domingo, 3 de septiembre de 2017

CAPÍTULO 52 EL ORATORIO DEL MONASTERIO



CAPÍTULO 52

EL ORATORIO DEL MONASTERIO

El oratorio será siempre lo que su mismo nombre significa y en él no se hará ni guardará ninguna otra cosa. 2 Una vez terminada la obra de Dios, saldrán todos con gran silencio, guardando a Dios la debida reverencia, 3 para que, si algún hermano desea, quizá, orar privadamente, no se lo impida la importunidad de otro. 4 Y, si en otro momento quiere orar secretamente, entre él solo y ore; no en voz alta, sino con lágrimas y efusión del corazón. 5 Por consiguiente, al que no va a proceder de esta manera, no se le permita quedarse en el oratorio cuando termina la obra de Dios, como hemos dicho, pata que no estorbe a los demás.

La plegaria, con el trabajo y la Palabra, son los ejes de nuestra vida de monjes; la plegaria comunitaria y la individual. Para san Benito el lugar donde se desarrolla cualquier actividad tiene mucha importancia. Los monjes vivimos en una comunidad, y esta comunidad está arraigada en un espacio concreto.  El novicio, en cada etapa de su formación promete la estabilidad en este lugar. Y dentro del monasterio hay espacios para las diversas actividades del día: espacios para el trabajo, para comer, para dormir, y, por supuesto, también el espacio donde la comunidad se reúne para orar juntos y rezar el Oficio Divino, al que no hemos de anteponer nada. Un espacio para cada actividad y una actividad para cada espacio. Ciertamente, que para san Benito el oratorio no es el único lugar de plegaria del monje.  Pero está claro en toda la Regla la obligación del monje en relación con la plegaria.

En el capítulo XIX cuando habla de la manera de cantar afirma que “tenemos la certeza de que Dios está presente en todas partes”.  Tiene también presente las palabras de Jesús: “cuando quieras orar entra en tu celda cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto”. La soledad del corazón y la celda y el oratorio deben ser el lugar privilegiado de la plegaria comunitaria y personal del monje.

Nos dice san Gregorio Magno que san Benito solía orar en la celda mirando al cielo por la ventana, antes de que los monjes se levantaran para los Maitines.

Para la plegaria comunitaria lo primero que nos recuerda san Benito en este capítulo es que el oratorio debe ser lo que significa su nombre: un lugar donde los monjes oran en comunidad y donde no se hace otra cosa.

Esta consagración de un espacio para una ocupación precisa es muy importante para san Benito, y también debe serlo para nosotros. Si el oratorio, la iglesia, es el lugar donde uno ora y nada más, tan pronto como entra, se encuentra con un ambiente y un espíritu que le predispone ya para el Oficio Divino. Es más efectivo que sea el mismo lugar el que nos condicione en lugar de buscar métodos de oración o de concentración. También condiciona el ambiente, nos dice san Benito, y que una vez acabada la plegaria se salga en profundo silencio. Este silencio, no es simplemente el propósito de permitir a quienes lo desean permanecer en el oratorio. Este silencio es en sí mismo plegaria. Los hermanos nos reunimos en el oratorio para compartir la plegaria y salimos en silencio para que continúe el ambiente de la plegaria, y que hemos de procurar en todas las ocupaciones del día, y que nutre asimismo nuestra plegaria personal. Por ello san Benito ha previsto que algún hermano desee permanecer en el oratorio para continuar su plegaria personal, y por ello nos pide orar en silencio, en el secreto de nuestro corazón, con lágrimas de compunción y la intensidad del deseo en el corazón, y no en voz alta para no molestar a cualquier otro hermano que quiera hacer lo mismo.

Ciertamente, no hemos de buscar en este capítulo la enseñanza sobre la oración personal que está presente a lo largo de toda la Regla;  aquí lo que le interesa es describir la actitud del monje en relación con el lugar destinado a la oración comunitaria, y que por extensión también puede servir para un momento más intenso de plegaria personal en la celda. No olvidemos que ya ha hablado extensamente sobre la actitud espiritual que se puede gozar en la plegaria, así como de la reverencia en la misma en los capítulos XIX y XX de la Regla, donde afirma que la oración debe ser “breve  y pura, excepto cuando se alarga al ser tocado por la inspiración de la gracia divina”.

El planteamiento de san Benito es simple. Si alguien quiere orar en lo más íntimo de sí mismo, que entre en el oratorio o en la celda i ore; quizás además de entrar físicamente en un espacio san Benito nos habla de entrar dentro de nosotros. Hay un espacio físico para la plegaria común y la personal, y un espacio interior común que debemos preparar y preservar acudiendo y saliendo del oratorio animados de un espíritu de plegaria y de silencio. A esto nos ayuda el verso que decimos al comienzo del Oficio: Deus in adiutorium meum intende, Domine ad adiuvandum me festina”, traducido al catalán no del todo correcto por “sigueu amb nosaltres Deu nostre; Senyor veniu a ajudar-nos” y al castellano por “Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme”.

Se ha preferido este verso de la Escritura porque contiene todos los sentimientos que puede tener la naturaleza humana. Se adapta bien a todas a todos los estados y nos ayuda a mantenernos firmes delante de las tentaciones y las distracciones. Este verso es considerado por Casiano como una muralla inexpugnable y protectora, una coraza impenetrable y un escudo contra la acedía, la aflicción del espíritu, la tristeza, o frente a algunos pensamientos. Es una palabra, en cualquier situación del día, útil y necesaria para comenzar el Oficio Divino. Porque si deseamos a Dios como ayuda y socorro, necesitamos también su ayuda. Tanto cuando todo nos sonríe, como cuando viene la prueba, la debilidad del hombre no puede, sin la ayuda de Dios, mantenerse firme ante las circunstancias adversas de la vida.

Quizás hoy es un buen día para recordar uno de los episodios de san Gregorio Magno sobre la vida de san Benito, cuando habla del monje débil de espíritu que vuelve a la salud:
“En uno de aquellos monasterios que había edificado en la región, existía un monje que no podía resistir la oración individual después del Oficio, y así que los hermanos se arrodillaban para darse a la oración él salía fuera y con un espíritu desocupado y débil se ocupaba en cosas terrenas y transitorias… Cuando el varón de Dios fue al monasterio, y cuando a la hora establecida, acabada la salmodia para pasar a la oración individual, vio como un infante negro que estiraba hacia fuera, por el borde del vestido, a aquel monje que no podía aguantar la oración… Al día siguiente, acabada la oración, al salir del oratorio, el varón de Dios encontró al monje que estaba fuera y ante la ceguera de su corazón lo golpeó con una vara. Y a partir de aquel día no sufrió ya ningún engaño del infante negro, sino que permaneció quieto a la hora de la oración, mientras el enemigo no se atrevió a molestarlo, como si hubiese sido él mismo que había sido golpeado por la vara” (Diálogo, cap. 4)

Evitemos el espíritu desocupado que nos arrastra a la distracción en coses terrenas, echemos fuera ese infante negro de la distracción, golpeémonos con la de nuestra conciencia y en el mayor silencio y reverencia conservemos la reverencia debida a Dios no haciendo del oratorio otra cosa que un lugar de plegaria

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