domingo, 8 de marzo de 2020

CAPÍTULO 61 COMO SE HAN DE ACOGER LOS MONJES FORASTEROS


CAPÍTULO 61
COMO SE HAN DE ACOGER LOS MONJES FORASTEROS

Si algún monje forastero que viene de una región lejana desea habitar en el monasterio, 2 si le satisfacen las costumbres que en él encuentra y no perturba con sus vanas exigencias al monasterio, 3 sino que simplemente se contenta con lo que halla, sea recibido por todo el tiempo que él quiera. 4 Y, si hace alguna crítica o indicación razonable con una humilde caridad, medite el abad prudentemente si el Señor no le habrá enviado precisamente para eso. 5 Si más adelante desea incorporarse definitivamente al monasterio, no se le rechace su deseo, ya que se pudo conocer bien su tenor de vida durante el tiempo que permaneció como huésped. 6 Mas si durante su estancia se vio que es un exigente o un vicioso, 7 no solamente tendrán que denegarle su vinculación a la comunidad monástica, sino que han de invitarle amablemente a que se vaya, para que no se corrompan los demás con sus desórdenes. 8 Mas si, por el contrario, no merece ser despedido, no sólo ha de admitírsele como miembro de la comunidad, si él lo pide, 9 sino que han de convencerle para que se quede, con el fin de que con su ejemplo edifique a los demás 10 y porque en todas partes se sirve a un mismo Señor y se milita para el mismo rey. 11 El abad podrá incluso asignarle un grado superior, si a su juicio lo merece. 12 Y no sólo a cualquier monje, sino también a los que pertenecen al orden sacerdotal y clerical, de quienes ya hemos tratado, podrá el abad ascenderlos a un grado superior al que les corresponde por su ingreso, si cree que su vida se lo merece. 13 Pero el abad nunca recibirá a un monje de otro monasterio para vivir allí sin el consentimiento de su propio abad o sin una carta de recomendación, 14 porque está escrito: «No hagas a otro lo que no quieras te hagan a ti».

Un primer aspecto de este capítulo nos sitúa en su contexto. San Benito no ha ido hablando de las diferentes personas que piden entrar en el monasterio. En el cap. 58 sobre los hermanos en general, para pasar después a los niños ofrecidos, una práctica habitual en su tiempo; después sacerdotes, o los monjes que provienen de otras comunidades.

El monje peregrino, quizás no pretenda unirse a la comunidad, sino simplemente ser acogido como huésped, durante un tiempo. Para san Benito esto no debe ser un problema, puede ser aceptado siempre que quiera, pero siempre que no perturbe la paz con peticiones, criticas o habladurías… De hecho, no excluye que pueda hacer observaciones con humildad y caridad, pues, puede ser que el Señor lo envía, precisamente para este servicio, siempre que haya algo que corregir y mejorar, y la voluntad del Señor se puede manifestar a través de un forastero, como a través de las observaciones de los más jóvenes, como afirma san Benito en el cap. 3.

En un segundo aspecto, san Benito se centra en los mandamientos evangélicos; la Regla viene a ser una concreción, un manual práctico de aplicación del Evangelio en la vida monástica diaria. Lo hemos escuchado en esta primera semana de Cuaresma, cuando Jesús nos dice que era forastero y lo acogimos, o, al contrario, que era forastero y no lo acogimos.

Tanto el Evangelio como la Regla nos instruyen en la que debe ser nuestra actitud y cómo debemos obrar. Nosotros somos libres, creados libres para Dios, para aplicar todo lo que escuchamos, lo que el Señor nos invita a cumplir por nuestro bien, para nuestra salvación, o no hacerlo. Libres para no anteponer nada a Cristo, o al contrario hacer nuestra voluntad. Esta libertad comporta elección y responsabilidad. Nosotros, en definitiva, somos los responsables de alejarnos de Dios y de sus preceptos. Nos lo decía también en el inicio de la Cuaresma el Deuteronomio: “Hoy te toca escoger entre la vida y la muerte, entre la felicidad y la desgracia (Deut 30,15). También lo escuchamos por otros medios: “invitado por muchos atractivos, el hombre, necesariamente ha de elegir ciertas cosas, y renunciar a otras. Más todavía: el débil pecador, muchas veces hace lo que no quiere, y no hace lo que desearía hacer” (GS,9).

Nuestra vida es una constante elección entre hacer el bien y obrar el mal, entre cumplir la voluntad de Dios o intentarlo, y la tención de hacer la nuestra. Nos encontramos cada día con dilemas: hago el servicio que me toca hacer, o bien busco una excusa y se lo paso a otro; salgo del monasterio innecesariamente, o me quedo; si salgo, lo digo o me lo callo;  intento llegar puntualmente al Oficio Divino, o bien pongo por delante otro deseo y hago tarde; consulto un tema que tengo que hacer en relación a la comunidad o voy a lo mío… En todos los casos podemos optar por hacer la voluntad de Dios o la nuestra, creyéndonos amos de nuestro destino y sin necesidad de dar explicaciones a nadie.

Entonces, o bien no seguimos el Evangelio, ni la Regla, o nos conformamos a la voluntad del Señor. Es la eterna lucha de la tentación de la que nos dice Orígenes: “cuando nos proponemos vivir según Dios nos vienen una multitud de tentaciones, y tropezamos con muchas dificultades… El camino de la sabiduría es un camino tortuoso, con muchas revueltas, dificultades, desniveles innumerables” (Hom. 5)

En este capítulo san Benito nos muestra las dos posibilidades de obrar; la hace en la doble dirección de monje forastero, o de monje acogido. Podemos ser de los que siendo forasteros estamos contentos con las costumbres que encontramos, no perturbamos el monasterio con nuestras pretensiones, y nos contentamos con lo que encontramos. O podemos ser del número de los exigentes i viciosos. Una vez elegida nuestra postura, somos candidatos a ser acogidos o a ser invitados a marchar del lado del Señor, de su derecha, como leemos en el Evangelio de Mateo.

Un tercer aspecto que encontramos en es te capítulo, e importante, es el de la comunión, que lo concreta en la frase “en todo lugar se sirve a un mismo Señor, se milita para un mismo Señor”. Servir y militar son dos expresiones fuertes, presentes en otros capítulos de la Regla, y aquí nos aparecen como un resumen de lo que debe ser nuestra vida: servir y militar bajo un rey que no es otro que el Señor, no sirviendo a la tentación de hacer nuestra voluntad.

Es positivo conocer otros monasterios, otras comunidades, otros monjes. Esto nos ayuda a adquirir conciencia de nuestra Orden, de la comunión entre sus miembros, y también de las diferentes familias monásticas que seguimos la Regla de san Benito, o formas similares de vida. Convivir unos días con otra comunidad nos ayuda a centrarnos, a relativizar otros aspectos de nuestra vida corriente, y a abrir nuestro espíritu.

San Benito acaba el capítulo con una frase que va más allá de su contexto concreto, porque si amamos a los otros como a nosotros mismos, seguro que nos moverá a no hacer a los otros lo que no queremos para nosotros. No es fácil como nos lo recuerda Orígenes:

“Tú, quizás imaginabas que el camino indicado por Dios era un camino plano, cómodo, sin dificultades, ni esfuerzos. Pues no: es una ascensión y una ascensión tortuoso. El camino que conduce a la virtud no es descenso. Sube y sube escarpadamente, trabajosamente (Hom.5).

No hay comentarios:

Publicar un comentario