domingo, 10 de mayo de 2020

CAPÍTULO 32 LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

CAPÍTULO 32
LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

El abad elegirá a hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro para encargarles de los bienes del monasterio en herramientas, vestidos y todos los demás enseres, 2y se los asignará como él lo juzgue oportuno para guardarlos y recogerlos. 3Tenga el abad un inventario de todos estos objetos. Porque así, cuando los hermanos se sucedan unos a otros en sus cargos, sabrá qué es lo que entrega y lo que recibe. 4Y, si alguien trata las cosas del monasterio suciamente o con descuido, sea reprendido. 5Pero, si no se corrige, se le someterá a sanción de regla. 

En este capítulo san Benito se ocupa acerca de cómo debemos tratar las herramientas y objetos del monasterio. Todos. En el capítulo anterior, dedicado al Mayordomo, ya nos daba la idea clave: “como si fueran vasos sagrados” (RB 31,10).

En una sociedad en la cual poseer se considera por sí mismo un valor, y usar para tirar y comprar de nuevo viene a ser una dinámica habitual, la reflexión de san Benito sobre la propiedad y del trato de los objetos, puede venir a ser algo anticultural. Porque si hoy nos habla de cómo tratar los objetos, en los capítulos siguientes nos hablará de que, si bien debemos tener lo necesario, no debemos considerar nada como propio, sino seguir aquella antigua fórmula de los monjes antiguos que decían ad usum “según la costumbre”, es decir utilizarlo en función de la tarea que tenemos encomendada, para bien de toda la comunidad, tratarlo bien, guardarlo.

San Benito establece en la Regla una igualdad asimétrica, no homogénea, sino con atención a las necesidades de los más débiles. Sin embargo, está muy presente en el lenguaje de la Regla que viene a ser lo mismo si quien entra en el monasterio es infante o sacerdote, noble o esclavo… Todos servimos a Cristo, y, por tanto, los dones y valores de cada uno es preciso ponerlos al servicio de toda la comunidad. No entendería san Benito que si nuestra familia o nuestros amigos tienen posibilidades las utilizasen para sacar un beneficio particular. Sucumbimos, a veces, a la tentación de tener por tener, quizás por la satisfacción de contemplar el armario bien pertrechado de herramientas o caemos en la tentación de una previsión, “por si acaso”… Esto nos puede llevar al síndrome de Diógenes, acumulando cosas en la celda o en nuestro lugar de trabajo, lo cual es algo equívoco, erróneo, según el espíritu de la Regla.

San Benito no desea que caigamos en la estrechez, ni tampoco en la abundancia; un principio que aplica también al vestido, a la comida, la bebida… Tener lo necesario y evitar lo superfluo, para que el afán de poseer no nos distraiga de nuestro verdadero objetivo como monjes, que es el buscar a Dios. Entonces, lo que es preciso que conservemos todo en buen estado, bien guardado, recogido… para beneficio, en definitiva, de toda la comunidad.

Vemos que esta idea san Benito la aplica a todo: vestido, comida, herramientas…, por tanto, también podemos considerar que lo aplica al mismo monasterio, al edificio del que habla poco, pero que está presente en todas las actividades: orar, comer, trabajar, dormir…, pues cada actividad se lleva a cabo en un lugar concreto, y este espacio ha de servir para lo que esta destinado, y viene a ser, de este modo, una herramienta que debe ser tratada bien. Como dice el salmista: “tus sirvientes aman estas piedras, les da lastima este polvo.. (Sal 101,15), invitándonos a apreciar el lugar, como nuestros Padres Fundadores apreciaron la Regla y el lugar. O sea que el conjunto del monasterio se nos confía esperando que tengamos una vida y unas costumbres que merezcan la confianza a los ojos de Dios. Vivimos en un lugar privilegiado con ocho siglos de vida monástica, que ha sufrido los avatares de la historia y más de un siglo de abandono y degradación.

Cada vez que pasamos por el claustro, oramos en la iglesia, comemos en el refectorio, escuchamos la lectura en la sala capitular… entramos en comunión con las generaciones de monjes pasadas, lo cual es un privilegio y un valor añadido. También es cierto que vivir en un espacio monumental, patrimonio mundial, y que no es propiedad nuestra, comporta unas servitudes, unos inconvenientes.

Estos días de pandemia podemos gozar, en medio de tanto dolor e incertidumbre, del monasterio, sin visitas turísticas, huéspedes…Mas de una vez seguramente, pasa por nuestra cabeza la idea de que vivimos en estas semanas una situación excepcional también en este aspecto; una vida que solo se vive con tanta radicalidad en una cartuja. Pero seamos conscientes de lo excepcional de la situación, y que, tarde o temprano, tendremos que volver a la normalidad, a cumplir con nuestro deber hacia la sociedad que nos permite habitar aquí en un cierto equilibrio, siempre difícil, entre vida monástica y monumento patrimonio mundial; por tanto, un monumento para compartir en la medida de los posible con los ciudadanos que se acercan al monasterio.

Por esto, el mismo monasterio es para nosotros la herramienta más apreciada, y procuramos conservarla con las diferentes herramientas, desde la escoba hasta el cuidado de cualquier incidencia que pueda suceder, y que habitualmente no son pocas, como por ejemplo cerrar una luz que no es necesaria, recoger un papel, cerrar una puerta… Porque amamos estas piedras, y nos da pena el polvo que las ensucia semana tras semana… algo a tener presente cada semana durante el sábado, día de limpieza. Pensando que no deja de ser un privilegio habitar y tener el cuidado del mismo espacio donde tantas generaciones de monjes han vivido buscando a Dios.


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