domingo, 12 de mayo de 2019

CAPÍTULO 34 SI TODOS HAN DE RECIBIR IGUAL LAS COSAS NECESARIAS


CAPÍTULO  34

SI TODOS HAN DE RECIBIR IGUAL LAS COSAS NECESARIAS

Está escrito: «Se distribuía según lo que necesitaba cada uno». 2Pero con esto no queremos decir que haya discriminación de personas, ¡no lo permita Dios!, sino consideración de las flaquezas. 3Por eso, aquel que necesite menos, dé gracias a Dios y no se entristezca; 4pero el que necesite más, humíllese por sus flaquezas y no se enorgullezca por las atenciones que le prodigan. 5Así todos los miembros de la comunidad vivirán en paz. 6Por encima de todo es menester que no surja la desgracia de la murmuración en cualquiera de sus formas, ni de palabra, ni con gestos, por motivo alguno. 7Y, si alguien incurre en este vicio, será sometido a un castigo muy severo. 

Necesidades, debilidades y murmuraciones, son las tres palabras clave de este capítulo. Tener todas las necesidades cubiertas, hoy, es una situación de privilegio; mucho más en la época de san Benito, donde la mayor parte de la población no tenía las necesidades básicas garantizadas. Siempre debemos dar gracias a Dios por tener a punto todo aquello que necesitamos. Un plato en la mesa, un lecho, un coche a la puerta si es necesario, y todo aquello de que tenemos necesidad en nuestra vida. 

La sociedad actual crea adiciones, crea necesidades allí donde no las hay, y, a la vez, frustraciones si no las obtiene, y no precisamente en lo que tiene necesidad sino en cosas que se desean siendo superfluas e innecesarias. Cuando esta dinámica social está tan arraigada cuesta más mantenerse al margen de las opciones de nuestra vida concreta. A nivel material nos tendríamos que considerar satisfechos porque tenemos todo aquello de que tenemos necesidad, y deberíamos sentirnos libres de la dinámica tan actual que establece el deseo como una meta, un deseo que alimenta un nuevo deseo, y así de manera ilimitada, sin llegar nunca a la felicidad, porque no satisfacemos del todo nuestras necesidades sino nuestros caprichos. Tener por tener, puede parecer que da la felicidad, pero no es cierto; incluso, a veces, también nosotros podemos pensar que si tuviéramos algo concreto que deseamos ya no necesitaríamos nada más, y no es así, pues, si lo llegamos a tener, la felicidad no nos viene automáticamente, pues lo probable es que desearíamos algo nuevo. A nivel material uno de nuestros votos es el de la pobreza. Quizás, hablar de pobreza sería excesivo, contemplando nuestra vida, pero sí que podríamos hablar de contención, de evitar caer en el consumismo, en los excesos, de aprovechar lo que tenemos, de optimizar recursos, dicho en un lenguaje económico. Cada vez que pensamos en apagar nuestra sed con algo material, su posesión comporta su devaluación, porque ya no lo valoramos porque lo tenemos, y esto hace crecer mas en nosotros el vacío.

San Benito nos habla también de debilidades, de tristeza y de murmuración. Si en todo momento nos estamos comparando unos con otros, ciertamente, nos ponemos difícil la paz. Puede ser que si un día, o una temporada, necesitamos algo y después ya no, entonces debemos dar gracias a Dios de no necesitarlo, más que quejarnos de una supuesta pérdida que no es, en realidad, tal. San Benito nos recomienda el sentimiento de humillación si necesitamos algo, y el de comprensión hacia el necesitado.

Explican que los ingleses intentaban transmitir sus costumbres a los pueblos africanos colonizados por ellos. Entre estas costumbres estaba el criquet. Advirtieron que los partidos entre los africanos siempre acababan en empate. Al preguntar el porqué de ese comportamiento esta fue la respuesta: “ganar siempre crea problemas, porque si siempre hay un ganador y un vencido, hay el riesgo de traspasar los límites del terreno de juego. Pero si emparamos todos gozamos del partido y no hay ningún riesgo de que alguien se sienta humillado, o que alguien se sienta superior. De esta forma, un partido viene a ser un tiempo de buena convivencia y nada más”.

Esta historia, por supuesto que no la conocía san Benito, pero cuando nos habla de necesidades, debilidades y murmuraciones, nos invita a adoptar esta actitud de no querer ser superiores a los demás, tampoco en el aspecto material. Lo que san Benito nos propone es una igualdad asimétrica; todos somos iguales, pero a la vez no lo somos; lo importante es tener la mirada puesta en Cristo, ver cubiertas nuestras necesidades, pero no crearnos otras nuevas superfluas, ni mucho menos provocar malestar al considerar las necesidades de los otros.

La murmuración es en el fondo una queja, y la queja puede venir a ser una manera de afrontar la vida, y activar en los demás un sentimiento de lástima. Escribe Salvo Noé en el libro “Prohibido quejarse” que suele nombra el Papa Francisco que esta actitud es como si la supuesta víctima pusiera en marcha un mecanismo para involucrar a favor suyo el potencial salvador que cree tener delante, un mecanismo dirigido a manipular a los demás.

Este capítulo, aparte de su evidente sentido material nos puede poner también delante la necesidad espiritual. En el monasterio tenemos o podemos tener todo aquello que necesitamos para llevar a término una saludable vida monástica:  un ambiente, una formación. Un horario, un oficio divino, un contacto con la Palabra de Dios, un trabajo una comunidad… Pero en este terreno podemos caer en una especie de consumismo espiritual, alejándonos de la centralidad en Cristo, buscando aquella ocupación concreta que creemos merecer por ser los más idóneos, envidiando a otro, o queriendo tener algún recurso superfluo para nuestra vida, y cuando no lo conseguimos, como nos viene a recodar san Benito, podemos caer en el mal de la murmuración, expresado de palabra, obra u omisión.

Todo esto, en su conjunto, nos puede hacer perder la paz, y éste es el gran peligro, y ya no a causa de algo fundamental, sino per cosas accidentales. Si es cierto que el sentimiento de necesidad material, el consumismo, crea más infelicidad que felicidad, también la inestabilidad espiritual fundamentada en una falsa necesidad de algo, nos puede crear infelicidad al perder de vista el seguimiento de Cristo, pobre y humilde.

Es algo que nos recuerda san Ambrosio: “El árbol de la cruz es como la nave de nuestra salvación, nuestro vehículo, no nuestra pena. Realmente, no hay salvación posible fuera de este vehículo de salvación eterna; mientras espero la muerte, no la siento; despreciando la pena no la sufro; no teniendo en cuenta el miedo, lo ignoro.”

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