CAPÍTULO
32
LAS
HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO
El abad elegirá a
hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro para encargarles de los bienes
del monasterio en herramientas, vestidos y todos los demás enseres, 2y se los
asignará como él lo juzgue oportuno para guardarlos y recogerlos. 3Tenga el
abad un inventario de todos estos objetos. Porque así, cuando los hermanos se
sucedan unos a otros en sus cargos, sabrá qué es lo que entrega y lo que
recibe. 4Y, si alguien trata las cosas del monasterio suciamente o con
descuido, sea reprendido. 5Pero, si no se corrige, se le someterá a sanción de
regla.
En este capítulo
san Benito se ocupa acerca de cómo debemos tratar las herramientas y objetos
del monasterio. Todos. En el capítulo anterior, dedicado al Mayordomo, ya nos
daba la idea clave: “como si fueran vasos sagrados” (RB 31,10).
En una sociedad en
la cual poseer se considera por sí mismo un valor, y usar para tirar y comprar
de nuevo viene a ser una dinámica habitual, la reflexión de san Benito sobre la
propiedad y del trato de los objetos, puede venir a ser algo anticultural.
Porque si hoy nos habla de cómo tratar los objetos, en los capítulos siguientes
nos hablará de que, si bien debemos tener lo necesario, no debemos considerar
nada como propio, sino seguir aquella antigua fórmula de los monjes antiguos
que decían ad usum “según la costumbre”, es decir utilizarlo en función
de la tarea que tenemos encomendada, para bien de toda la comunidad, tratarlo
bien, guardarlo.
San Benito
establece en la Regla una igualdad asimétrica, no homogénea, sino con atención
a las necesidades de los más débiles. Sin embargo, está muy presente en el
lenguaje de la Regla que viene a ser lo mismo si quien entra en el monasterio
es infante o sacerdote, noble o esclavo… Todos servimos a Cristo, y, por tanto,
los dones y valores de cada uno es preciso ponerlos al servicio de toda la
comunidad. No entendería san Benito que si nuestra familia o nuestros amigos
tienen posibilidades las utilizasen para sacar un beneficio particular.
Sucumbimos, a veces, a la tentación de tener por tener, quizás por la
satisfacción de contemplar el armario bien pertrechado de herramientas o caemos
en la tentación de una previsión, “por si acaso”… Esto nos puede llevar al
síndrome de Diógenes, acumulando cosas en la celda o en nuestro lugar de
trabajo, lo cual es algo equívoco, erróneo, según el espíritu de la Regla.
San Benito no
desea que caigamos en la estrechez, ni tampoco en la abundancia; un principio
que aplica también al vestido, a la comida, la bebida… Tener lo necesario y
evitar lo superfluo, para que el afán de poseer no nos distraiga de nuestro
verdadero objetivo como monjes, que es el buscar a Dios. Entonces, lo que es
preciso que conservemos todo en buen estado, bien guardado, recogido… para
beneficio, en definitiva, de toda la comunidad.
Vemos que esta
idea san Benito la aplica a todo: vestido, comida, herramientas…, por tanto,
también podemos considerar que lo aplica al mismo monasterio, al edificio del
que habla poco, pero que está presente en todas las actividades: orar, comer,
trabajar, dormir…, pues cada actividad se lleva a cabo en un lugar concreto, y
este espacio ha de servir para lo que esta destinado, y viene a ser, de este
modo, una herramienta que debe ser tratada bien. Como dice el salmista: “tus
sirvientes aman estas piedras, les da lastima este polvo.. (Sal 101,15),
invitándonos a apreciar el lugar, como nuestros Padres Fundadores apreciaron la
Regla y el lugar. O sea que el conjunto del monasterio se nos confía esperando
que tengamos una vida y unas costumbres que merezcan la confianza a los ojos de
Dios. Vivimos en un lugar privilegiado con ocho siglos de vida monástica, que
ha sufrido los avatares de la historia y más de un siglo de abandono y
degradación.
Cada vez que
pasamos por el claustro, oramos en la iglesia, comemos en el refectorio,
escuchamos la lectura en la sala capitular… entramos en comunión con las
generaciones de monjes pasadas, lo cual es un privilegio y un valor añadido.
También es cierto que vivir en un espacio monumental, patrimonio mundial, y que
no es propiedad nuestra, comporta unas servitudes, unos inconvenientes.
Estos días de
pandemia podemos gozar, en medio de tanto dolor e incertidumbre, del
monasterio, sin visitas turísticas, huéspedes…Mas de una vez seguramente, pasa
por nuestra cabeza la idea de que vivimos en estas semanas una situación
excepcional también en este aspecto; una vida que solo se vive con tanta
radicalidad en una cartuja. Pero seamos conscientes de lo excepcional de la
situación, y que, tarde o temprano, tendremos que volver a la normalidad, a
cumplir con nuestro deber hacia la sociedad que nos permite habitar aquí en un
cierto equilibrio, siempre difícil, entre vida monástica y monumento patrimonio
mundial; por tanto, un monumento para compartir en la medida de los posible con
los ciudadanos que se acercan al monasterio.
Por esto, el mismo
monasterio es para nosotros la herramienta más apreciada, y procuramos
conservarla con las diferentes herramientas, desde la escoba hasta el cuidado
de cualquier incidencia que pueda suceder, y que habitualmente no son pocas,
como por ejemplo cerrar una luz que no es necesaria, recoger un papel, cerrar
una puerta… Porque amamos estas piedras, y nos da pena el polvo que las ensucia
semana tras semana… algo a tener presente cada semana durante el sábado, día de
limpieza. Pensando que no deja de ser un privilegio habitar y tener el cuidado
del mismo espacio donde tantas generaciones de monjes han vivido buscando a
Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario