CAPÍTULO 34
SI TODOS HAN DE RECIBIR IGUAL LAS COSAS NECESARIAS
Está escrito: «Se
distribuía según lo que necesitaba cada uno». 2Pero con esto no queremos decir
que haya discriminación de personas, ¡no lo permita Dios!, sino consideración
de las flaquezas. 3Por eso, aquel que necesite menos, dé gracias a Dios y no se
entristezca; 4pero el que necesite más, humíllese por sus flaquezas y no se
enorgullezca por las atenciones que le prodigan. 5Así todos los miembros de la
comunidad vivirán en paz. 6Por encima de todo es menester que no surja la
desgracia de la murmuración en cualquiera de sus formas, ni de palabra, ni con
gestos, por motivo alguno. 7Y, si alguien incurre en este vicio, será sometido
a un castigo muy severo.
Necesidades,
debilidades y murmuraciones, son las tres palabras clave de este capítulo.
Tener todas las necesidades cubiertas, hoy, es una situación de privilegio;
mucho más en la época de san Benito, donde la mayor parte de la población no
tenía las necesidades básicas garantizadas. Siempre debemos dar gracias a Dios
por tener a punto todo aquello que necesitamos. Un plato en la mesa, un lecho,
un coche a la puerta si es necesario, y todo aquello de que tenemos necesidad
en nuestra vida.
La sociedad
actual crea adiciones, crea necesidades allí donde no las hay, y, a la vez,
frustraciones si no las obtiene, y no precisamente en lo que tiene necesidad
sino en cosas que se desean siendo superfluas e innecesarias. Cuando esta
dinámica social está tan arraigada cuesta más mantenerse al margen de las
opciones de nuestra vida concreta. A nivel material nos tendríamos que
considerar satisfechos porque tenemos todo aquello de que tenemos necesidad, y
deberíamos sentirnos libres de la dinámica tan actual que establece el deseo
como una meta, un deseo que alimenta un nuevo deseo, y así de manera ilimitada,
sin llegar nunca a la felicidad, porque no satisfacemos del todo nuestras
necesidades sino nuestros caprichos. Tener por tener, puede parecer que da la
felicidad, pero no es cierto; incluso, a veces, también nosotros podemos pensar
que si tuviéramos algo concreto que deseamos ya no necesitaríamos nada más, y
no es así, pues, si lo llegamos a tener, la felicidad no nos viene
automáticamente, pues lo probable es que desearíamos algo nuevo. A nivel
material uno de nuestros votos es el de la pobreza. Quizás, hablar de pobreza
sería excesivo, contemplando nuestra vida, pero sí que podríamos hablar de
contención, de evitar caer en el consumismo, en los excesos, de aprovechar lo
que tenemos, de optimizar recursos, dicho en un lenguaje económico. Cada vez
que pensamos en apagar nuestra sed con algo material, su posesión comporta su
devaluación, porque ya no lo valoramos porque lo tenemos, y esto hace crecer
mas en nosotros el vacío.
San Benito nos
habla también de debilidades, de tristeza y de murmuración. Si en todo momento
nos estamos comparando unos con otros, ciertamente, nos ponemos difícil la paz.
Puede ser que si un día, o una temporada, necesitamos algo y después ya no,
entonces debemos dar gracias a Dios de no necesitarlo, más que quejarnos de una
supuesta pérdida que no es, en realidad, tal. San Benito nos recomienda el
sentimiento de humillación si necesitamos algo, y el de comprensión hacia el
necesitado.
Explican que los
ingleses intentaban transmitir sus costumbres a los pueblos africanos
colonizados por ellos. Entre estas costumbres estaba el criquet. Advirtieron
que los partidos entre los africanos siempre acababan en empate. Al preguntar
el porqué de ese comportamiento esta fue la respuesta: “ganar siempre crea
problemas, porque si siempre hay un ganador y un vencido, hay el riesgo de
traspasar los límites del terreno de juego. Pero si emparamos todos gozamos del
partido y no hay ningún riesgo de que alguien se sienta humillado, o que
alguien se sienta superior. De esta forma, un partido viene a ser un tiempo de
buena convivencia y nada más”.
Esta historia,
por supuesto que no la conocía san Benito, pero cuando nos habla de
necesidades, debilidades y murmuraciones, nos invita a adoptar esta actitud de
no querer ser superiores a los demás, tampoco en el aspecto material. Lo que
san Benito nos propone es una igualdad asimétrica; todos somos iguales, pero a
la vez no lo somos; lo importante es tener la mirada puesta en Cristo, ver
cubiertas nuestras necesidades, pero no crearnos otras nuevas superfluas, ni
mucho menos provocar malestar al considerar las necesidades de los otros.
La murmuración
es en el fondo una queja, y la queja puede venir a ser una manera de afrontar
la vida, y activar en los demás un sentimiento de lástima. Escribe Salvo Noé en
el libro “Prohibido quejarse” que suele nombra el Papa Francisco que esta
actitud es como si la supuesta víctima pusiera en marcha un mecanismo para
involucrar a favor suyo el potencial salvador que cree tener delante, un
mecanismo dirigido a manipular a los demás.
Este capítulo,
aparte de su evidente sentido material nos puede poner también delante la
necesidad espiritual. En el monasterio tenemos o podemos tener todo aquello que
necesitamos para llevar a término una saludable vida monástica: un ambiente, una formación. Un horario, un
oficio divino, un contacto con la Palabra de Dios, un trabajo una comunidad…
Pero en este terreno podemos caer en una especie de consumismo espiritual,
alejándonos de la centralidad en Cristo, buscando aquella ocupación concreta que
creemos merecer por ser los más idóneos, envidiando a otro, o queriendo tener
algún recurso superfluo para nuestra vida, y cuando no lo conseguimos, como nos
viene a recodar san Benito, podemos caer en el mal de la murmuración, expresado
de palabra, obra u omisión.
Todo esto, en su
conjunto, nos puede hacer perder la paz, y éste es el gran peligro, y ya no a
causa de algo fundamental, sino per cosas accidentales. Si es cierto que el
sentimiento de necesidad material, el consumismo, crea más infelicidad que felicidad,
también la inestabilidad espiritual fundamentada en una falsa necesidad de
algo, nos puede crear infelicidad al perder de vista el seguimiento de Cristo,
pobre y humilde.
Es algo que nos
recuerda san Ambrosio: “El árbol de la
cruz es como la nave de nuestra salvación, nuestro vehículo, no nuestra pena.
Realmente, no hay salvación posible fuera de este vehículo de salvación eterna;
mientras espero la muerte, no la siento; despreciando la pena no la sufro; no
teniendo en cuenta el miedo, lo ignoro.”
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