domingo, 16 de febrero de 2020

CAPÍTULO 43 LOS QUE LLEGAN TARDE AL OFICIO DIVINO Y A LA MESA

CAPÍTULO  43
LOS QUE LLEGAN TARDE AL OFICIO DIVINO Y A LA MESA

A  la hora del oficio divino, tan pronto como se haya oído la señal, dejando todo cuanto tengan entre manos, acudan con toda prisa, 2 pero con gravedad, para no dar pie a la disipación. 3 Nada se anteponga, por tanto, a la obra de Dios. 4 El que llegue a las vigilias nocturnas después del gloria del salmo 94, que por esa razón queremos que se recite con gran lentitud y demorándolo, no ocupe el lugar que le corresponde en el coro, 5 sino el último de todos o el sitio especial que el abad haya designado para los negligentes, con el fin de que esté a su vista y ante todos los demás, 6 hasta que, al terminar la obra de Dios, haga penitencia con una satisfacción pública. 7 Y nos ha parecido que deben ponerse en el último lugar o aparte para que, vistos por todos, se enmienden al menos ante el bochorno que han de sentir. 8 Porque, si se quedan fuera del oratorio, tal vez habrá quien vuelva a acostarse y dormir, o quien, sentándose fuera, pase el tiempo charlando, y dé así ocasión de ser tentado por el maligno. 9 Es mejor que entren en el oratorio, para que no pierdan todo y en adelante se corrijan. 10 El que en los oficios diurnos llegue tarde a la obra de Dios, esto es, después del verso y del gloria del primer salmo que se dice después del verso, ha de colocarse en el último lugar, según la regla establecida, 11 y no tenga el atrevimiento de asociarse al coro de los que salmodian mientras no haya dado satisfacción, a no ser que el abad se lo autorice con su perdón, 12 pero con tal de que satisfaga como culpable esta falta. 13 Y el que no llegue a la mesa antes del verso, de manera que lo puedan decir todos a la vez, rezar las preces y sentarse todos juntos a la mesa, 14 si su tardanza es debida a negligencia o a una mala costumbre, sea corregido por esta falta hasta dos veces. 15 Si en adelante no se enmendare, no se le permitirá participar de la mesa común, 16 sino que, separado de la compañía de todos, comerá a solas, privándosele de su ración de vino hasta que haga satisfacción y se enmiende. 17 Se le impondrá el mismo castigo al que no se halle presente al recitar el verso que se dice después de comer. 18 Y nadie se atreva a tomar nada para comer o beber antes o después de las horas señaladas. Mas si el superior ofreciere alguna cosa a alguien y no quiere aceptarla, cuando luego él desee lo que antes rehusó o cualquier otra cosa, no recibirá absolutamente nada hasta que no haya dado la conveniente satisfacción.

De tardite veniendi ad Ecclesiam  (relativo a llegar tarde a la iglesia)

Esta era la fórmula empleada para acusarse en el capítulo de culpas de las faltas relacionadas con llegar tarde al Oficio Divino.

O sea que el peligro de llegar tarde no es algo extraño a la vida monástica; es una falta y no pequeña. El motivo nos lo dice este capítulo que contiene una de las frases mas emblemáticas de la Regla: “que no se anteponga nada al Oficio Divino”. San Benito hace servir esta expresión, que es fuerte, también en el capítulo IV: “no anteponer nada al amor de Cristo”. Equipara, pues, el Oficio Divino con el amor de Cristo, y resalta así la presencia de Cristo en la plegaria comunitaria.

Esta es la razón de fondo, la razón fundamental y verdadera por la cual no debemos hacer tarde al Oficio, porque el Amado nos espera, y no conviene hacerle esperar; nuestra delicia es ir a su encuentro. La plegaria, el Oficio Divino, así como la Lectio y la Eucaristía, no debemos verlos como un trabajo, una obligación, que la tenemos, ciertamente, sino más bien como la ocasión privilegiada del encuentro con el Señor, y en este sentido debemos ir con gusto y a tiempo.

Reflexiones, más o menos poéticas aparte, san Benito sabe bien como fruto de su propia experiencia, que podemos tener la tentación y caer, al hacer tarde al Oficio Divino. Y nos propone diversos remedios: el primero y más eficaz es que nada más escuchar la señal de la campana que nos convoca, dejemos todo con rapidez, pero con la gravedad que pide el encuentro a donde nos dirigimos, apresurarnos a ir. Esto, a veces, ya nos cuesta: una faena a punto de acabar, una visita que se alarga un poco, y otras cosas que deberíamos vigilar para no caer. A veces lo hacemos con la mejor intención, para no dejar a alguien con la palabra en la boca, sea con motivo de su presencia, sea por teléfono; pero si intentamos  decirles que nos convoca la campana al Oficio  Divino y al encuentro con el Señor con toda seguridad que lo entenderá, y le ayuda a comprender un poco más nuestra vida, y quien es el centro.

Pero a pesar de que san Benito nos exhorte a no hacer tarde, y consciente de nuestros previsibles fallos, como así viene a ser, ya nos dice lo que debemos hacer: no quedarnos fuera del templo, ni menos volvernos al lecho, si se trata de Maitines. Acudir igualmente al templo i dar la satisfacción debida, es decir, mostrar, de alguna manera, nuestro arrepentimiento por el retraso. Por esto san Benito indica de quedarse en el último lugar, haciendo penitencia por la falta cometida. La Regla es muy práctica, y san Benito sabe que si nos quedamos afuera acabaremos por entretenernos en algún otro asunto y será peor el remedio que la enfermedad.

Este capítulo todavía nos dice algo más, al hablarnos del refectorio; de estar todos en el refectorio en el momento de bendecir la mesa, que no es un momento menor, hasta el punto de que si faltamos podemos ser excluidos de la mesa común y ser privados del vino, bebida de la cual dice san Benito que le resulta difícil al monje renunciar, y que tolera en consideración a los débiles (RB 40,3).

En resumen, san Benito nos indica que no debemos hacer tarde a ningún acto comunitario, sea a la iglesia, sea al refectorio, sea donde sea. Hay que decir que a veces nos viene de un minuto o de segundos el hacer tarde, lo que demuestra que no es tan difícil llegar a tiempo después de dejar aquello que tenemos entre manos e ir con presteza al acto comunitario, y además, de este modo, evitamos también molestias y distracciones al resto de la comunidad.

El centro de este capítulo no es otro que la presencia de Cristo en nuestra vida, no una presencia puntual o parcial, sino en cada uno de los momentos de nuestra jornada. Por eso san Benito ya nos dice que “el primer grad
o de la humildad es mantener siempre ante los ojos el temor de Dios y evitar de olvidarlo” (RB 7,10)
Nos dice san Elredo: “imaginemos ahora a alguno que, considerando la Regla como un buen instrumento para desarraigar con más facilidad los vicios y cumplir mejor los preceptos evangélicos, no arranca los vicios y adquiere las virtudes. ¿No podremos afirmar que está abusando de este óptimo instrumento para su utilidad, y que teniendo como remedio la Regla, no cumple los preceptos de Cristo? (Speculum Caritatis, 93).

Para arrancar los vicios, como es el de la no puntualidad, y adquirir las virtudes debemos utilizar bien la Regla, este instrumento, no anteponiendo nada a Cristo y al Oficio Divino.


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