domingo, 14 de junio de 2020

CAPÍTULO 65 EL PRIOR DEL MONASTERIO


CAPÍTULO 65
EL PRIOR DEL MONASTERIO

 Ocurre con frecuencia que por la institución del prepósito se originan graves escándalos en los monasterios. 2 Porque hay algunos que se hinchan de un maligno espíritu de soberbia, y, creyéndose segundos abades, usurpan el poder, fomentan conflictos y crean la disensión en las comunidades, 2 especialmente en aquellos monasterios en los que el prepósito ha sido ordenado por el mismo obispo y por los mismos abades que ordenan al abad. 4 Fácilmente se puede comprender lo absurdo que resulta todo esto cuando desde el comienzo su misma institución como prepósito es la causa de su engreimiento, 5 porque le sugiere el pensamiento de que está exento de la autoridad del abad, 6 diciéndose a sí mismo: «Tú también has sido ordenado por los mismos que ordenaron al abad». 7 De aquí nacen envidias, altercados, calumnias, rivalidades, discordias desórdenes. 8 Y así, mientras el abad y el prepósito sostienen criterios opuestos, es inevitable que peligren las almas por semejante discordia 9 y que sus subordinados vayan hacia su perdición, adulando a una parte o a la otra. 10 La responsabilidad de esta peligrosa desgracia recae, en primer término, sobre los que la provocaron, como autores de tan gran desorden. 11 Por eso, nosotros hemos creído oportuno, para mantener la paz y la caridad, que el abad determine con su criterio la organización de su propio monasterio. 12 Y, si es posible, organice por medio de los decanos, como anteriormente lo hemos establecido, todos los servicios del monasterio, 13 pues, siendo varios los encargados, ninguno se engreirá. 14 Si el lugar exige, y la comunidad lo pide razonablemente con humildad, y el abad lo cree conveniente, el mismo abad instituirá a su prepósito con el consejo de los hermanos temerosos de Dios. 16 Este prepósito, sin embargo, ejecutará respetuosamente lo que el abad le ordene, y nunca hará nada contra la voluntad o el mandato del abad, 17 pues cuanto más encumbrado esté sobre los demás, con mayor celo debe observar las prescripciones de la regla. 18 Si el prepósito resulta ser un relajado, o se ensoberbece alucinado por su propia hinchazón, o se comprueba que menosprecia la regla, será amonestado verbalmente hasta cuatro veces. 19 Si no se enmendare, se le aplicarán las sanciones que establece la regla. 20 Y, si no se corrige, se le destituirá de su cargo de prepósito y en su lugar se pondrá a otro que sea digno. 21 Pero, si después no se mantiene dentro de la comunidad tranquilo en la obediencia, sea incluso expulsado del monasterio. 22 Mas piense el abad que rendirá cuentas a Dios de todas sus disposiciones, no sea que deje abrasar su alma por la pasión de la envidia o de los celos.

San Benito sabe que, a menudo, se originan escándalos graves en los monasterios. En esta parte final de la primera redacción de la Regla, trata del Abad, del orden de la comunidad, de los forasteros, monjes o sacerdotes, de los porteros. No es una imagen idílica la que nos presenta, sino realista. San Benito sabe que las pasiones humanas por mucho que no afanemos por superar, nos hacen caer una y otra vez. Para vencerlas nos debe guiar siempre una intención pura y el celo de Dios, aquel buen celo del que nos habla la Regla. Pero la soberbia, las envidias, disputas, calumnias, celos, discordias, adulación… acechan para abrumar nuestras almas.

Somo humanos, no dejamos de serlo por el hecho de ser monjes. No podemos alegar ignorancia o desconocimiento. Sabemos que el Evangelio y la Regla son nuestra norma de vida, y que menospreciar sus enseñanzas nos llevan a perder la paz y la caridad, tanto personal como comunitaria.

Lo que nos dice este capítulo sobre el Prior, como cuando nos habla del administrador, de los sacerdotes del monasterio o del mismo abad, está guiado por un misma idea. Que es preciso observar más solícitamente los preceptos de la Regla, cuanto más responsabilidad les ha sido confiada.

