CAPÍTULO 48, 1-9
EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA.
DIAS DE CUARESMA
La ociosidad es enemiga del alma; por eso han
de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y a otras, en la
lectura divina. 2 En consecuencia, pensamos que estas dos ocupaciones pueden
ordenarse de la siguiente manera: 3 desde Pascua hasta las calendas de octubre,
al salir del oficio de prima trabajarán por la mañana en lo que sea necesario
hasta la hora cuarta. 4 Desde la hora cuarta hasta el oficio de sexta se dedicarán
a la lectura. 5 Después de sexta, al levantarse de la mesa, descansarán en sus
lechos con un silencio absoluto, o, si alguien desea leer particularmente,
hágalo para sí
solo, de manera que no moleste. 6 Nona se
celebrará más temprano, mediada la hora octava, para que vuelvan a trabajar
hasta vísperas en lo que sea menester. 7 Si las circunstancias del lugar o la
pobreza exigen que ellos mismos tengan que trabajar en la recolección, que no
se disgusten, 8 porque precisamente así son verdaderos monjes cuando viven del
trabajo de sus propias manos, como nuestros Padres y los apóstoles. 9 Pero,
pensando en los más débiles, hágase todo con moderación.
Lectura
y trabajo son los ejes de la nuestra vida. Para san Benito la vida del monje
debería ser siempre una Cuaresma, un camino constante hacia la Pascua
definitiva y personal; una vida vivida con intensidad y regularidad. En este
camino no hay que detenerse, sino nutrirse espiritual y materialmente de modo
permanente. La lectura nos ayuda en el camino;
en primer lugar la Palabra de Dios y con ella la lectura de los Padres,
que nos van formando y alimentando espiritualmente.
San
Benito sabe que la constancia no es, con frecuencia, una cualidad de los
hombres, incluso en los monjes, y por eso establece que uno o dos ancianos
hagan la ronda por el monasterio para que se evite la pereza, o se esté sin
hacer nada, o incluso, lo que es peor que además perturben a otros.
Es
necesario un esfuerzo para respetar el tiempo dedicado a la Lectio. Por la
mañana nos puede venir el sueño, y si no vamos a Maitines el riesgo todavía es
más elevado de no dedicarle el tiempo oportuno. A la tarde siempre podemos
encontrar dificultades para acabar una tarea concreta, terminar con una visita
u otras muchas cosas.
La
regularidad en nuestra vida no es una esclavitud, sino un medio que nos ayuda a
centrarnos en Cristo, que ha de ser el objeto primero de nuestra atención. San
Benito sabe bien que la ociosidad es enemiga del alma, y por ello establece que
si alguno no puede dedicar un tiempo a la lectura que se le adjudique un
trabajo que evite la ociosidad.
En
la actualidad también podríamos decir que la hiperactividad es enemiga del
alma. Nuestra sociedad está centrada en la actividad. Un monasterio ha de ser
un lugar donde la vida transcurra pautada y pausadamente, dando tiempo a cada
cosa: orar, trabajar, leer…Y que todo tenga como centro a Cristo. Ciertamente, nuestra casa crea
obligaciones: cocina, lavandería, hospedería, estudios… Todos corremos el
riesgo de que el activismo invada nuestra
vida y llegue a afectar a nuestra vocación.
Cuando
uno va unos días a otro monasterio, como ha sido mi caso en estos últimos días,
en cierta manera se redescubre los momentos que tenemos a nuestra disposición
para saborear pausadamente la Palabra de Dios, como el valor de no dejar de
lado nuestras ocupaciones por unos momentos.
La
expresión popular dice que “las palabras se las lleva el viento” y esto es algo muy fácil si dejamos la ventana o la
puerta abierta a nuestras distracciones, incluso legítimas, y que llegan a
hacernos olvidar lo que estamos realmente haciendo, lo que debemos hacer: estar
en contacto con la Palabra, o con Padres o Autores que la interpreten, es decir
mantener el contacto con Dios.
Deberíamos
tener necesidad, hambre, sed de la Palabra, como también de la Eucaristía. Así no es frecuente en los monasterios que
haya una segunda oportunidad de participar en la Eucaristía, si por una razón
importante de fuerza mayor no hemos podido participar en la de la comunidad.
Aquí la tenemos de participar en le enfermería, y a menudo quien no ha podido
participar en la misa de la comunidad tampoco lo hace en la de la enfermería.
La pereza o un exceso de celo activista, que no son motivos suficientes, nos lo
impide.
Somos
responsables del cumplimiento del horario comunitario, primero del nuestro
personal, y, como deja claro san Benito en este capítulo, también del de los
demás, ya que podemos ser objeto de distracción, compartiendo tiempo en horario
indebido con otros hermanos. Cuando toca orar en la comunidad toca orar, cuanto
toca trabajar hemos de trabajar, cuando toca permanecer en la celda… en cada
caso es necesario ser consecuentes con la indicación que nos hace la Regla que
hemos aceptado como un camino de santificación. El tiempo que debemos dedicar
personalmente a la Lectio en nuestra celda o en el escritorio del noviciado, es
preciso preservarlo con verdadero celo, so pena de correr el riesgo cierto de
deshabituarnos y perder una parte fundamental de nuestro alimento como monjes.
Un
monje no ha acabado su itinerario con la profesión temporal o solemne. Cada día
nos vamos configurando como monjes, y si perdemos este aspecto fundamental de
nuestra vida como es el contacto con la Palabra nuestra vocación tiene el
riesgo de enfermar. Podemos afirmar que por un día o una semana no pasa nada, y
así vamos perdiendo el hábito, y podemos llegar a perderlo de modo
irrecuperable, “Nulla die sine línea”, decían los antiguos. Ningún día sin una
línea. La constancia tiene un valor añadido, un medio necesario en nuestro
camino monástico. En resumen, que san Benito nos pide fidelidad a nuestro
horario, a la Lectio divina, a la oración y al trabajo; fidelidad a nuestra
vocación y responsabilidad en el camino de cada día.
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