CAPÍTULO 48
EL TRABAJO MANUAL DE CADA DÍA
La ociosidad es
enemiga del alma; por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el
trabajo manual, y a otras, en la lectura divina. 2 En consecuencia, pensamos
que estas dos ocupaciones pueden ordenarse de la siguiente manera: 3 desde
Pascua hasta las calendas de octubre, al salir del oficio de prima trabajarán
por la mañana en lo que sea necesario hasta la hora cuarta. 4 Desde la hora cuarta
hasta el oficio de sexta se dedicarán a la lectura. 5 Después de sexta, al
levantarse de la mesa, descansarán en sus lechos con un silencio absoluto, o,
si alguien desea leer particularmente, hágalo para sí solo, de manera que no
moleste. 6 Nona se celebrará más temprano, mediada la hora octava, para que
vuelvan a trabajar hasta vísperas en lo que sea menester. 7 Si las
circunstancias del lugar o la pobreza exigen que ellos mismos tengan que
trabajar en la recolección, que no se disgusten, 8 porque precisamente así son
verdaderos monjes cuando viven del trabajo de sus propias manos, como nuestros
Padres y los apóstoles. 9 Pero, pensando en los más débiles, hágase todo con
moderación.
“La ociosidad es la madre de todos los vicios” (Eclo
33,29), una idea del Eclesiástico que recoge
san Benito. La regla establece que toda la jornada esté ocupada por diversas
actividades: el trabajo, la lectura divina, la plegaria, el reposo… Parece que
san Benito sabe lo del dicho popular: qui no te feina el gat pentina (refran popular catalán referido a que quien no tiene faena, se dedica a labores inñutiles o superfluas como peinar un gato), y
cree que nuestra alma puede estar en peligro si, en lugar de seguir el horario
que nos aconseja, damos prioridad al ocio sobre la actividad que toca en el
momento que toca. No se trata de activismo, o de que le horario sea nuestro
objetivo por sí mismo, sino de un medio de buscar a Dios.
San Agustín hace
una reflexión importante sobre el trabajo de los monjes en la lectura que
escuchamos en la Sala capitular. Hace unos meses reflexionamos sobre este tema
en la comunidad. San Agustín, comentando el Evangelio y las Cartas de san Pablo
nos venía a decir que no hemos de tentar a Dios esperando que él nos lo dé todo
hecho. En cuanto a lo que necesitamos para vivir materialmente, no debemos
dejarlo a la responsabilidad divina, sino que cada uno debe hacer lo que pueda,
jóvenes o grandes, más o menos fuerte, en la medida de nuestras posibilidades.
Porque si podemos trabajar, debemos hacerlo como un don del Señor, no como una
carga, pues entonces es cuando somos verdaderamente monjes, dice san Benito.
El trabajo nos
aporta madurez y responsabilidad, mientras que la ociosidad puede traernos
grandes males, como la murmuración, que tanto rechaza san Benito, o la pereza,
de manera que se nos vaya apoderando hasta paralizarnos.
Recordemos el
que estos días hemos escuchado del Papa en la lectura del refectorio al hablar
de la vocación en la vida consagrada:
“Es muy necesario morderse la lengua. Para mí, dice
el Papa, éste es un consejo ascético, uno
de los más fecundos en una vida comunitaria. Antes de hablar mal de un hermano
o de una hermana, muérdete la lengua”.
También san
Agustín nos recuerda en su obra La santa virginidad, (nº 34) que san Pablo
califica de chafarderos a algunas personas, y que este vicio viene de la
ociosidad.
Quizás san
Benito añadiría que nos centremos bien en la plegaria, en la lectura y el
trabajo, cuando corresponde, y evitaremos en parte la tentación de caer en la
murmuración, hija de victimismo inmaduro, como destaca Aquinata Böckmann.
