CAPÍTULO
14
COMO
HAN DE CELEBRARSE
LAS
VIGILIAS EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS
En las fiestas de los santos y en todas las
solemnidades, el oficio debe celebrarse tal como hemos dicho que se haga en el
oficio dominical, 2sólo que los salmos, antífonas y lecturas serán los
correspondientes al propio del día. Pero se mantendrá la cantidad de salmos
indicada anteriormente.
Dies
natalicius, era la expresión usual para hablar de
las fiestas o memorias de los santos, es decir el día de su muerte, o mejor de
su nacimiento a la vida eterna, a la vida verdadera. Ciertamente, a lo largo de
los siglos se han ido incorporando santos al martirologio; cada día suele haber
varios, y no se pueden celebrar todos. Una de las causas de este número es la
universalización de la santidad. Se han ido incorporando santos de las diversas
partes de mundo, y de distintos niveles eclesiales: papas, obispos, sacerdotes,
religiosos, laicos… que han venido a ser unos fieles testimonios de fe.
En nuestro
monasterio tenemos memorias a las que dedicamos todo el oficio, otros solo
eucaristía, además de las fiestas litúrgicas y solemnidades, que se presentan
con categoría litúrgica diversa, pues no es lo mismo la celebración de la
Pascua, Pentecostés o Navidad, que la que podemos dedicar a un santo, aunque
sea nuestro.
San Benito en el
texto latino habla de vero festivitatibus, quizás una indicación de que
este capítulo es un excursus, o un anexo, para marcar las diferencias entre las
fiestas de los santos y otras celebraciones, como las solemnidades del Señor.
La memoria de los
santos se puede valorar desde una doble perspectiva. En primer lugar es preciso
dar una primacía al Año Litúrgico, lo cual ya queda claro en la Constitución
Sacrosantum Concilium, sobre Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, que
presenta una especial resonancia en la celebración del Misterio de Cristo en el ciclo del año: Encarnación,
Navidad, Ascensión, Pentecostés, teniendo como centro la Resurrección de Cristo
de la que hacemos memoria en el día del Señor, es decir cada domingo, pero de
manera especial cuando celebramos anualmente la Pascua.
La misma
Constitución nos dice que la Iglesia ha introducido a lo largo del año las
memorias de mártires y otros santos; aquellos a los que la Iglesia señala como
gozando de una alabanza perfecta, y a los que nos podemos dirigir para que nos
ayuden ante Jesucristo que es el único intercesor delante del Padre. Con la
celebración de los santos la Iglesia nos lo propone como ejemplo de vida (Cfr
SC, 104).
El centro continúa
siendo Cristo, los santos proclaman las maravillas de Cristo, y se presentan
como ejemplos de vida cristiana. Así lo recalca la Constitución SC.:
“para que las fiestas de los santos no aparezcan por delante de los misterios de la salvación, algunas han de ser dejadas a la celebración de cada iglesia particular, o nación, o familia religiosa. Que sean propias de toda la Iglesia, solamente aquellas que recuerdan santos de una importancia realmente universal…”
La santidad es el
tema de la Exhortación Apostólica Gaudete et exultate, del Papa Francesc. Para
él la santidad no es la imitación de un modelo abstracto e ideal. Las referencias
de la santidad ordinaria son simples, próximas y populares. Hay muchos tipos de
santos. Además de los santos oficialmente reconocidos por la Iglesia hay muchas
más personas corrientes que no figuran en el martirologio romano, no obstante,
han sido decisivas para cambiar en el mundo la vida de sus familias o de otros
muchos cristianos mártires que son todo un signo para nuestro tiempo.
Cada
santo es una misión, es un proyecto del Padre para reflexionar y encarnar en un
momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio… (GE, 19)
La
santidad es vivir los misterios de la vida de Cristo, “morir y resucitar
constantemente con él” (GE,20)
Reproducir en la
propia existencia diferentes aspectos de la vida terrenal de Jesús, su
proximidad a los más desfavorecidos, su pobreza y otras manifestaciones de su
entrega por amor “permite al Espíritu Santo que encarne en ti aquel misterio
personal que muestra Jesucristo en el mundo de hoy” (GE, 23), en la misión de
construir el reino de amor, justicia y paz universal.
La santidad nos
mantiene fieles en lo más profundo de nosotros mismos, libres de toda forma de
esclavitud y dando frutos. La santidad no nos hace menos humanos, ya que es un
encuentro entre nuestra debilidad y el poder de la gracia de Dios. Pero
necesitamos prepararnos para dejar actuar a la gracia, para lo cual precisamos
momentos de soledad y silencio delante de Dios, para enfrentarnos a nuestro
verdadero yo y dejar actuar a Dios.
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