domingo, 3 de mayo de 2020

CAPÍTULO 25 LAS CULPAS GRAVES

CAPÍTULO 25
LAS CULPAS GRAVES

El hermano que haya cometido una falta grave será excluido de la mesa común y también del oratorio. 2Y ningún hermano se acercará a él para hacerle compañía o entablar conversación. 3Que esté completamente solo mientras realiza los trabajos que se le hayan asignado, perseverando en su llanto penitencial y meditando en aquella terrible sentencia del Apóstol que dice: 4«Este hombre ha sido entregado a la perdición de su cuerpo para que su espíritu se salve el día del Señor». 5Comerá a solas su comida, según la cantidad y a la hora que el abad juzgue convenientes. 6Nadie que se encuentre con él debe bendecirle, ni se bendecirá tampoco la comida que se le da.  

Los capítulos del 23 al 30 vienen a ser el Código penal de la Regla.San Benito es consciente de que podemos fallar, de que fallamos, y que es necesario el camino de una recuperación. Quizás podríamos recordar aquella frase que vino a ser norma de conducta de un instituto armado del siglo XIX: “odia el delito y compadece al delincuente”. Pues esta es, más o menos, la idea de san Benito respecto a las faltas: condenar la falta y ser misericordioso con quien la comete, porque Dios es siempre misericordioso con el pecador. Lo que realmente importa es la motivación, lo que mueve a cometer la falta. Puede ser una negligencia más o menos inocente, o un descuido o una falta de aptitud, pero también puede responder a una voluntad inequívoca de querer faltar.

No se trata de lo exterior, de la apariencia, que quizás podemos presentar atractiva, sino del fondo del corazón. Podemos tener una buena imagen externa, pero en el interior es otra la realidad; porque dentro es donde pueden estar con termitas las vigas de nuestra falta contumaz, el terreno afectado por la desobediencia, o nuestro orgullo, o los fundamentos de nuestra murmuración y menosprecio. Como dice san Bernardo “al que aspira a ser alabado por su humildad, no posee esta virtud, la destruye” (Sermón 16, Sobre el Cantar de los Cantares)

Podemos caer, ciertamente, en faltas leves y llegar incluso a las graves, pues la repetición nos puede crear una sensación de impunidad y tergiversar nuestra conciencia, hacerla laxa. Dejándonos llevar por la pereza o cualquier otra cosa, podemos acabar siendo perezosos, o mentirosos…y la mentira es la hija más vil y nociva de la ignorancia según san Bernardo (Sermón 17, Sobre el Cantar de los Cantares, II,3)

La falta leve es el camino, que nos puede llevar rápidamente a la falta grave, si en el fondo de nuestro corazón hay un nido de orgullo que nos carcome, y la decidida voluntad de imponer nuestro criterio por encima de todo. Lo dice san Bernardo con su acostumbrado estilo directo:

“Da vergüenza, recordar la altivez con que algunos se vanaglorian, sin pudor alguno, de su deplorable soberbia, después de tomar el santo hábito, para suplantar a otros, para abusar de su hermano y hacer temerariamente mal por mal, o insulto por insulto, aplicando la ley del talión como respuesta a la injuria o a la calumnia (Sermón 16, Sobre el Cantar de los Cantares, 9)

Para san Benito toda sanción no busca otra cosa que la salvación del alma y la extirpación radical del vicio que nos lleva a la falta. Nos lo dice apoyándose en un texto del Apóstol, al afirmar que lo importante no es el cuerpo sino el alma. Por un lado, debemos estar atentos a que las faltas leves no se hagan costumbre, a no habituarnos a ellas, y lleguemos a las graves; por otro lado no debemos perder de vista la riqueza de la diversidad de una comunidad donde cada uno tiene su propia personalidad, y la suma de estas siempre aporta algo positivo al conjunto, venciendo el riesgo de querer imponer nuestra personalidad por encima de los otros, y llegar así al menosprecio, lo cual ya es una falta grave y que nace de la soberbia, origen de todos los pecados en palabras de san Bernardo.
Cualquier falta, leve o grave, es un atentado contra la comunidad, y por lo tanto es preciso corregirla y dar satisfacción. Este es otro aspecto importante de este capítulo. Las penas hacen referencia a la exclusión de actos comunitarios: la comida, la plegaria, el contacto con los demás hermanos, la prohibición de recibir la bendición.

Esta referencia de san Benito nos ha de hacer conscientes que la bendición que recibimos al acabar el Oficio Divino, la Eucaristía, y sobre todo al acabar la jornada no es un gesto banal sino importante, porque es la bendición del Señor, la mirada de Dios, que viene sobre nosotros. Sin embargo, por lo que hace referencia a las comidas, es por esto bueno que lleguemos todos en el momento de la bendición, y que tiene que ser una razón muy importante la que nos prive de bendecir todos juntos los alimentos que estamos a punto de tomar.

Más que el hecho concreto, lo importante es la motivación, que nos lleva a estar ausente de la bendición de la mesa, o a llegar tarde al Oficio Divino, lo cual irá afectando a nuestra vocación y a la vida comunitaria. Como enseña san Bernardo en la misma lectura: “os exhorto a que salgáis del molesto y angustioso recuerdo de vuestros pecados. De este modo contemplándolo a El se os aliviará la confusión” (Sermón 16, Sobre el Cantar de los Cantares).

El centro de este Código penal no podía ser otro que Cristo, y a partir de aquí su busca en la comunidad, la importancia de vivir nuestra vocación con responsabilidad y generosidad. Nadie de nosotros es mejor ni peor que los demás; cada uno tenemos nuestra virtudes y nuestros defectos, puntuales o de fábrica, como decía el  Abad Mauro Esteva; por esto es rica la vida comunitaria, aunque no sea fácil, ciertamente, de lo cual todos somos conscientes, pues es una tarea ardua y penosa llegar a un equilibrio personal y comunitario que nunca acaba.

San Benito nos exhorta a luchas contra las faltas, procurando no caer nunca en la autocomplacencia, fruto de la soberbia, ni en la crítica destructiva, sino apoyarnos siempre en la misericordia de Dios, abriéndonos a su gracia.




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