CAPÍTULO 29
SI DEBEN SER READMITIDOS
LOS HERMANOS QUE SE VAN DEL MONASTERIO
Si un hermano que por su culpa ha salido del monasterio quiere
volver otra vez, antes debe prometer la total enmienda de aquello que motivó su
salida, 2y con esta condición será recibido en el último lugar, para probar así
su humildad. 3Y, si de nuevo volviere a
salir, se le recibirá hasta tres veces; pero sepa que en lo
sucesivo se le denegará toda posibilidad de retorno al monasterio.
Estamos
en la parte de la Regla llamada Código penal. San Benito, siempre tan realista,
sabe que, a pesar de todo, tenemos faltas y que algunas de estas faltas pueden
afectar a toda la comunidad. Por esto, en casos puntuales, extremos podríamos
decir, se puede producir el abandono del monasterio. Pero, ni en casos así san
Benito cierra la puerta a la vuelta, un retorno condicionado por dos factores:
en primer lugar, la corrección de lo que hizo que el monje se marchara, y, en
segundo lugar, aceptar el último lugar para comprobar su humildad.
El capítulo
se refiere a dejar la comunidad por la propia culpa, y después de un proceso de
arrepentimiento pedir el retorno. Ciertamente, no la cita pero podría hacerse
un paralelismo con la parábola del capítulo 15 del evangelio de san Lucas:
marchar, arrepentirse y volver con el mismo pensamiento del hijo pródigo: “volveré a mi padre y le diré: “Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame
como a uno de tus jornaleros” (Lc 15,18-19). Entonces, pide a la comunidad
la generosidad del padre de la parábola para acogerlo de nuevo. La falta
cometida puede ser muy diversa, y ausentarse después de uno de los procesos
descritos por san Benito en los capítulos anteriores. Dios quiera que no
necesitemos nunca, después de las exhortaciones, la prevención de la
excomunión, de la plegaria o el castigo de los azotes. En cualquier caso, el
apartamiento de la comunidad aparece como medida extrema y reversible, habiendo
la posibilidad del indulto, de la vuelta, condicionado a un propósito de
enmienda, e incluso hasta tres veces.
Dejar
una comunidad no es algo generalizado, pero tampoco es algo infrecuente en la
vida de las comunidades. Una marcha siempre hace daño, y todavía más si es por
un motivo que tiene una relación con la comunidad.
En
nuestra sociedad todo se contempla como provisional, un matrimonio se contrae
muchas veces con la idea de que “dure lo que tenga que durar”, como también un
empleo, u otras muchas cosas. Cómo vivir hoy nuestra vocación, y concretamente
la estabilidad hasta la muerte en medio de una sociedad relativista, es un
reto. Si partimos de la base de que es Dios quien nos llama, ¿cómo pensar que
nos llama solo para un tiempo concreto, con una fecha de caducidad? Se ha hablado muchas veces de si sería
posible un monaquismo temporal, por unos meses o unos años. Pero si volvemos a
la raíz que debe tener nuestra vocación, la llamada de Dios, ésta se
corresponde con una relación de amor; nos enamoramos de Dios, y esto tiene poco
de racionalidad. De la misma manera que en el enamoramiento en la vida de una
pareja. Si hay amor, éste, por definición, tiene una vocación de
perdurabilidad, hasta la muerte, que en el caso de Dios va más allá de la
muerte, porque más allá creemos que podemos gozar de manera plena de la
proximidad del amor de Dios, si nos encontramos entre los salvados por su
gracia. La temporalidad no conviene a este tipo de relación que pedimos vivir
en una comunidad concreta. Nos enamoramos de Dios y no de una comunidad, esto
es cierto, pero nos comprometremos a vivir esta relación de amor en un lugar
concreto, con unos votos y compromisos bien concretos.
Podemos
ser infieles a este compromiso de amor con Dios vivido en una comunidad
abandonando el monasterio con el deseo de no volver más, ir a otro monasterio,
con la intención de no volver a la comunidad donde profesamos; o de volver
después de un tiempo, motivado seguramente por el deseo de encontrar un lugar
mejor, movidos de un cierto romanticismo.
Escribe
el P. Agustín Roberts de la abadía Azul en Argentina, que el monje inquieto
cree que ha de cambiar de lugar para ser más perfecto, pero quizás, al final,
solo viene a mostrar su infecundidad en la comunidad a la que pertenece, y si
no ha dado fruto y cree que la solución es cambiar de escenario; quizás también
es el mismo monasterio quien actúa en el fondo sobre él para motivarlo a
marchar, y entonces se puede producir
una situación crítica con el riesgo de perder la vocación, o incluso el sentido
religioso de su vida.
Para el beato
Guerric, el deseo de cambio viene dado por la impaciencia, la inquietud o las
ilusiones que solamente son fruto de nuestra imaginación.
San Bernardo
escribe: es una temeridad dejar lo que es
cierto y conocido por lo dudoso y desconocido… Desconfío de la ligereza siempre
que nos lleva a soñar en lo que no tenemos, a la vez que rechazamos lo que
tenemos. Pues a la vez deseamos algo y lo rechazamos ligera e irracionalmente
(El precepto y la dispensa, 46)
También
podemos ser infieles interiormente. En una especie de exilio o exclaustración
interior, apartándonos de la plegaria comunitaria, en toda o en parte, del
contacto con la Palabra, del trabajo, o manteniendo una apariencia de vida
monástica en las formas, pero vaciándola de todo amor que no sea lo referente a
nosotros mismos, a nuestros caprichos; en definitiva, desenamorándonos de Dios.
El
objetivo de una comunidad es la transformación en Cristo de cada uno de sus
miembros; buscando el bien común y no otro distinto; que todos vayan arraigando
en la búsqueda de Dios, de quien nos hemos enamorado todos juntos y cada uno en
particular. No es esto el producto de un egoísmo individualista, sino que debe
ser consecuencia de una vocación al servicio de Dios. No unimos a un grupo de
personas con un mismo enfoque de vida, y en este marco debemos encontrar el
equilibrio justo entre la dignidad personal, siempre irrenunciable, y la
sociedad estructurada en que vivimos; entre nuestra vocación a una relación
íntima con Dios y los deberes hacia los hermanos. Llamados individualmente por
el Señor, para hacer camino en un monasterio concreto, perseverando en el amor
a Cristo y a la comunidad, y también a los que no perseveran o a los que salen
del monasterio. Quizás, hemos de pensar también que podemos ser nosotros, por
la falta de caridad o dureza del corazón, o el mal ejemplo un factor de
estabilidad o inestabilidad de los miembros de la comunidad.
Es
necesaria la fe y la humildad para aceptar nuestra propia situación y la de la
comunidad, con las debilidades de los demás y las nuestras, con las
imperfecciones humanas inevitables. Pero será siempre necesario vencerlas con
la plegaria, el trabajo, el contacto con la Palabra. Nos dice san Benito en el
Prólogo de la Regla:
“¿Qué cosa más dulce para nosotros,
hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? Mirad como el Señor, en su bondad nos muestra el camino de
la vida“(Pr. 19-20
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