CAPÍTULO 22
CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES
Cada monje tendrá su propio lecho para dormir. 2Según el criterio
de su abad, recibirán todo lo necesario para la cama en consonancia con su género
de vida. 3En la medida de lo posible, dormirán todos juntos en un mismo lugar;
pero si por ser muchos resulta imposible, dormirán en grupos de diez o de
veinte, con ancianos que velen solícitos sobre ellos. 4Hasta el amanecer deberá
arder continuamente una lámpara en la estancia. 5Duerman vestidos y ceñidos con
cintos o cuerdas, de manera que mientras descansan no tengan consigo los cuchillos,
para que no se hieran entre sueños. 6Y también con el fin de que los monjes
estén siempre listos para levantarse; así, cuando se dé la señal, se pondrán en
pie sin tardanza y de prisa para acudir a la obra de Dios, adelantándose unos a
otros, pero con mucha gravedad y modestia. 7Los hermanos más jóvenes no tengan
contiguas sus camas, sino entreveradas con las de los mayores. 8Al levantarse
para la obra de Dios, se avisarán discretamente unos a otros, para que los
somnolientos no puedan excusarse.
Dos
ideas centran este capítulo: en primer lugar, la humanidad y concreción con la
cual san Benito regula la vida de los monjes. Nos habla de dormir, descansar
las horas necesarias para estar bien dispuestos durante la jornada. La segunda
es la disponibilidad. Dos ideas muy unidas: descansar para estar siempre dispuestos,
a punto.
En
tiempos de san Benito los monasterios habían sufrido un cambio, yendo del
eremitismo al cenobitismo. En el monaquismo egipcio la celda era el lugar de
dormir, orar, trabajar, con la idea de que eso facilitaba la plegaria continua
y la dimensión contemplativa de la vida monástica. Cuando llega el cenobitismo,
las celdas son ocupadas por dos o tres monjes.
Pacomio
y Casiano nos hablan de este tema. Ciertamente, el monje en la celda está más
expuesto a la acedía, pero, por otra parte, la soledad en la celda puede venir
a ser una buena escuela para el monje, idea de la que son herederos los
cartujanos y otras formas de vida monástica similares.
Al
expandirse el cenobitismo, el trabajo compartido y la plegaria comunitaria, se
está menos tiempo en la celda, en lo cual los padres del monaquismo ven ciertos
peligros, como acaparar cosas, comida sin permiso, riesgos relacionados con la
castidad. Las Reglas muestran la conciencia que tienen los padres del
monaquismo de estos peligros al establecer, por ejemplo, que no se entre en la
celda de otro, guardar cierta distancia física entre los monjes, u otros
consejos similares.
El
dormitorio común aparece como una medida antes estas situaciones, y para
conservar la disciplina y las buenas costumbres dentro del monasterio. Es
curioso como alrededor del año 535 el mismo emperador Justiniano establece que
debe haber dormitorios comunes en los monasterios para permitir una cierta
vigilancia. Lo que nos dice san Benito en este capítulo se halla en esta línea
y ha atraído la atención de algunos comentaristas. Así, Adalberto de Vogüe
contempla no tanto un progreso como una medida preventiva ante los problemas
existentes en las comunidades de la época. De aquí las concreciones de san
Benito al indicar que en el dormitorio arda siempre una luz hasta el amanecer,
o que los monjes duerman vestidos o ceñidos, o que haya ancianos entre los
jóvenes; y el detalle curioso que nos revela que el uso del cuchillo estaba muy
extendido entre los monjes. Hay dos alusiones curiosas en este capítulo: tener
cada uno un lecho, lo que no era habitual en la población de la época, que
dormía en común en la paja, y los cuchillos, como una herramienta que,
seguramente, utilizarían para comer en lugar de los actuales cubiertos.
Pero lo
realmente importante en este capítulo es la disponibilidad que se pide a los
monjes. Un tema que estos días tenemos muy de actualidad, precisamente en
nuestra comunidad.
No puedo
dejar de concretar y personalizar que lo que nos dice san Benito sobre el estar
a punto, en estas horas que despedimos, encomendando al Señor, a nuestro
hermano fray Ricardo, en el que contemplamos un ejemplo de vida siempre
disponible para el Señor y los hermanos, siempre a punto para servir, para ir a
la plegaria; en una palabra, siempre a punto para el encuentro con el Señor.
Tanto es así, que entró al monasterio con la idea de vivir este encuentro de
manera inminente, pero el Señor, que no tiene ninguna prisa, quizás prefirió
que generaciones de monjes pudieran gozar con su convivencia, pues fue un monje
que con el ejemplo, y con la palabra sencilla que le salía del corazón y de su
inmensa fe, arraigada en la Palabra de Dios, nos tocó a todos el alma. Y así ha
encontrado la muerte: sirviendo, poniendo cubiertos y ayudando a poner la mesa,
sirviendo hasta el último momento. Pertenecía a una generación de hermanos con
una vocación y un fe sólidas como la roca. Nos ha dejado lo mejor: su ejemplo.
San
Benito nos habla nos habla de la disponibilidad, de estar siempre a punto, lo
hace a través de toda la Regla, pero aquí nos la pide ya desde el principio de
la jornada, para levantarnos del descanso de la noche, y empezar la tarea
encomendada con el Oficio Divino, y para lo cual es necesaria descansar lo
suficiente a fin de levantarnos en su momento.
La
actitud de servicio humilde es fundamental en nuestra vida, y a la vez una
herramienta muy valiosa para salir de nuestro egocentrismo. El P. Miguel
Estradé, tarraconense y monje de Montserrat, escribía en un texto, entre
divertido y acertado, que a menudo creemos erróneamente “que es compatible un
espíritu de servicio en unas cosas, y el egoísmo en otras”, y ponía un ejemplo:
“en el comer, tomar la mejor parte, procurar ser los primeros, porque de lo
contrario ya no voy a encontrar aquello que me agrada; en la recreación, para
tomar los diarios, pues de lo contrario otros los habrán cogido; o tener un lugar
o una herramienta como propia”. Decía que incluso la misma compasión puede
teñirse de egoísmo: “¡no puedo sufrir que otro sufra!” Pero si mi sensibilidad
no fuese molestada, quizás estaría más indiferente al sufrimiento del otro”.
Ante
esto, la vida monástica exige el darnos poco a poco en los pequeños detalles,
en las cosas insignificantes. Esta ha sido también la vida de fray Ricardo,
llena de detalles, una vida de monje verdadera, llena de humanidad y de fe.
Seguro que todos tenemos anécdotas e historias de nuestra relación con él,
aunque lo realmente importante es todo lo que contemplamos detrás de ello, el
conjunto de su vida, donde contemplamos una verdadera búsqueda de Dios.
Es la
santidad de la “puerta de al lado” o “la clase media de la santidad” de la que
habla el Papa Francisco. San Benito nos habla en este capítulo de los detalles
de la vida de los monjes y de la disponibilidad, de estar siempre a punto. Dos
ideas que nos pueden resumir perfectamente la vida de nuestro hermano Ricardo a
quien deseamos, verdaderamente la gloria que él tantos años ha esperado y
deseado en el camino de este mundo.
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