Porque la ociosidad conduce al crecimiento de los propios deseos y éstos nos
llevan a las enfermedades del alma. Al fin y al cabo, la ociosidad nos lleva a
ser esclavos de nuestros propios deseos, y nos cierra a Dios. Para evitarlo
debemos estar ocupados en todo tiempo en aquello que nos corresponde hacer. Como
dice el Eclesiastés: “Todo tiene su
momento bajo el cielo, hay un tiempo para cada cosa” (Ecl 3,1)
De este capítulo
podríamos sacar la expresión “Ora et
Labora”, una frase que alude como a un resumen de la vida monástica, aunque
no aparezca formulada con estas palabras en la Regla. Y según esta expresión,
la vida monástica debe dividirse en dos partes: oración y trabajo. San Benito
nunca la emplea; en parte, porque de acuerdo con la tradición monástica, el
trabajo es también una forma de plegaria y la plegaria una forma de trabajo.
San Benito parla del monasterio como de un obrador en el cual los monjes
trabajan noche y día con unas herramientas muy particulares, las de las buenas
obras que han de abarcar todos los aspectos de nuestra vida. (RB 4,78)
Recordando la
figura de san Teodoro Estudita el Papa Benedicto XVI decía: “Para san Teodoro Estudita, junto a la
obediencia y la humildad, una virtud importante es la “philergia”, es decir, el
amor al trabajo, en el cual ve un criterio para comprobar la cualidad de la
devoción personal. Quien es fervoroso en los compromisos materiales lo es
también en los espirituales. Por eso, no admite que bajo el pretexto de oración
y de la contemplación, el monje se dispense del trabajo, que, en realidad,
según él y toda la tradición monástica es un medio para encontrar a Dios”.
(Audiencia general, 27 Mayo 2009)
El trabajo y la
lectura nos ayudan a la conversión personal, porque es la verdadera tarea que
nos corresponde a cada uno en particular y a todos como comunidad. El
monasterio, de esta forma, es un obrador, donde se hace un trabajo bien
concreto que nos lleva a Dios.
Para favorecer
esta tarea san Benito cree que todo debe estar ordenado de manera que los
monjes estén permanentemente involucrados en el trabajo de conversión, sin
distracciones, a no ser que haya una necesidad. Por ello san Benito dice que “el monasterio se ha de establecer de manera
que todas las cosas necesarias, se ejerzan dentro del monasterio, para que los
monjes no tengan necesidad de correr por fuera, porque no conviene de ninguna
manera para sus almas” (RB 66,6-7)
La Regla busca
una vida equilibrada, sin caer en extremos, como podría ser buscar solo el
interés económico. Ya en el Prólogo, san Benito nos dice, hablando de nuestra
vida, de no instituir nada áspero o difícil. (RB, Pr. 46). Esta idea la repite
en varias ocasiones. Halando del mayordomo, afirma que si la comunidad es
numerosa que le pongan un auxiliar, para que pueda cumplir con tranquilidad el
oficio encomendado (RB 31,17). Lo mismo dice sobre lo que están de semana: “se
le procure ayudantes, para que no lo hagan con tristeza” (RB 25,3-4)
San Benito nos
dice que oremos, leamos la Palabra de Dios, que trabajemos, sin angustia y
tristeza, “para que nadie se turbe o
entristezca en la casa de Dios” (RB 31,19).
Escribe Andres
Louf: “el equilibrio entre el trabajo y
la quietud en una vida monástica viene a ser una especie de apuesta que solo
puede tener como resultado el mantener la gracia. De aquí que este equilibrio
se puede considerar como el criterio de una vida monástica más o menos feliz y
realizada. Para que se produzca este equilibrio es necesario que predomine en
el monje el gusto por la plegaria y la lectio” (El camino cisterciense, p.125)
Como un
comentario vivo de este capítulo podríamos fijarnos en algunos monjes que con
su edad y sus limitaciones físicas no solo cumplen la jornada laboral, por
ejemplo, en la lavandería, sino que además hacen el servicio de portería o
celebrar la Eucaristía en la enfermería, cuando se les pide, y no dejando de
acudir a ningún acto comunitario. O el hermano, que con más de 90 años baja de
la enfermería para ayudar a plegar ropa en la lavandería, continua con las
lecturas espirituales, o asistiendo cada día la eucaristía n la enfermería. Son
monjes que edifican a la comunidad, son un comentario vivo de este capítulo que
se nos ofrece para reflexionar.
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