domingo, 3 de noviembre de 2019

CAPÍTULO 21 LOS DECANOS DEL MONASTERIO


CAPÍTULO 21
LOS DECANOS DEL MONASTERIO

Si la comunidad es numerosa, se elegirán de entre sus miembros hermanos de buena reputación y vida santa, y sean constituidos como decanos, 2para que con su solicitud velen sobre sus decanías en todo, de acuerdo con los preceptos de Dios y las disposiciones del abad. 3Sean elegidos decanos aquellos con quienes el abad pueda compartir con toda garantía el peso de su responsabilidad. 4Y no se les elegirá por orden de antigüedad, sino según el mérito de su vida y la discreción de su doctrina. 5Si alguno de estos decanos, hinchado quizá por su soberbia, tuviera que ser reprendido y después de la primera, segunda y tercera corrección no quiere enmendarse, será destituido, 6y ocupará su lugar otro que sea digno. 7Lo mismo establecemos con relación al prepósito. 

San Benito considera aquí un tema de organización. Las comunidades se han de establecer en decanias, lo cual no quiere decir establecer divisiones entre los monjes, sino al contrario que considera seguir los mandamientos de Dios y las órdenes del abad; que los decanos sean personas de confianza, con méritos de vida y una sabiduría de doctrina, y, como siempre, si alguno de estos decanos se llena de orgullo o hace algo reprensible, que sea amonestado, y si no se corrige sustituirlo por otro más digno.

Para algunos comentaristas san Benito aplica aquí algunos principios de derecho romano, lo cual no es extraño ya que va estudiar leyes a Roma, lo cual va dejar una influencia en él, y en su manera de organizar una comunidad. En concreto, aplica el principio divide et impera, en un momento, siglos VI y VII, en que es una practica habitual en las comunidades monásticas que intervenga el obispo en su gobierno. San Benito quiere evitar así el peligro del intrusismo que lleva a un dualismo fruto de una intervención extraña a la comunidad, y también evitar el protagonismo que la posible soberbia de algunos, acabe en escándalos o en daño para las almas de los monjes.

San Benito no busca para las comunidades un aislamiento. Subraya a lo largo de la Regla que la finalidad monástica de seguir a Cristo le va bien la corresponsabilidad, y no la actitud de creernos por encima de los demás, porque al final podemos acabar haciendo nuestra voluntad y no la de Dios, o confundir nuestro capricho con la voluntad de Dios. 

Sorprende algo la situación de este capítulo y del siguiente, en medio de otros que hablan de la liturgia, pero no es un capítulo secundario. San Benito quiere evitar que surjan pequeños centros de poder dentro de la comunidad, lo cual sería contrario al espíritu de la Regla, ya puesto de relieve también cuando habla del capítulo o del consejo, estableciendo una igualdad asimétrica. Esta colegialidad o sinodalidad, formulada en el Vaticano II, quiere hacernos a todos corresponsables dentro de la comunidad.

Escribe Dom Guillaume, abad de Mont des Cats, que no es extraño que un hermano se lamente de su comunidad, y que ante este hecho nos deberíamos hacer la pregunta de qué es la comunidad. Añade, que si la mano se lamenta del pie, o el ojo está celoso de la boca, el cuerpo no podría estar en armonía. Cada miembro del cuerpo tiene su lugar, su función, su responsabilidad, y la responsabilidad del conjunto del cuerpo no es ajena a la de cada uno de sus miembros. Esto nos habla de cuidar aquello que nos ha sido encomendado, cada cosa en su ámbito, y todo en el conjunto. Si nos dan una responsabilidad, la que sea, es necesario realizarla responsablemente, con generosidad y espíritu de servicio. Solo así podemos compartir con confianza las cargas; lo cual sirve tanto para las cargas que cada uno tenemos en la comunidad: cocineros, hospederos, sacristán lavandería, cantores, mayordomo… la que sea, como para los servicios a realizar semanalmente. No debemos huir de la responsabilidad. Si no se puede asumir, como nos dice san Benito en el capítulo 68, se puede comentar, pero no caer en la tentación de no hacerlo, o no hacer nada. San Benito nos habla de responsabilidad, de tener un cuidado de todo, siguiendo los mandamientos del Señor.

A manera de anécdota podríamos recordar que cuando existía el servicio militar obligatorio existía una técnica para huir de las responsabilidades que se llamaba coloquialmente “escaqueo”. Consistía, bien en no hacerse visible, cuando calculabas que te iban a mandar alguna cosa, o no hacerla, o hacerla tan mal que el superior desistía de mandarte nada más. En las fuerzas armadas había recursos ante esto como la medida coercitiva del arresto, que obraba el milagro de hacer desistir. Ciertamente, puede haber cosas que no somos capaces de hacer. A las comunidades venimos respondiendo a una llamada de Dios. San Benito   define la vida monástica como una milicia, es cierto, pero la motivación, la causa de nuestra presencia en el monasterio no tiene nada que ver con aquella que llevaba la gente a juntarse para formar unos ejércitos. Si tenemos siempre presente que hemos venido para seguir a Cristo, para seguir libremente su llamada, queremos emplear nuestra vida en servirlo, sirviéndole dentro de la comunidad, no tendremos la tentación de la huida, y será siempre viva nuestra disponibilidad hacia el Señor. No es vano san Benito define el monasterio como una Escuela del servicio divino; una escuela donde cada día aprendemos algo más, y vamos progresando adecuadamente, o al menos es lo que debemos pretender, sirviendo no a nuestra voluntad, a menudo caprichosa y voluble, sino a Dios.

En una visión más teológica del capítulo, la comunidad, para san Benito es un reflejo, una representación del pueblo de Dios, según el modelo de la comunidad apostólica, con un solo corazón y una sola ánima, pero con responsabilidades diversas. Sin perder nunca de vista el objetivo fundamental y esencial: buscar a Dios en el recinto del monasterio.

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