CAPÍTULO 69
NADIE SE ATREVA A DEFENDER A OTRO
EN EL MONASTERIO
Debe evitarse que por ningún motivo se tome un monje la libertad
de defender a otro en el monasterio o de constituirse en su protector en
cualquier sentido, 2 ni en el caso de que les una cualquier parentesco de
consaguinidad. 3 No se permitan los monjes hacer tal cosa en modo alguno,
porque podría convertirse en una ocasión de disputas muy graves. 4 El que no
cumpla esto será castigado con gran severidad.
Este capítulo y
el siguiente de la Regla se atribuyen en exclusiva a San Benito. Forman parte
de una sección que comienza sobre lugar en la comunidad y acaba con los dos
bellos capítulos sobre la obediencia mutua y el buen celo. Por lo tanto debemos
ver aquí una advertencia contra dos posibles desviaciones: por defecto y por
exceso de la caridad y la amistad y no un rechazo de éstas. El monje no deja de
ser un hombre como otro cualquiera, y la vida comunitaria nos lleva a vivir
nuestra afectividad de manera poco convencional, y corremos el riesgo de caer
en desviaciones. Los tratados sobre aspectos psicológicos de la vida en común
nos alertan acerca de maneras de vivir las relaciones personales que no son
sanas. La necesidad de una afectividad nos puede llevar a buscar constantemente
o de forma más o menos habitual el reconocimiento del otro.
Nos puede suceder
que cuando hacemos algo busquemos de manera más o menos conscientes
complicidades que halaguen nuestro “yo”. Las relaciones entre nosotros han de
ser siempre libres, no fundamentarse en la prepotencia de una parte o en la
sumisión por otra, sino una relación entre iguales, pero no orientada a
satisfacer nuestro egoísmo, sino a enriquecernos mutuamente. En uno u otro
momento todo corremos el riesgo de esa dependencia, ya sea por compartir
tareas, ser semejantes en un punto de vida comunitaria, o incluso llegar a ser
lo único que nos una, Dios no lo permita, hasta venir a ser un pesimismo
apocalíptico que nos sentimos llamados a predicar
Escribe
Alejandro Manenti que si necesitamos constantemente la sonrisa de la madre para
ir adelante no nos será fácil aceptar el mensaje de la cruz. Y destaca tres
puntos en la verdadera amistad: 1) la
finalidad que ha de ser la de estimular una mayor comunión con Dios. 2) el
medio, que es la renuncia a la gratificación de aquellas cosas que nos
entorpecen el camino hacia Dios. 3) el
discernimiento entre los fines y los medios, es decir saber si los medios nos
acercan o nos alejan de nuestro horizonte, que es la búsqueda de Dios en el monasterio. A lo largo de la regla
san Benito nos muestra que la comunidad se ha de apoyar en vínculos de
comunión, en el amor y afecto entre hermanos, y entre ellos y el abad. Alguno
podría tener más fidelidad a sus compromisos personales que no a los que ha
asumido libremente en la comunidad. Puede suceder que un hermano tenga un
afecto excesivo o mal orientado hacia otro que le defensa frente a la
comunidad. Si una amistad es madura y las personas adultas son independientes y
saben mirar objetivamente las soluciones en la que está inmersa la otra
persona, entonces, si la otra persona necesita una corrección, estaremos
afligidos `por lo que comporta esta situación, pero nos alegrará a la vez,
porque de le da la oportunidad de un crecimiento humano y espiritual. Cuando una amistad no es
realmente adulta, lleva a una especie de fusión emocional, más que a una
relación entre dos individuos autónomos. Entonces hay una distancia crítica y
todo lo que sucede de doloroso al amigo se percibe como un ataque personal.
Entonces, la persona al sentirse amenazada por lo que le sucede al otro puede
llevarlo a defenderlo en contra de la comunidad. Si estos lazos emocionales no
tienen la suficiente madurez y se unen a un grupo de hermanos, nacen grupos de
presión que pueden acabar con una vida comunitaria.
San Benito
parece haber experimentado este tipo de situaciones, y por ello advierte acerca
de este tipo de desviaciones que desvían de la verdadera amistad. Se refiere
también a los lazos familiares, pues pertenecemos a familias. Primero está el
círculo familiar donde nacemos. Después está la familia más extensa, con los
parientes más próximos. El grupo social, étnico o nacional, al que también
pertenecemos. Una comunidad monástica no es de hecho una familia, ni una
comunidad de comunidades, es un orden monástico, un tipo diferente de familia,
aunque hoy hablemos de la gran familia cisterciense, carmelita, franciscana o
cartujana… Incluso Pablo VI llamó la gran “familia de las naciones” a la
comunidad humana.
El mensaje del
Evangelio es que la intensidad de la comunión dentro de una comunidad esta en
estrecha relación a la capacidad de abrirse a los otros. Cada vez que un grupo
humano, sea una pareja, una familia, una comunidad o una nación se cierra sobre
sí misma de forma egoísta, los conflictos internos se vuelven ingobernables y
pueden llevar a la desintegración del grupo.
Por el contrario, cada vez que un grupo humano está abierto a la
comunión con Cristo y los otros grupos y hay un compromiso de un proyecto
común, con más facilidad se pueden afrontar los problemas internos. La
comunidad monástica no se basa en lazos familiares, de amistad, de pertenencia
social o étnica, sino en la pertenencia a Cristo que supera toda frontera
humana y todo egoísmo personal. Olvidar esto puede suscitar graves dificultades
en la comunidad, y que viene a suceder cuando rechazamos el reconocimiento de
nuestra precariedad e indigencia moral y humana. Y una de estas formas está en
el formar parejas o grupos de amigos… Nadie estamos libres de este riesgo,
somos humanos y tenemos más afinidades con unos que con otros. Por ejemplo, no
falta quien mira la lista de servicios o de vacaciones con el recelo de con
quién le puede tocar. La unidad de la comunidad es frágil y es peligroso
hacerla tambalear. Se ha visto en esta misma casa a lo largo de los años,
cuando se han puesto por encima amistades, afinidades personales…. Para venir a acabar en un abandono de la vida
monástica regular y hacerse una comunidad a la medida. Este punto, como otros,
está en nuestras manos, y nos pide un esfuerzo i trabajo para mantener día a
día nuestra comunidad…
“soportándonos con paciencia las debilidades, tanto
físicas como morales, no buscando aquello que nos parezca útil a nosotros, sino
que lo sea para los demás; practicando desinteresadamente la caridad fraterna,
temiendo a Dios con amor, no anteponiendo absolutamente nada a Cristo”.
(cf RB 72,5-11
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