domingo, 28 de agosto de 2022

CAPÍTULO 48, 1-9 EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA

 

CAPÍTULO 48, 1-9

EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA

La ociosidad es enemiga del alma; por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y a otras, en la lectura divina. 2 En consecuencia, pensamos que estas dos ocupaciones pueden ordenarse de la siguiente manera: 3 desde Pascua hasta las calendas de octubre, al salir del oficio de prima trabajarán por la mañana en lo que sea necesario hasta la hora cuarta. 4 Desde la hora cuarta hasta el oficio de sexta se dedicarán a la lectura. 5 Después de sexta, al levantarse de la mesa, descansarán en sus lechos con un silencio absoluto, o, si alguien desea leer particularmente, hágalo para sí solo, de manera que no moleste. 6 Nona se celebrará más temprano, mediada la hora octava, para que vuelvan a trabajar hasta vísperas en lo que sea menester. 7 Si las circunstancias del lugar o la pobreza exigen que ellos mismos tengan que trabajar en la recolección, que no se disgusten, 8 porque precisamente así son verdaderos monjes cuando viven del trabajo de sus propias manos, como nuestros Padres y los apóstoles. 9 Pero, pensando en los más débiles, hágase todo con moderación.

Este capítulo, escribe Dom Paul Delatte va más allá de lo que propone el enunciado, y nos habla de todas las ocupaciones monástica no ocupadas por la plegaria litúrgica, y acaba por definir como debemos de ocupar nuestro tiempo a lo largo de la jornada.

San Benito, como de costumbre, comienza con una frase que le sirve para desarrollar su argumento: “La ociosidad es enemiga del alma”. Si no ocupamos nuestro tiempo damos lugar a que nuestra mente quede sumida en elucubraciones y acabe por dar el fruto de la murmuración, que san Benito detesta.

La expresión “vacare Deo” ha dado lugar a nuestra palabra “vacaciones”. Y en su sentido etimológico primitivo “hablar de vacaciones” quería decir dedicarse más a Dios. El tiempo de vacaciones era un tiempo en que el hombre se podía volver a Dios. Todo esto tiene una cierta relación con el descanso sabático, un día dedicado al Señor. En nuestro mundo sucede al revés: vacaciones significa vivir sin Dios, si es que ya no se vive durante el año, vivir sin ley, sin obligaciones, sin preocupación por los demás; interesados solamente en pasarlo bien, siempre pensando en nuestro cuerpo.

Hace unos años un obispo escribía sobre el decálogo del veraneante cristiano, para decir que todo se podía resumir en dos mandamientos:  “continuar dando al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, o dicho de otra  manera: en vacaciones y en todo el tiempo continua recordando a Dios y al prójimo y buscando la relación con ellos. Dios no toma vacaciones en su búsqueda del hombre. Y en el verano continuamos siendo cristianos. Más todavía:  tenemos una magnífica oportunidad de ser y de demostrarlo.

En nuestro caso, podríamos pensar que nos dedicamos a Dios cuando oramos y el resto de la jornada sería como una especie de vacación de Dios. Pero esto no es lo que establece san Benito, pues para él siempre hemos de “vacare Deo”, es decir, siempre debemos tenerlo presente en nuestra vida, en cada momento. Y aunque san Benito no hable de los peligros de la ociosidad, sí que nos muestra los beneficios de tener nuestra mente y nuestro cuerpo ocupados, y así entendemos que la contemplación viene a ser la actividad suprema de la inteligencia y la adhesión del corazón a Aquel que lo es todo en todos

El trabajo no debemos verlo como un castigo divino como séquela del pecado del hombre; si así lo hacemos cualquier tarea la haremos a disgusto, nos costará pasar el tiempo ocupados. Ciertamente, podríamos sublimar el objetivo de nuestro trabajo, y decir que todo lo hacemos por el Señor; es cierto, pues, si venimos al monasterio, toda nuestra vida debe estar orientada hacia Él, pues Él nos dijo de amarlo y amar a los hermanos. Esta motivación, por sí misma, da sentido a toda tarea que hagamos por amor; y la fe se muestra también con las obras, como dice el Apóstol Santiago: Tú tienes fe y yo tengo obras; muéstrame sin obras que tienes fe, y yo, con la obras te mostraré mi fe (Sant 2,18)

Vivimos en un lugar donde estamos ocupados gran parte del día en la gestión, el mantenimiento, y esto unido a las tareas más propias de una comunidad: alimentación, vestir… No hay tareas más dignas y menos dignas; solos o trabajando con otros, debemos tener claro que toda tarea la llevamos a cabo por el Señor. Por esto, debe prevalecer el gusto por la tarea bien hecha, sin prisas, pero con atención y gusto… buscando la eficacia, poniendo toda una fiel dedicación pensando en la utilidad que reporto también a mis hermanos. También para tener presente que todo lo hacemos en nombre de la comunidad, por lo que no hay lugar a pensar en aspectos particulares con respecto a tal o cual monje.

Mantener la casa limpia, los jardines en buen estado, tener todo a punto para la liturgia, recibir a los huéspedes, cubrir las necesidades de todos los hermanos, atender a la portería, y tantas otras cosas ocupan el día a día. Ser una ocupación nuestra es un servicio importante a los hermanos, que no en todas las comunidades hay fuerzas humanas y recursos para llevarlo a cabo.

No hemos de renunciar a tener una actividad común productiva, que no es fácil encontrarla sin gravar la economía y sin que suponga un peso excesivo para la comunidad a nivel personal. En cualquier caso, es preciso ser conscientes de los dones y capacidades recibidos de Dios y ponerlos al servicio de la comunidad con generosidad, conscientes de nuestras limitaciones. Así mismo hemos de ser agradecidos por la disponibilidad de los hermanos con los dones recibidos del Señor.

Tengamos presente al Señor a lo largo d la jornada, sin caer en la actitud del postulante que mientras la comunidad hacía la vendimia, él estaba en la capilla porque deseaba estar con el Señor, mientras que el Señor estaba vendimiando con los que estaban haciendo lo que había que hacer en ese momento. No somos amos de nuestro tiempo, como tampoco de nuestro propio cuerpo, pues todo lo ponemos al servicio del Señor.

Como escribe Dom Paul Delatte: “El pensamiento maestro de san Benito es que debemos buscar a Dios” Y somo delante de Dios cuando nos ocupamos y hacemos lo que debemos hacer, cuando corresponde hacerlo. Un tiempo para cada cosa y todo el tiempo para Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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