CAPÍTULO5
LA OBEDIENCIA
Profesión regular de obediencia de fray Iuri y
fray Lorenzo.
Solemnidad de nuestros santos fundadores
Roberto, Alberico y Esteban
El primer grado de
humildad es la obediencia sin demora. 2Exactamente la que corresponde a quienes
nada conciben más amable que Cristo. 3Estos, por razón del santo servicio que
han profesado, o por temor del infierno, o por el deseo de la vida eterna en la
gloria, 4son incapaces de diferir la realización inmediata de una orden tan
pronto como ésta emana del superior, igual que si se lo mandara el mismo Dios.
5De ellos dice el Señor: «Nada más escucharme con sus oídos, me obedeció». 6Y
dirigiéndose a los maestros espirituales: «Quien os escucha a vosotros, me
escucha a mí». 7Los que tienen esta disposición prescinden al punto de sus
intereses particulares, renuncian a su propia voluntad 8y, desocupando sus
manos, dejan sin acabar lo que están haciendo por caminar con las obras tras la
voz del que manda con pasos tan ágiles como su obediencia. 9Y como en un
momento, con la rapidez que imprime el temor de Dios, hacen coincidir ambas
cosas a la vez: el mandato del maestro y su total ejecución por parte del discípulo.
10Es que les consume el anhelo de caminar hacia la vida eterna, 11y por eso
eligen con toda su decisión el camino estrecho al que se refiere el Señor:
«Estrecha es la senda que conduce a la vida». 12Por esta razón no viven a su
antojo ni obedecen a sus deseos y apetencias, sino que, dejándose llevar por el
juicio y la voluntad de otro, pasan su vida en los cenobios y desean que les
gobierne un abad. 13Ellos son, los que indudablemente imitan al Señor, que dijo
de sí mismo: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me
envió». 14Pero incluso este tipo de obediencia sólo será grata a Dios y dulce
para los hombres cuando se ejecute lo mandado sin miedo, sin tardanza, sin
frialdad, sin murmuración y sin protesta. 15Porque la obediencia que se tributa
a los superiores, al mismo Dios se tributa, como él mismo lo dijo: «El que a
vosotros escucha, a mí me escucha». 16 Y los discípulos deben ofrecerla de buen
grado, porque «Dios ama al que da con alegría». 17Efectivamente, el discípulo
que obedece de mala gana y murmura, no ya con la boca, sino sólo con el
corazón, 18aunque cumpla materialmente lo preceptuado, ya no será agradable a
Dios, pues ve su corazón que murmura, 19y no conseguirá premio alguno de esa
obediencia. Es más, cae en el castigo correspondiente a los murmuradores, si no
se corrige y hace satisfacción.
Queridos
fray Iuri y fray Lorenzo, hoy delante de esta comunidad volvéis a pedir la
misericordia de Dios y del Orden, como hicisteis cuando recibisteis el hábito
de manos del abad José. Es decir, de nuevo os poneis con confianza delante de
Señor y de esta comunidad, después de unos años de vida monástica, después de
avanzar por aquel camino que en principio es estrecho, de vivir durante unos
años que nos ha permitido conocer vuestra gran disponibilidad de cara a los
hermanos de la comunidad.
Mañana
os comprometeréis de manera solemne delante del Señor y de la comunidad, y esta
misericordia que pedisteis hace unos años, y hoy volvéis a pedirla a de guiar
vuestras vidas. Habéis llegado lejos y no habéis llegado al final. Habéis
llegado lejos porque habéis superado las dificultades de los comienzos, de los
inicios de la vida monástica, y no habéis llegado al final porque la verdadera
profesión solemne la haremos delante del Padre al finalizar nuestra vida
terrenal. A lo largo de estos años habéis encontrado dificultades y a la vez
múltiples satisfacciones, para concluir que cuando el Señor os llamó a la vida
monástica, en este monasterio concreto de Poblet y vosotros habéis respondido a
su llamada, comienza un camino que hoy y mañana tendrá un punto y seguido con
la voluntad de continuar hasta la muerte.
En
esta sociedad que nos envuelve y de la que formamos parte hay un cierto miedo
al compromiso. Es una realidad. Todo es más o menos relativo y provisional, o
responde al criterio de “mientras dure”… Por esto el comprometerse para toda la
vida es un gesto valiente y nada corriente en nuestros tiempos. Hay un solo
motivo que puede llevarnos a hacerlo, y es el Cristo. No lo olvidéis nunca. Él
nos ha llamado. Él nos da la fuerza para superar las dificultades. Él nos
espera al final del camino. Por esto somos afortunados, pero no os confiéis, no
os detengáis en vuestro camino, ni os consideréis satisfechos del camino
recorrido. Contentos, siempre; satisfechos, nunca.
Hoy es
un buen momento para mirar atrás, para pensar en la llamada que escuchasteis y
contemplar el camino recorrido, pero, sobre todo para mirar adelante y no bajar
la guardia. La vocación monástica, la vocación cristiana, es preciso cuidarla,
para que no se seque, para que siga dando frutos. No dejar lugar a la rutina
que puede matar lo más valioso de nuestra vida. Y esto pide y exige vivir todos
los momentos, buenos y malos, grises y soleados… no desesperando nunca de la
misericordia de Dios, como nos enseña san Benito.
Las
herramientas para mantener nuestra vocación nos las proporciona el mismo san
Benito: la paciencia, la obediencia ciega, el celo por el Oficio divino, la
disponibilidad. El mismo san Benito nos describe todo esto en los instrumentos
de las buenas obras y en los grados de la humildad. Hoy destacamos la
obediencia, que es una obediencia a Cristo, no una obediencia ciega, sino como
disponibilidad a Cristo. En este sentido san Pablo, de quien acabamos de
celebrar la fiesta litúrgica de su conversión, nos habla de la obediencia como
servicio: “apreciando vuestro servicio en todo lo que vale, glorificarán a
Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo y por la
generosidad que os hace solidarios con ellos y con todos”. (2 Cor 9,13)
La
obediencia es ofrenda de la propia voluntad, pero esta voluntad no queda
aniquilada, sino que es una renuncia voluntaria para identificarse de una
manera más firme y segura con la voluntad de Cristo. Una obediencia que nace
del amor porque nuestro modelo es Cristo, que identifica su voluntad con la del
Padre, haciéndose servidor de sus hermanos, siguiendo el camino de la sumisión
al Padre con el objetivo de redimir a los hombres.
La
primera y única obediencia del monje es a Dios, escuchando y obedeciendo la
llamada de la voz interior del Espíritu, obediencia por la fe y dejándose guiar
al servicio de los hermanos. La centralidad de Cristo en nuestra vida no la
debemos olvidar nunca, pues entonces perdemos el rumbo y el sentido de todo.
Cristo no ama. Fray Iuri y fray Lorenzo,
Cristo os ama, por esto os ha llamado, y en tanto que os ama quiere que
su amor llene la vuestra vida. No es solo una teoría, es la práctica, el día a
día y a lo largo de toda la jornada. Cristo nos espera en el Oficio divino, en
el trabajo, en los hermanos, y esencialmente, en el contacto con su Palabra y en
la Eucaristía. Por esto no podemos desfallecer en nada, no podemos dejar
arrastrar por una vocación vivida a medias, con falta de caridad. Solamente de
esta forma podemos ir configurándonos más y más a Cristo, humilde y obediente,
evitando de apartarnos de él con la desidia y la desobediencia.
Que
vuestra disposición esté siempre atenta, a punto, y que la ayuda de la gracia
de Dios, imprescindible e irrenunciable, os acompañe siempre a vosotros, y
también a nosotros.
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