CAPÍTULO
25
LAS
CULPAS GRAVES
El hermano que haya
cometido una falta grave será excluido de la mesa común y también del oratorio.
2Y ningún hermano se acercará a él para hacerle compañía o entablar
conversación. 3Que esté completamente solo mientras realiza los trabajos que se
le hayan asignado, perseverando en su llanto penitencial y meditando en aquella
terrible sentencia del Apóstol que dice: 4«Este hombre ha sido entregado a la
perdición de su cuerpo para que su espíritu se salve el día del Señor». 5Comerá
a solas su comida, según la cantidad y a la hora que el abad juzgue
convenientes. 6Nadie que se encuentre con él debe bendecirle, ni se bendecirá
tampoco la comida que se le da.
Los capítulos del
23 al 30 vienen a ser el Código penal de la Regla.San Benito es
consciente de que podemos fallar, de que fallamos, y que es necesario el camino
de una recuperación. Quizás podríamos recordar aquella frase que vino a ser
norma de conducta de un instituto armado del siglo XIX: “odia el delito y
compadece al delincuente”. Pues esta es, más o menos, la idea de san Benito
respecto a las faltas: condenar la falta y ser misericordioso con quien la
comete, porque Dios es siempre misericordioso con el pecador. Lo que realmente
importa es la motivación, lo que mueve a cometer la falta. Puede ser una
negligencia más o menos inocente, o un descuido o una falta de aptitud, pero
también puede responder a una voluntad inequívoca de querer faltar.
No se trata de lo
exterior, de la apariencia, que quizás podemos presentar atractiva, sino del
fondo del corazón. Podemos tener una buena imagen externa, pero en el interior
es otra la realidad; porque dentro es donde pueden estar con termitas las vigas
de nuestra falta contumaz, el terreno afectado por la desobediencia, o nuestro
orgullo, o los fundamentos de nuestra murmuración y menosprecio. Como dice san
Bernardo “al que aspira a ser alabado por su humildad, no posee esta virtud,
la destruye” (Sermón 16, Sobre el Cantar de los Cantares)
Podemos caer,
ciertamente, en faltas leves y llegar incluso a las graves, pues la repetición
nos puede crear una sensación de impunidad y tergiversar nuestra conciencia,
hacerla laxa. Dejándonos llevar por la pereza o cualquier otra cosa, podemos
acabar siendo perezosos, o mentirosos…y la mentira es la hija más vil y nociva
de la ignorancia según san Bernardo (Sermón 17, Sobre el Cantar de los Cantares, II,3)
La falta leve es
el camino, que nos puede llevar rápidamente a la falta grave, si en el fondo de
nuestro corazón hay un nido de orgullo que nos carcome, y la decidida voluntad
de imponer nuestro criterio por encima de todo. Lo dice san Bernardo con su
acostumbrado estilo directo:
“Da
vergüenza, recordar la altivez con que algunos se vanaglorian, sin pudor
alguno, de su deplorable soberbia, después de tomar el santo hábito, para
suplantar a otros, para abusar de su hermano y hacer temerariamente mal por
mal, o insulto por insulto, aplicando la ley del talión como respuesta a la
injuria o a la calumnia (Sermón 16, Sobre el Cantar de los Cantares, 9)
Para san Benito
toda sanción no busca otra cosa que la salvación del alma y la extirpación
radical del vicio que nos lleva a la falta. Nos lo dice apoyándose en un texto
del Apóstol, al afirmar que lo importante no es el cuerpo sino el alma. Por un
lado, debemos estar atentos a que las faltas leves no se hagan costumbre, a no
habituarnos a ellas, y lleguemos a las graves; por otro lado no debemos perder
de vista la riqueza de la diversidad de una comunidad donde cada uno tiene su
propia personalidad, y la suma de estas siempre aporta algo positivo al
conjunto, venciendo el riesgo de querer imponer nuestra personalidad por encima
de los otros, y llegar así al menosprecio, lo cual ya es una falta grave y que
nace de la soberbia, origen de todos los pecados en palabras de san Bernardo.
Cualquier falta,
leve o grave, es un atentado contra la comunidad, y por lo tanto es preciso
corregirla y dar satisfacción. Este es otro aspecto importante de este
capítulo. Las penas hacen referencia a la exclusión de actos comunitarios: la
comida, la plegaria, el contacto con los demás hermanos, la prohibición de
recibir la bendición.
Esta referencia de
san Benito nos ha de hacer conscientes que la bendición que recibimos al acabar
el Oficio Divino, la Eucaristía, y sobre todo al acabar la jornada no es un
gesto banal sino importante, porque es la bendición del Señor, la mirada de
Dios, que viene sobre nosotros. Sin embargo, por lo que hace referencia a las
comidas, es por esto bueno que lleguemos todos en el momento de la bendición, y
que tiene que ser una razón muy importante la que nos prive de bendecir todos
juntos los alimentos que estamos a punto de tomar.
Más que el hecho
concreto, lo importante es la motivación, que nos lleva a estar ausente de la
bendición de la mesa, o a llegar tarde al Oficio Divino, lo cual irá afectando
a nuestra vocación y a la vida comunitaria. Como enseña san Bernardo en la
misma lectura: “os exhorto a que salgáis del molesto y angustioso recuerdo
de vuestros pecados. De este modo contemplándolo a El se os aliviará la
confusión” (Sermón 16, Sobre el Cantar de los Cantares).
El centro de este Código
penal no podía ser otro que Cristo, y a partir de aquí su busca en la
comunidad, la importancia de vivir nuestra vocación con responsabilidad y
generosidad. Nadie de nosotros es mejor ni peor que los demás; cada uno tenemos
nuestra virtudes y nuestros defectos, puntuales o de fábrica, como decía
el Abad Mauro Esteva; por esto es rica
la vida comunitaria, aunque no sea fácil, ciertamente, de lo cual todos somos
conscientes, pues es una tarea ardua y penosa llegar a un equilibrio personal y
comunitario que nunca acaba.
San Benito nos
exhorta a luchas contra las faltas, procurando no caer nunca en la
autocomplacencia, fruto de la soberbia, ni en la crítica destructiva, sino
apoyarnos siempre en la misericordia de Dios, abriéndonos a su gracia.
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