domingo, 10 de julio de 2022

CAPÍTULO 7,35-43 LA HUMILDAD

CAPÍTULO 7I, 35-43

LA HUMILDAD

35 El cuarto grado de humildad consiste en que el monje se abrace calladamente con la paciencia en su interior en el ejercicio de la obediencia, en las dificultades y en las mayores contrariedades, e incluso ante cualquier clase de injurias que se le infieran, 36 y lo soporte todo sin cansarse ni echarse para atrás, pues ya lo dice la Escritura: «Quien resiste hasta el final se salvará». 37Y también: «Cobre aliento tu corazón y espera con, paciencia al Señor». 38Y cuando quiere mostrarnos cómo el que desea ser fiel debe soportarlo todo por el Señor aun en las adversidades, dice de las personas que saben sufrir: «Por ti estamos a la muerte todo el día, nos tienen por ovejas de matanza». 39Mas con la seguridad que les da la esperanza de la recompensa divina, añaden estas palabras: «Pero todo esto lo superamos de sobra gracias al que nos amó». 40Y en otra parte dice también la Escritura: «¡Oh Dios!; nos pusiste a prueba, nos refinaste en el fuego como refinan la plata, nos empujaste a la trampa, nos echaste a cuestas la tribulación». 41Y para convencernos de que debemos vivir bajo un superior, nos dice: «Nos has puesto hombres que cabalgan encima de nuestras espaldas». 42Además cumplen con su paciencia el precepto del Señor en las contrariedades e injurias, porque, cuando les golpean en una mejilla, presentan también la otra; al que les quita la túnica, le dejan también la capa; si le requieren para andar una milla, le acompañan otras dos; 43 como el apóstol Pablo, soportan la persecución de los falsos hermanos y bendicen a los que les maldicen.

 

“Los grados de humildad a los cuales san Benito reduce toda la espiritualidad de su Regla, muestran una profundización progresiva.

Se trata, en suma, de establecer y mantener en el pensamiento que nuestra vida parte de un error, de una falta” (El sentido de la vida monástica, p. 210, Louis Bouyer)

 

La obediencia es práctica, es un instrumento, no un concepto teórico al que referirse mental o vocalmente. Teorizar sobre ella sería como aquel monje que alaba la plegaria de Maitines, pero apenas participa en ella. La obediencia es un instrumento que nos ayuda cuando aparecen las contradicciones, las dificultades, la injusticia,… y es manifiesta en el ejercicio de otra alta virtud muy amada por san Benito, la paciencia, mediante la cual participamos en los sufrimientos de Cristo.

 

La reacción más habitual y, a la vez, la más natural ante las dificultades y contradicciones es la huida. Nuestra sociedad lo práctica cada vez más; todo dura mientras no surge la dificultad, y ésta no es algo teórico, pues sale al paso cada día. La fidelidad, la perseverancia no son valores en alza en nuestro entorno; y también en la vida monástica estos valores corren el riesgo de ser menos valorados y apartados, como algo que molesta, que impide el ejercicio que impide el ejercicio de nuestra libertad. No es que la dificultades o injusticias sean enormes, más bien, cada vez lo son más; cualquier cosa que contradice nuestra voluntad, nos predispone al desfallecimiento, y nos lleva a una reacción infantil de manifestar nuestro rechazo.

 

¿Qué falla, entonces? La respuesta rápida y fácil, es decir que fallan los otros; no nos atrevemos a decir que somos perfectos, pero esta es la idea que está en el fondo de nuestra autodefensa. Somos maestros para estos argumentos; e incluso para llegar a decir que el mal habita en aquel o en otro hermano. Necesitamos un reconocimiento de nuestra culpa, como nos habla Louis Bouyer; nos falta la confianza en Aquel que nos estima; en Aquel por quien podemos salir vencedores en cualquier dificultad… Si aspiramos a una vida sin dificultades es que no tenemos una idea muy adecuada y realista de la vida, pues la vida es lucha, lucha por mantener la fidelidad, la perseverancia, y esto no está ausente de la vida monástica y comunitaria, ya que ésta es exigente, una vida de compromiso, como supone siempre el compromiso con Cristo, a quien estamos llamados a seguir.

 

No agrada ser probado como la plata al fuego, o cargar con un peso insoportable… Pues todo esto en sí mismo no tiene sentido; lo que da sentido a las dificultades, a las contradicciones, injusticias… es superarlas con la ayuda de Quien nos ama.

 

Escribe san Juan Crisóstomo:

“Lo que debemos repetir nosotros en cualquier contratiempo que tengamos, tanto si se trata de un revés de fortuna o de una enfermedad corporal, o de un ultraje o de cualquier otra desgracia humana es: El Señor había dado, el Señor lo ha vuelto a tomar, sea como le ha parecido al Señor, que el nombre del Señor sea bendito por todos los siglos”  (Hom. sobre el paralítico)

 

Pensemos en lo que nos dice san Benito en los grados de la humildad previos a mantener el temor de Dios no dejándonos dominar por nuestros deseos: obedecer por amor de Dios. Los grados de la humildad no los establece san Benito al azar; tienen un sentido cada uno de ellos, pero sobre todo como camino, como un itinerario espiritual. Y de este modo viene a ser el núcleo espiritual de la Regla.

 

No es fácil presentar la otra mejilla; ni ceder el manto cuando nos han cogido la túnica… Sin el amor de Aquel que tanto nos ama es imposible de vivirlo. Sin embargo, como nuestra vida sin el amor de Cristo pierde todo sentido parea llegar a este amor, necesitamos reconocer nuestra culpa y convertirnos.

 

Escribe san Bernardo:

“¿Me preguntas de que tienes que convertirte? Apártate de tu voluntad” (Sermón 15, De diversos)

 

Para vencer nuestra voluntad no hay otro camino que abrirnos a la voluntad de Dios, y ésta la reconocemos acercándonos a Él mismo. Escribe san Ambrosio:

“Desea a Dios quien repite sus palabras, las medita en su interior. Hablamos siempre de Él. Si hablamos de sabiduría, Él es la sabiduría; si de virtud, Él es la virtud; si de justicia, Él es la justicia; si de paz, Él es la paz; si de verdad, de la vida, de la redención, Él es todo eso” (Coment. Sal 36)

 

Mantenernos firmes, que no desfallezca nuestro corazón, aguantar en el Señor, bendecir a quienes nos maldicen, son muestras, evidencias, de que vamos por buen camino; no somos perfectos, pero al menos reconocemos la falta, intentamos acercarnos a Aquel que nos ama. De otra manera aferrados a nuestra voluntad, no hacemos sino alejarnos del objetivo de nuestra vida, porque si morimos cada día es para acercarnos más y más a la recompensa divina, no perdiendo la esperanza.

 

Con este cuarto grado acaban los grados, podríamos decir preparatorios. A partir del cinco grado comienza el ascenso fundamental en cosas concretas. Pero sin estos primeros cuatro  grados es inútil intentar de subir el resto, pues nos desequilibraríamos, y, como escribe L. Bouyer, “el equilibrio que busca el monje es el equilibrio escatológico de la resurrección, único camino para alcanzarla, teniendo como referencia siempre la cruz, pues cualquier otro equilibrio es quimérico. (cfr El sentido de la vida monástica, p.213)


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