CAPÍTULO 56
LA MESA DEL ABAD
Los huéspedes y extranjeros comerán siempre en la mesa del abad. 2
Pero, cuando los huéspedes sean menos numerosos, está en su poder la facultad
de llamar a los hermanos que desee. 3 Mas deje siempre con los hermanos uno o
dos ancianos que mantengan la observancia.
San Benito presenta aquí de nuevo la solicitud que debemos tener
con los huéspedes; una hospitalidad cordial y diligente, a la vez que prudente,
discreta y limitada a quienes está asignado este servicio.
Como recuerda el abad Casiá Mª Just es necesario que la comunidad
persevere en su ambiente de silencio y de trabajo; por ello, solamente aquellos
que tienen esta responsabilidad deben dedicarse a los huéspedes. Los guías
espirituales improvisados, que actúan por su cuenta nunca dan un buen
resultado. Generalmente, sigue diciendo el abad Casiá, se trata de personas
inmaduras que, bajo la apariencia de celo pastoral, buscan, instintivamente,
llenar un vacío afectivo. San Benito es contundente en esto también.
La hospitalidad debemos practicarla con generosidad y a la vez con
discreción; solamente así puede ser fuente de gracia, tanto para los huéspedes
como para la comunidad. Sobre todo, compartiendo la experiencia de la plegaria que
enriquece tanto a los huéspedes como a la comunidad.
Puede suceder, Dios no lo quiera, que quien no comparte la
plegaria con la comunidad, está dispuesto siempre a compartir la tertulia con
los huéspedes, en lugar no conveniente, cuando no es el tiempo, y además en un
servicio que no le corresponde a él.
Por ejemplo, un huésped no ha de permanecer en el refectorio una
vez acabada la comida y hecha la bendición final, para hablar con un monje; si
tiene necesidad de hacerlo con el encargado de la hospedería, puede hacerlo
fuera en el lugar apropiado.
Ciertamente, el hospedero así lo comunica a los huéspedes, y así
está escrito en las habitaciones de la hospedería, pero nosotros nos empeñamos
en no ayudar ni al hospedero ni al huésped y no respetamos las normas.
Si compartimos las comidas con los huéspedes es porque comparten
el silencio y la lectura, y no tiene sentido que una vez acabada la comida nos
apresuremos a romper el silencio. Una vez acabada la comida, la comunidad y
huéspedes salimos ordenadamente, excepto aquellos monjes que tienen una tarea
concreta asignada para realizarla dentro, también en un clima de silencio. Si
es necesario decir algo se puede hacer buscando un lugar discreto, y no nos dé
apuro, si algún huésped si dirige a nosotros, llevarlo fuera y hablar en el
lugar pertinente para ello.
Me comentaba recientemente, un huésped que había escuchado del
mismo hospedero, y que había leído en la celda las normas en relación al
silencio y a respetar el ritmo de los monjes, pero que nada más salir de la
celda, le abordó un monje al que solo conocía de vista, y que encontraba en
ello una contradicción en este hecho de que los mismos monjes rompiesen las
normas que nos pide la Regla.
Por otro lado, en el contexto actual los huéspedes valoran y prefieren
más compartir con la comunidad las comidas, que no una comida al margen de la
comunidad; pero también es más positiva esta práctica para el hospedero y el
mismo abad que no tiene que alejarse del ritmo comunitario.
Nadie está dispensado de la vida común, desde el tiempo de
Maitines hasta la oración final del día en Completes, a no ser que por un
impedimento físico reconocido lo autorice el abad. Puede ser que algunos lleven
años de profesión monástica, pero ya no es tan claro que sean años de vida
monástica. Si estableciéramos la vida monástica en paralelo con un carnet de
puntos, quizás correríamos el riesgo si fuésemos descontando puntos por
nuestras faltas a la plegaria, al refectorio, a la recreación…. de llegar a un
saldo negativo.
Como escribía el P. Berginaud ya hace años, el monje no irá a la
hospedería sino para cumplir por obediencia una orden del abad, y no buscará la
ocasión de compartir objetos o regalos, o invitaciones, ni dentro ni fuera del
monasterio.
Puede parecer un capítulo ligado a una situación obsoleta; porque
tenemos el riesgo de que la Regla no dé respuestas a preguntas de nuestro
tiempo, y tenemos el peligro de dejar de lado todo aquello que consideremos que
ya no tiene actualidad. Si buscamos los pasajes que creemos que nos hablan hoy
nos sentiremos felices de sentir decir a san Benito lo que nos agrada sentir.
Puede pasar lo mismo con la Escritura si queremos encontrar aquello que
nosotros consideramos correcto.
San Benito es actual si leemos con un espíritu de escucha. Él
siempre se muestra preocupado por tener un equilibrio en la tensión entre
puntos diferentes y complementarios, como la soledad y la comunión. La soledad
no es aislamiento. Los monjes lo dejan todo para seguir a Cristo, que nos llama
para seguirlo en un camino de renuncia, plegaria y ascetismo. Pero esto no es
un rechazo del mundo, pues este mundo es el que Dios ha creado, lo ama y donde
envía a su Hijo que da su vida por este mundo. El monje tiene contacto con el
mundo exterior del monasterio, físico y virtual, y san Benito ha legislado
sobre este tema.
Hoy vuelve a hablarnos de las personas del exterior que vienen al
monasterio. El principio espiritual básico es que huéspedes y peregrinos se han
de recibir como a Cristo, con respeto y sin alterar nuestra vida, y hacerlo con
prudencia mediante aquello a quienes se da la responsabilidad.
En concreto aparece la referencia bíblica de las comidas como una
forma de comunión. En la vida monástica las comidas tienen una gran
importancia. La idea e fondo de esta prescripción de san Benito es que cuando
alguien llega al monasterio lo hace para conocer una comunidad, y por tanto es
la comunidad quien le recibe y es aconsejable que el abad o el hospedero, que es el único en quien
delega el abad lo haga en nombre de la comunidad, para que no se altere el
orden interior.
Cristo, esta sacramentalmente presente en la comunidad reunida en
el refectorio como en la iglesia, o, en general, en el monasterio. El mismo
Cristo recibe alojamiento, come en la comunidad. El mismo Cristo es recibido en
la persona del mundo que nos llega con sus riquezas, sus problemas, su pobreza…
aquí como en toda la Regla san Benito
espera de nosotros una mirada de fe; la visión que se lleve el huésped puede
ser decisiva de cara al fruto espiritual de su visita. Recibamos con espíritu
de generosidad y a la vez de discreción; solamente así la acogida puede ser
fuente de gracia, tanto para los huéspedes como para la comunidad.
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