CAPÍTULO 7,56 – 58
LA
HUMILDAD
El noveno grado de
humildad es que el monje domine su lengua y, manteniéndose en la taciturnidad,
espere a que se le pregunte algo para hablar, 57ya que la Escritura nos enseña
que «en el mucho hablar no faltará pecado» 58y que «el deslenguado no prospera
en la tierra»
Las palabras
silencio y taciturnidad aparecen diversas veces en la Regla. Con la obediencia
o la paciencia, el silencio y la taciturnidad, son para san Benito unos
instrumentos, que nos permiten acercarnos a Dios. Dedica todo el capítulo VI a
la taciturnidad, y también hace una especial referencia a lo largo de la Regla
a la práctica del silencio en el refectorio, para escuchar la lectura, al
oratorio para orar con atención los salmos, o el gran silencio entre Completas
y Laudes.
El silencio y la
taciturnidad son el medio para conseguir el objetivo que centre nuestra vida,
que no es otro que Cristo, y buscarlo con toda la intensidad de que seamos
capaces. El silencio se contrapone, a menudo a palabra ociosa, vana, el peligro
de hablar por hablar, con el riesgo de caer en la presunción, la vanagloria, la
mentira o la exageración, con tal de centrar la atención. O bien, lo que es
peor, que nuestra palabra haga daño a los hermanos. Para san Benito vale más
callar que hablar, si este hablar puede comportar un daño para nuestra vida o
la de los hermanos.
Pero el silencio
no está hecho, lo debemos construir o procurar. A menudo nos resulta más fácil
romper lo que ya está que construirlo; es más fácil decir algo que haga reír, o
que nos proporcione un talante de ingeniosos, que no guardar silencio. Por eso,
en la tradición monástica el silencio constituye un elemento primordial. No es
solo una necesidad para la convivencia, o una exigencia para la paz en el
claustro. Es necesario para escuchar a Dios, un silencio que nos lleve al
recogimiento, a escuchar con atención lo que Dios nos quiera decir, un silencio
que viene a ser taciturnidad. Hay un silencio exterior, pero sobre todo un
silencio interior, porque un silencio que sea solo ausencia de ruido y de
palabras, estaría privado de una utilidad espiritual.
La búsqueda de
Dios exige a la vez un silencio integral, la taciturnidad. El silencio exterior
solo puede ser fecundo cuando se refleja en un silencio interior; están
íntimamente relacionados, son interdependientes, viniendo de esta forma a ser
un silencio de labios, de corazón y de mente a la vez. Si este silencio nos
predispone a abandonar, por ejemplo, la curiosidad, a no centrarnos en las
cosas materiales nos hará más disponibles para vivir la presencia de Dios.
El silencio
interior consiste en hacer callar todo aquello que nos puede distraer de la
atención a Dios. No es fácil adquirirlo, lograr que con su práctica toda
nuestra atención, exterior e interior, se centre en Dios. Por esto, es preciso
construir primero el silencio exterior. No vivido como imposición sino deseado
para escuchar la voz de Dios, para poder escucharlo con la mayor nitidez
posible. Es duro permanecer sordo a los ruidos interiores que nos aturden, sean
pensamientos, sentimientos, actitudes, miedos, juicios, complejos; todo aquello
que nos agrada de nosotros mismos, y que rechazamos, pero que centra nuestra
atención y nos impide escuchar a Dios con claridad. Pero, quizás es más duro
todavía, que sean los malos pensamientos y deseos los que nos ensordecen con
respecto a los otros.
San Benito hace
servir la expresión taciturnidad, que no es lo mismo que el silencio. Aunque la
palabra taciturnidad en su uso corriente tenga un perfil peyorativo, y que
adjetivar a una persona de taciturna no es precisamente un elogio, san Benito
utiliza la palabra de acuerdo a la nitidez de su origen. Nos habla
alternativamente de las palabras taciturnidad y silencio. Hace servir la
palabra silencio con un matiz más disciplinario, al hablar de un silencio
nocturno, durante las comidas. Quiere decir silencio estricto, ausencia de toda
palabra, silencio exterior. En cambio, taciturnidad denota sobriedad, sensatez,
moderación en el uso de la palabra, e incluso algunas traducciones hablan de
amor al silencio. Cuando hablamos de silencio y de taciturnidad nos olvidamos a
menudo del silencio como una tarea, como una exigencia de trabajo interior, de
conversión.
Para los monjes el
silencio no es una técnica de distensión o de profundización como lo es para
otras espiritualidades, ni tampoco un método para desconectarse del entorno. El
silencio viene a ser una exigencia moral, para eliminar nuestras actitudes
viciadas, combatir nuestro egoísmo y poder abrirnos a Dios.
Solo viene a ser
un silencio fecundo, si dejamos espacio para la voz de Dios. Un silencio que
venga a ser taciturnidad no permite ir subiendo con firmeza los grados de la
humildad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario