno. No se trata de una escenificación, o una postura de cara a la galería, pues vemos que, a continuación, nos habla de practicar las obras de misericordia, como enterrar a los muertos, visitar enfermos, vestir al desnudo… Decía san Bernardo: “no creas que es mucho lo que has logrado, no sea que vomites y pierdas así lo que pensabas poseer, por haber dejado de buscar demasiado pronto” (Sermón 15, Sobre diversos)

El punto final de todo nos lo da san Benito: apartarse de las maneras de hacer del mundo y no anteponer nada al amor de Cristo.

¿Cómo mostrar esto?

Dejando la ira, el resentimiento, el engaño, la paz fingida, la mentira, la venganza, el orgullo, la pereza, la murmuración o la crítica… Si nos domina alguna de estas cosas, si las practicamos, anteponemos nuestro orgullo a Cristo, y vivimos a la manera del mundo. Evidentemente, que somos parte del mundo, pero no venimos al monasterio a llevar una conducta más propia de un adolescente con una actitud burlesca, despreciadora de los demás, sino a seguir a Cristo, y para esto san Benito nos da otras recomendaciones: ver en Dios lo que tenemos de bueno, tener como nuestro el mal que podemos hacer, no olvidar la brevedad de la vida y la posibilidad de nuestra condena.

Nuestra vida es una permanente lucha contra el maligno. Escribe el Papa Francisco:

"La vida cristiana es un combate permanente. Se requiere fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las inclinaciones de cada uno:  pereza, lujuria, envidia, celos… Es también una lucha constante contra el diablo, que es el principio del mal. El mismo Jesús celebra nuestras victorias. Se alegraba cuando los discípulos lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del maligno y decía: “Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un relámpago” (Lc 10,18)”  (Exhortación Apostólica Gaudete et exultate)

De aquí que san Benito nos habla de esclafar contra el Cristo los malos pensamientos y confesarlos para ahuyentarlos y vencer así al maligno. A vencerlo nos ayuda el confesarnos y corregirnos, o no querer ser santos antes de serlo, que son otros consejos que nos da san Benito.

Si cada noche tomásemos este capítulo con absoluta sinceridad de corazón y lo repasáramos mirando donde hemos faltado, ninguno saldría indemne. Fallamos muchas veces, san Benito lo sabe bien. Nuestra lucha contra el maligno no acabará sino en la última batalla cuando podamos decir con el Apóstol: “He luchado un buen combate, he acabado la carrera, he conservado la fe” (2Tim 4,7)

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