domingo, 16 de abril de 2023

CAPÍTULO 8, EL OFICIO DIVINO POR LA NOCHE

 CAPÍTULO 8

EL OFICIO DIVINO POR LA NOCHE

 

Durante el invierno, esto es, desde las calendas de noviembre hasta Pascua, se levantarán a la octava hora de la no che conforme al cómputo correspondiente, 2 para que reposen hasta algo más de la media noche y puedan levantarse ya descansados. 3 El tiempo que resta después de acabadas las vigilias, lo emplearán los hermanos que así lo necesiten en el estudio de los salmos y de las lecturas. 4 Pero desde Pascua hasta las calendas de noviembre ha de regularse el horario de tal manera, que el oficio de las vigilias, tras un cortísimo intervalo en el que los monjes puedan salir por sus necesidades naturales, se comiencen inmediatamente los laudes, que deberán celebrarse al rayar el alba.

Levantarnos bien dispuestos es el objetivo del descanso nocturno, después de reparar las fuerzas físicas y espirituales. La rutina de la vida puede ser vista como limitación. Pero también como una liberación que nos permite centrarnos en lo fundamental de nuestra vida. La vida misma viene a ser rutinaria: trabajo, familia…

Cuando los visitantes del monasterio preguntan por nuestro horario, se quedan sorprendidos por la hora de iniciar nuestra jornada, pero podemos observar que venimos a descansar más horas que muchas personas que viven fuera.

San Benito habla de levantarnos a la hora octava hasta Pascua y un poco antes en el verano, de manera que todo pueda hacerse con la luz del día. Pero siempre hay una plegaria, un momento del Oficio Divino para cumplir lo que dice el salmista: “A media noche me levanto para alabarte” (Sal 119,62)

Es lo que muchos autores monásticos definen como un momento privilegiado de plegaria, al que todos debemos llegar descansados y dispuestos en atención y participación. 

Los monjes, cuando nos saltamos el Oficio, cuando nos hacemos un horario a nuestra medida, perdemos el ritmo de la jornada y el alimento espiritual, y todo se vuelve más pesado y aumenta nuestra actitud crítica, siempre en proporción directa a nuestra infidelidad a los actos comunitarios. Cada parte de la jornada es importante, por lo que nos conviene participar, llegar puntuales…

No es casual el lugar que ocupa este capítulo en el conjunto de la Regla, después de los grados de la humildad. Si no los hemos subido o intentado y no hemos bajado la soberbia, como dice san Bernardo, no estamos bien dispuestos a orar como conviene.

San Benito no pide ni plantea un ascetismo desmesurado, sino de calcular razonablemente nuestro descanso; emplear el tiempo necesario parea el estudio del salterio y las lecciones que se recitaban de memoria, e incluso dedica un tiempo suficiente para satisfacer las necesidades naturales. Decía el libro de los antiguos que en las vigilias es preciso vigilar y dormir poco, lo necesario; parece que san Benito, llevado de su humanidad nos aconseja un descanso suficiente

La plegaria nocturna nos recuerda la vigilia junto al sepulcro. Al alba las mujeres iban al sepulcro. Al alba, las comunidades monásticas nos reunimos en la quietud de la noche para la primera plegaria, como un recuerdo de aquel primer día de la semana que en la oscuridad recuerda la noche de la muerte, y el alba la luz de la resurrección. Así en la última plegaria, Completas, recordamos nuestras faltas del día y en cierta manera morimos al hombre viejo y lo enterramos para sentirnos como un hombre nuevo y una nueva creación con la siguiente plegaria al apuntar el día.

Todas las partes del Oficio tienen un sentido concreto, así como todo el conjunto del Oficio, y el sentido pleno en nuestra vida lo alcanzamos viviendo todo el Oficio completo. Y esto sirve lo mismo para la lectio, la lectura de colación y, evidentemente, para la Eucaristía. Unas sin las otras nos dejan incompletos y deficientes en nuestra espiritualidad. Todas las horas configuran la vida del monje, su jornada completa.

La nuestra es una vida intensa, pues intenso es nuestro objetivo: llegar juntos a la vida eterna; intenso nuestro modelo: Cristo, e intensa es la llamada recibida para vivir la vida monástica; y vivirla quiere decir vivirla intensamente, conscientes de que no es una carga, sino un verdadero regalo recibido del Señor, teniendo como tarea en nuestra vida buscar a Dios, llegar a descansar en Dios.

No hay vida sin dificultades. La misma vida comunitaria las tiene sin duda, pero toda dificultad es relativa si está claro el objetivo: Cristo. A este objetivo nos podemos acercar en la medida que tomamos las fortísimas armas que san Benito nos propone para este combate espiritual. Y el Oficio divino en su totalidad es una de estas armas, para conformarnos con nuestro modelo. La misma distribución de nuestro horario, semejante al de muchos otros monasterios nos permite adentrarnos en el Misterio de Cristo. El Oficio de la noche nos dispone para el contacto con la Palabra de Dios. Oficio Divino y Lectio nos llevan al centro de la jornada, a la Eucaristía, a la que debemos llegar bien dispuestos.

En un mundo desacralizado, nosotros sacralizamos nuestra jornada cada día; mirar de poner cada día el acento y la mirada en Cristo. De aquí que sea tan importante no descuidar ningún momento de la jornada. Como dice un apotegma: “En la quietud de la noche nuestro pensamiento vigila ante Dios”.

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