domingo, 4 de diciembre de 2022

CAPÍTULO 50 LOS HERMANOS QUE TRABAJAN LEJOS DEL ORATORIO O ESTÁN DE VIAJE

 

CAPÍTULO 50

LOS HERMANOS QUE TRABAJAN LEJOS DEL ORATORIO O ESTÁN DE VIAJE

Los hermanos que trabajan muy lejos y no pueden acudir al oratorio a las horas debidas, 2 si el abad comprueba que es así en realidad, 3 celebren el oficio divino en el mismo lugar donde trabajan, arrodillándose con todo respeto delante de Dios. 4 Igualmente, los que son enviados de viaje, no omitan el rezo de las horas prescritas, sino que las celebrarán como les sea posible, y no sean negligentes en cumplir esta tarea de su prestación.

La profesión monástica no está cualificada como un sacramento. Dice el catecismo de la Iglesia Católica que “el carácter sacramental” es un sello espiritual otorgados por el Bautismo, la Confirmación y el Orden. Constituye una promesa y garantía de la protección divina. En virtud de este sello, el cristiano queda configurado con Cristo, participa de diversas maneras de su sacerdocio y forma parte de la Iglesia. Queda, por tanto, consagrado al culto divino y al servicio de la Iglesia. Como es un carácter indeleble estos sacramentos solo pueden recibirse una vez. (CEC 1121). Esta configuración con Cristo y la Iglesia, realizada por el Espíritu es indeleble según el Concilio de Trento, y es muy importante la afirmación de que los sacramentos que imprimen carácter no pueden ser repetidos. Alguna cosa cambia para siempre en quien los recibe, por lo que su eficacia es de particular relieve para el bien de la Iglesia.

No se puede afirmar, pues, que la profesión monástica sea un sacramento, ni tampoco que imprima carácter. Una dispensa de votos puede acabar con el compromiso adquirido ante el Señor, y colocado sobre el altar con la cédula el día de la Profesión. Mientras que los efectos del sacramento del Bautismo y del Orden persisten en quien los recibió.

No es que san Benito vaya en contra de este principio, pero sí que, en este capítulo que hemos escuchado y en el siguiente, nos viene a decir que ser monje no es algo que dependa del lugar donde estamos, siempre temporal. Somos monjes siempre y en todo lugar y eso debe manifestarse en dos aspectos: la plegaria y el comportamiento, evitando los excesos.

La plegaria debe marcarnos la jornada, tanto si estamos en el monasterio, como si estamos fuera. No siempre es fácil eso. Si el motivo es el trabajo cuesta dejar lo que tenemos entre manos para orar a una hora determinada; y si estamos de viaje se añade la dificultad de encontrar un cierto grado de intimidad, lo cual no siempre es fácil. El mismo san Benito lo ve así cuando nos dice que hagamos el Oficio cuando podamos; el fundamento es no despreciarlo, evitando de pensar que si estamos fuera del monasterio tampoco no necesitamos rezarlo en privado; y, sobre todo, atendiendo a que no nos pase por alto este cumplimiento. La razón de fondo es que el Oficio es para nosotros el contacto con la  Palabra de Dios, es decir, algo absolutamente necesario para poder vivir cada día como monjes, es nuestro alimento espiritual. Así, aunque ser monje no imprime carácter, tenemos una obligación que modifica nuestro carácter.

La Constitución Apostólica Laudicus Canticum de san Pablo Vi nos dice:

“Aquellos que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrar la Liturgia de las Horas deben seguir escrupulosamente el curso de la plegaria, haciéndolo coincidir, en la medida de los posible, con el tiempo verdadero de cada una de las horas” (LC 8)

Nosotros pues, no somos unos fieles que cuando lo necesitamos nos viene de gusto el orar con el Oficio Divino, lo cual está muy bien para ellos. Para nosotros orar es algo necesario 

algo a desear en cualquier situación y lugar, haciendo todo lo que podamos por realizarlo en las Horas prescritas. Hacemos lo que podemos, pero hacerlo con respeto, y con la conciencia de que estamos siempre delante de Dios.

El capítulo siguiente está en la misma línea, pero en este caso nos habla de la contención en hábitos como el comer y beber, evitando el comer fuera. San Benito lo considera un tema no menor, sino más lo contrario, ya que nos habla de excomunión en caso de hacerlo sin el permiso del abad. Son dos caras de la misma moneda: la interior o espiritual y la parte exterior o corporal que se complementan.

El contexto social no ayuda, más bien lo dificulta, pensando que nos hacen un favor invitándonos a comer en el exterior, o aconsejando que por fallar un día en una o dos plegarias no es tan grave. Todo esto nace de un cierto paternalismo mal entendido.

Amigos, compañeros o conocidos, creen saber mejor lo que hemos de hacer nosotros, cuando de hecho lo que muestran es que desconocen los rasgos fundamentales de la vida del monje: la plegaria y la sobriedad. No creo que nadie se escandalice si declinamos una invitación con un “gracias por el ofrecimiento o la compañía”. Pero también podría ser la invitación por parte nuestra, una invitación a orar con nosotros, mostrando que la plegaria no es algo exótico o puntual, sino un hábito propio de la vida de monje.

Escribe Aquinata Bockmann que san Benito es consciente de recitar las Horas cuando estamos de viaje, tanto por la hora, como por la manera de hacerlo. Habría que de decir que en tiempo de san Benito era impensable poder llevarse un pequeño libro o breviario bajo el brazo, y debía de recitar de memoria el Oficio. Añade Aquinata que este capítulo es importante para nosotros porque hoy es más fácil y frecuente el desplazamiento, pero debemos tener en cuenta otro aspecto: la comunión. Es decir, que cuando la comunidad ora en el coro lo hace también en comunión con los hermanos ausentes, enfermos o de viaje, como recordamos en Maitines y Completas, o en cada Hora del Oficio Divino. Estamos en comunión unos con otros, los que permanecen en el monasterio y hacen el Oficio, recordando los ausentes, y éstos, orando en privado en comunión con el resto de la comunidad que ha quedado en el monasterio.

Ciertamente, la profesión monástica no imprime carácter en un sentido doctrinal, pero para vivirla en profundidad ha de modificar nuestro carácter y modelarlo según Cristo. Éste es siempre nuestro modelo e ideal. Él se apartaba de la multitud, buscaba un lugar solitario y oraba. Esto es lo que nos pide san Benito que imitemos.

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