domingo, 2 de febrero de 2020

CAPÍTULO 29 SI DEBEN SER READMITIDOS LOS HERMANOS QUE MARCHARON DEL MONASTERIO


CAPÍTULO 29
SI DEBEN SER READMITIDOS LOS HERMANOS QUE MARCHARON DEL MONASTERIO
  
 Si un hermano que por su culpa ha salido del monasterio quiere volver otra vez, antes debe prometer la total enmienda de aquello que motivó su salida, 2y con esta condición será recibido en el último lugar, para probar así su humildad. 3Y, si de nuevo volviere a salir, se le recibirá hasta tres veces; pero sepa que en lo sucesivo se le denegará toda posibilidad de retorno al monasterio. 

Los monjes, como todos los mortales hacemos las cosas bien, lo que no está tan bien, y también llegamos a hacer las cosas que están mal. Es la misma naturaleza humana, que al haber perdido la imagen de Dios que tenía en su origen, nos deja a merced de nuestro arbitrio, cuando no a nuestro capricho. No siempre hacemos bien, lo sabe bien san Benito, y es así porque no dejamos que nuestra manera de obrar se vaya identificando con nuestro modelo que es Cristo. Deberíamos repetirnos con frecuencia la frase de Juan Bautista: “él ha de crecer, y yo disminuir” (Jn 3,30), pero nos cuesta, y a menudo somos nosotros los que buscamos crecer, imponiendo nuestra voluntad. Para hacernos conscientes de que no vamos bien e intentar cambiar el rumbo tenemos como referencia nuestra propia vida, en nuestro contacto con la Palabra de Dios, en la plegaria, en el trabajo.

San Benito tiene dispuesto como ir recuperando esa imagen con la que Dios nos creó. La recuperaremos, como enseña san Agustín: “no digas nunca basta; siempre adelante, camina siempre, progresa siempre; no te quedes en el mismo lugar, no retrocedas, no te desvíes”. Tenemos otros recursos. Por ejemplo, el examen de conciencia, de la nuestra, ya que éste no es el momento de hacer un memorial de agravios contra los hermanos de comunidad, o contra amigos, o parientes; más bien es un momento que nos debe ayudar a dirigirnos al descanso en paz, después de analizar el transcurso de nuestro día, mirando sobre todo donde hemos fallado.

Por otro lado, la Iglesia nos ofrece el sacramento de la Penitencia, para reconciliarnos con Dios y hacerlo con el propósito de enmienda. En otros tiempos había el Capítulo de faltas, dedicado esencialmente a acusarse o bien a ser acusado de faltas contra la Regla. Y no olvidemos que la Regla nos habla de buenas obras o de grados de humildad, lo que nos da un amplio margen de análisis de nuestra vida ordinaria.

Pero Dios nos ha hecho libres, no quiere que hagamos esto forzados, sino conscientes de lo que hacemos, haciéndolo por amor a Dios. Fruto de esta libertad podemos llegar a caer en una culpa contumaz, deseada, recalcitrante. 

Es de esta situación límite que nos habla este capítulo de la Regla: Cuando obramos mal por culpa propia y esto nos lleva a sentirnos mal en el monasterio o a abandonarlo e incumplir, de esta forma la ofrenda de nuestra vida, que son los votos monásticos a los que nos comprometemos con la cedula que depositamos sobre el altar el día de nuestra Profesión solemne, como muestra de la ofrenda de nuestra vida.

Por esto, cuando deliberada y reiteradamente, nos deberíamos preguntar qué ofrecimos al Señor hace una semana, cinco, diez veinte o cincuenta años… Si era un compromiso “sub conditione”. Que no fuera contra nuestra voluntad, o bien era una promesa seria de conformar nuestra vida con la de Cristo, o por lo menos de intentarlo. La historia de la nuestra comunidad, si miramos el libro de las vesticiones o las listas de quienes han sido miembros en un momento u otro, está repleta de abandonos, de salidas. “Quien se comía el mundo” acababa por dejarlo, o por buscar otra manera de vivir alternativa, que, evidentemente, puede ser legítima. Por esto, como dice san Agustín, no nos podemos detener, ni bajar la guardia, no podemos relajarnos. Nada tenemos ganado por delante, todo lo tenemos por hacer en nuestra vida de monjes, siempre hay camino para hacer.

Si nos creemos perfectos, si pensamos que hemos llegado hasta una cierta posición, no es la muestra de lo mucho que nos queda por recorrer. Ahora bien, siempre debemos tener presente de no desesperar nunca de la misericordia de Dios; aquella misericordia que, junto con la de la Orden pedimos al vestir el hábito o hacer la profesión.

Hoy, en este capítulo san Benito, nos la hace explícita, pero nos la presenta no como un cheque en blanco, sino como una parte de camino a recorrer. Nos habla de una culpa personal deseada, fruto de nuestra voluntad que pide entonces otra voluntad, la de prometer el corregirnos de aquello que nos llevó a abandonar. Si no hay voluntad de corrección, no hay retorno. Y como Pedro negó tres veces a Cristo la noche del Jueves a Viernes Santo, y también tres veces la oportunidad de conformar su amor junto al lago de Tiberiades, san Benito nos ofrece la posibilidad de ser admitidos hasta tres veces, pero siendo conscientes de que agotadas éstas se niega la posibilidad de retorno; porque como se dice cuando se habla de la admisión de los hermanos, hemos tenido tiempo para pensarlo.

Escribe Louis Bouyer que siempre debemos tener delante de los ojos aquella frase que atribuye a san Bernardo: ¿a qué viniste?  Si no somos capaces de dar una respuesta desde el alma, la cosa empieza a complicarse, porque estamos en falso delante del Señor a quien buscamos, y a quien hemos venido a buscar al monasterio. No hemos venido a buscar una vida cómoda, ni a convivir con este o aquel hermano porque nos cae bien, y que no hemos de hacer una vida incomoda para nosotros y para los demás, y todavía menos estar en malas relaciones con ningún hermano. Es preciso buscar el equilibrio; no buscar un aspecto positivo con unos y de cara agria con otros.

Tampoco buscar mortificaciones fruto de épocas poco centradas en la Regla, en Cristo. Es el Cristo, que a lo largo de nuestra vida nos presenta las pruebas, no somos nosotros quien las tenemos que crear, o crearlas para probar a los otros. El Señor siempre nos espera, siempre perdona, pero debemos poner también por nuestra parte, la corrección de las faltas, y para esto nos hace falta reconocernos como pecadores delante de él, no detenernos en el camino hacia  Cristo, para que nos pueda conducir a todos a la vida eterna.
























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