CAPÍTULO
57
LOS
ARTESANOS DEL MONASTERIO
Si hay artesanos en el
monasterio, que trabajen en su oficio con toda humildad, si el abad se lo
permite. 2 Pero el que se envanezca de su habilidad por creer que aporta alguna
utilidad al monasterio, 3 sea privado del ejercicio de su trabajo y no vuelva a
realizarlo, a no ser que, después de haberse humillado, se lo ordene el abad. 4
Si hay que vender las obras de estos artesanos, procuren no cometer fraude
aquellos que hayan de hacer la venta. 5 Recuerden siempre a Ananías y Safira,
no vaya a suceder que la muerte que aquellos padecieron en sus cuerpos, 6 la
sufran en sus almas ellos y todos los que cometieren algún fraude con los
bienes del monasterio. 7 Al fijar los precios no se infiltre el vicio de la
avaricia, 8 antes véndase siempre un poco más barato que lo que puedan hacerlo
los seglares, 9 «para que en todo sea Dios glorificado».
La comunidad es como un
solo cuerpo con muchos miembros, a imagen del Cristo, que es como el cuerpo
humano: muchos miembros, pero todos formando un solo cuerpo. Todos estamos
llamados por el Espíritu a la vida monástica para formar un solo cuerpo, y
hemos recibido como bebida un solo Espíritu. Y así como el cuerpo no tiene solo
un miembro sino diversos, así también la comunidad.
Si el cocinero dijera:
como no soy enfermero no soy de la comunidad, no por esto deja de serlo… Si
toda la comunidad fuese enfermero, o portero… ¿quién iba realizar los otros
servicios? Dios distribuye en la
comunidad cada uno de los servicios como le parece. Los miembros son muchos,
pro la comunidad una sola. Y un miembro no puede decir a otro: “no te
necesito”. Todos los miembros se
necesitan mutuamente, y los miembros que parecen más débiles son los más
necesarios; y los que tenemos como menos necesarios son los más reconocidos.
Dios ha dispuesto la
comunidad de manera que ha dado más honor a los miembros que mas se necesitan,
de manera que no haya divisiones, sino que todos los miembros tengan la máxima
solicitud unos con otros. Nosotros formamos parte del cuerpo de Cristo y cada
uno es miembro. Y entre todos debemos procurar hacerlo de la mejor manera
posible, y anhelar el don más grande del que nos habla el Apóstol: el amor.
(Cfr. 1Cor 12,12-31)
San Benito sabe del
riesgo de los artesanos o de cualquier oficio dentro de una comunidad: el
orgullo. Y considera esta falta tan grave que recomienda quitarle del oficio,
pues en el fondo se aparta del sentido del servicio dentro de la comunidad.
Ciertamente, el
artesano puede sucumbir al orgullo, e incluso a la tentación de fraude. O
también teniendo necesidad de una cantidad excesiva de medios desproporcionados
en relación a su tarea.
Es la arrogancia de la
que habla san Bernardo:
“El
arrogante cree todo aquello que se dice de él positivo. Elogia todo lo que hace
y no le preocupa lo que pretende. Se olvida de las motivaciones de su tarea. Se
deja arrastrar por las opiniones de los demás. Se fía más de sí mismo que de
los otros; solo cuando se trata de su persona cree más a los otros que a sí
mismo. Aunque su vida es palabra vana y ostentación, se considera la
encarnación misma de la vida monástica, y en lo íntimo de su corazón se tiene
como el más santo de todos. Cuando alaban algún aspecto de su persona no lo
atribuye a la ignorancia o benevolencia de quien le exalta, sino, arrogantemente,
a sus propios méritos. (Los grados de la humildad y del orgullo, 43,1)
Un artesano, u otro con
una tarea determinada, también debe de formarse, lo cual es un aspecto
importante y que puede significar para la comunidad un gran gasto de recursos
materiales y temporales, y a veces, la formación es una inversión perdida, si
el monje no persevera, pues queda por un lado el monje formado y por otra el
material ingente a la espera de otro sea formado en ese oficio, lo cual no es
cosa de unos días. La formación, sea por la tarea o responsabilidad que sea, es
necesario que sea reglada porque la formación autodidactica es una formación no
contrastada, aunque sea realizada con buena voluntad, sin pasar por una
evaluación que sería útil para confrontar unos conocimientos adquiridos, y
tener el riesgo de ser unos conocimientos a conveniencia de uno.
Como dice la
Declaración del Orden, lo que debemos procurar es “hacer bien la faena de
cada día, lo cual, a veces nos pide tanto sacrificio, que, con razón, la
podemos comparar con la austeridad de la vida monástica antigua”. (Declaración, 66)
Leyendo algunos
capítulos de la Regla, podríamos llegar a la conclusión de que san Benito es
desconfiado, que ve peligros en todas partes, cuando la realidad es que san
Benito conoce muy bien la naturaleza humana y sabe de nuestra fragilidad y
debilidades, físicas y morales.
Y todavía añadirá que
no debemos de permitir que se infiltre el mal de la avaricia, y dar las coses a
un precio más bajo del que pueden dar los seglares. No es que san Benito quiera
obstruir alguna vocación al artesanado, y quien dice artesanado se puede decir
cualquier responsabilidad que se pueda pedir. Lo que quiere es advertirnos de
los riesgos. Otro riesgo no menor sería huir del estudio ante la
responsabilidad que se nos pueda pedir. El principio de subsidiaridad es un
principio fundamental en la Doctrina Social de la Iglesia, y significa ser
responsables de lo que nos corresponde hacer, de lo que se nos pide, con todos
sus matices, y lo que es más importante: hacerlo siendo conscientes de que
formamos parte de un solo cuerpo, sin el cual cada de nosotros seríamos poca
cosa. No aprovecharnos, no olvidando que somos monjes, y que como a tales, no
tenemos sentido aislados, a pesar de la etimología del término “monje”.
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