domingo, 24 de mayo de 2020

CAPÍTULO 46 LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS


CAPÍTULO 46
LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

Si alguien, mientras está trabajando en cualquier ocupación en la cocina, en la despensa, en el servicio, en la panadería, en la huerta, en un oficio personal o donde sea, comete alguna falta, 2 o rompe o pierde algo, o cae en alguna otra falta, 3 y no se presenta en seguida ante el abad y la comunidad para hacer él mismo espontáneamente una satisfacción y confesar su falta, 4 si la cosa se sabe por otro, será sometido a una penitencia más severa. 5 Pero, si se trata de un pecado oculto del alma, lo manifestará solamente al abad o a los ancianos espirituales 6 que son capaces de curar sus propias heridas y las ajenas, pero no descubrirlas y publicarlas. 

De ceteris defectibus meis”,  en relación al resto de mis faltas, era la fórmula utilizada para acusarse delante de la comunidad por alguna negligencia, o falta menor. Este capítulo nos habla de faltas y pecados. 

San Benito distingue entre errores, descuidos y negligencias, que podemos cometer en cualquier momento, y que es preciso manifestar espontáneamente y dar satisfacción. Los pecados secretos del alma que van más allá de una falta y que son verdaderas heridas se han de curar sin hacerse públicas. Todos sabemos por experiencia que cometemos faltas, que rompemos alguna cosa, que a veces puede ser de una manera instintiva, no voluntaria, que buscamos esconderlo, que no lo relacionen con nosotros, o que lo relacionen con otro.

El pensamiento de san Benito es que debemos tratar todo como si fuesen vasos sagrados del altar, que todo es de todos, que hoy lo utilizo yo y mañana será otro quien lo usará, por lo cual es preciso mantener las cosas en buen estado.

Tener las cosas en común tiene también el riesgo de no valorarlas, creer que Dios proveerá; pero no por esto estamos exentos de toda responsabilidad de tratar todo lo mejor que podemos. Cada uno tiene una historia personal que viene a determinar nuestra persona en nuestra responsabilidad personal y laboral, y en nuestras relaciones con los demás… Por ejemplo, cuando pides hacer algo a un monje, y éste tiene una determinada decanía, en expresión de la Regla, hay quien sale con cualquier herramienta, otro puede salir con una nueva, pero también hay quien necesita tantas cosas para llevar a cabo una tarea, que quizás pedirla a otra persona que se contente con menos.

En este sentido, cuando tenemos una responsabilidad encomendada nos inquieta que otro rompa o estropee algo que depende de nosotros, y quizás, a veces, movidos por un excesivo celo reaccionamos negativamente con algunos, y con otros más benévolamente, es decir hacemos acepción de personas. Pero, debemos ser siempre conscientes de que no hacemos un trabajo personal sino para el conjunto de la comunidad, y no como un hobby personal.

La misma reflexión se puede aplicar al conjunto del monasterio, al edificio, que es el marco concreto en el que nosotros, y antes de nosotros generaciones de monjes, estamos buscando a Dios. Debemos apreciar el lugar, conservarlo con diligencia lo mejor posible. A veces, con gestos sencillos: apagar una luz, cerrar una puerta, recoger un papel…. Y no caer en la tentación del “ya lo harán”. El principio de subsidiaridad es uno de los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia, y en ocasiones se puede aplicar a cosas cotidianas sencillas.

Hace año una campaña publicitaria tenía un slogan “cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema”, en unos años de frecuentes incendios forestales, y de poca conciencia con el medio ambiente. Hoy, gracias a Dios la conciencia ecológica es muy superior, y ya no se reacciona con indiferencia. Es una simple anécdota, pero nos puede servir para percibir que cuando alguna cosa se rompe, o está sucia, nos afecta a cada uno. Se trata de mantener el equilibrio entre nuestra responsabilidad y el no tener nada como propio.

Con su realismo habitual san Benito añade que seamos conscientes de que quizás queremos disimular que el tema sea sabido por otro y, sin embargo, al final acaba por ser conocido lo que escondemos.

Puede resultar algo sorprendente el final del capítulo donde nos habla de las faltas leves, utilizando palabras como romper, mal uso o pérdida; pero acaba hablando de algo más serio como los pecados secretos del alma. Las heridas propias nos hacen mal, y ciertamente todos tenemos unas u otras, pero según las vivimos pueden acabar por hacer mal a los demás, al actuar con exageraciones verbales que se acercan a la falsedad, a la ira, o un egocentrismo que bordean el menosprecio de los hermanos. Las heridas es preciso curarlas, pues de lo contrario, pueden acabar por convertirse en un problema, si están a la base de nuestras faltas, o si faltamos voluntariamente, o por descuido o negligencia.

Como escribe san Bernardo:

“En la vida espiritual debemos esperar una doble ayuda: la corrección y el consuelo. La primera actúa desde fuera, la otra nos visita interiormente. Una reprime la insolencia; la otras, provoca la confianza. La primera engendra la humildad, la segunda el consuelo” Sermón sobre el Cántico de los Cánticos 21,10)

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