No cabe pensar que una vez llegados a la Profesión Solemne hemos llegado al final del camino y podemos seguir malinterpretando aquel dicho de san Agustín: “ama y haz lo que quieras”… Si no amamos la Regla adulteramos ese dicho, y no llegamos a ninguna parte, pues el mismo san Benito establece que los que han de estudiar, comer y dormir son los de reciente ingreso, no los que ya dejamos la cédula sobre el altar ofreciendo nuestra vida a Dios.

 A pesar de compartir el objetivo de buscar a Dios en el monasterio, a pesar de militar o luchar por vivir bajo una Regla, Dios nos ha hecho distintos, y aquí reside la riqueza y también las dificultades de una vida comunitaria. San Benito, por esto, establece la organización del monasterio en decanatos, de manera que encomendando a muchos el desarrollo de la organización, nadie se pueda enorgullecer de sí mismo. Esta tarea que se nos encomienda, debemos cumplirla con respeto, sin actuar en contra de la voluntad del abad, no porque él se la haya arrogado, sino por el honor y amor de Cristo. Como nos dice san Benito en el capítulo 63: cumplir todo con respeto significa ocuparnos con todas nuestras fuerzas, y a la vez respetar la tarea encomendada a los demás.

El año 2.000, el Maestro General de los Dominicos Timothy Radcliffe decía en Roma, en san Anselmo, a un grupo de abades benedictinos, que nuestras vidas no adquieren forma o significado ascendiendo en un escalafón o siendo promovidos. Somos tan solo hermanos y hermanas, monjes y monjas… No aspiramos a más. Un soldado o un universitario que tenga éxito puede subir profesionalmente a través de los diferentes escalones sociales, pues muestran su valor en la vida a través de una promoción. Pero éste no es nuestro caso. La única escala que existe en la Regla es la escala de la humildad. Seguramente los monjes, a veces pueden alimentar deseos secretos de hacer carrera, y pueden soñar con la “gloria” de ser mayordomos, priores, abades… Y añadía el Padre Radcliffe con cierta ironía: “Creo que muchos monjes se miran al espejo imaginándose como estarían con el pectoral o la mitra…Lo mismo podríamos decir respecto va cualquier otro oficio decanía, sea prior, mayordomo, hospedero, cocinero…) Pero sabemos bien que nuestras vidas adquieren su sentido, no por las promociones, sino porque nos hallamos en el camino del Reino. La Regla se nos da para desear nuestra llegada al hogar celestial”. (El trono de Dios. El papel de los monasterios en el nuevo Milenio)

Para san Benito es muy importante la lealtad. Cuando a uno se le da una autoridad mayor es para que la ejerza con humildad, honestidad y lealtad. Todos sabemos que la tentación surge con frecuencia cuando nos lleva a actitudes destructivas, cegando nuestra mente y enturbiando las relaciones. La vida monástica, al estar siempre juntos y en un espacio cerrado, da lugar a que el monasterio se transforme en un lugar propicio para poner a prueba las relaciones humanas, pues es cuando surgen enfrentamientos, divisiones,.. donde cada uno busca imponer su criterio, sea apeteciendo un determinado cargo, sea queriendo ejercer un poder en la sombra, todo lo cual viene a finalizar en la frustración. También en el monasterio la realidad humana se presenta en toda su crudeza, pues “los monjes son hombres, y donde hay hombres hay humanidad”, decía el abad Mauro Esteva. Todo esto, lejos de desanimarnos nos ha de llevar a ver el monasterio como un espacio para crecer, sin escandalizarnos de la dureza de los capítulos de la Regla, como éste, pues todo esto existe de manera más o menos explícita, pero también debe existir en nuestra vida la obstinación sincera de superación.

Como leemos en una pasada entrevista con el Cardenal Tarancón: “Hemos de reconocer que las personas humanas somos una contradicción viva. Nosotros sabemos lo que queremos, pero la realidad no está nunca de acuerdo con nuestros deseos; son dos caminos diferentes, y para justificarnos acomodamos el ideal a nuestra pequeñez, y llegamos a creer que una manera de comportarse es absolutamente cristiana porque nosotros ponemos esta intención por encima de todo, y todavía olvidamos lo más importante que es la caridad, el amor, el servicio a los hermanos” (Conversaciones con un cardenal valenciano, p. 43-45)

No hay comentarios:

Publicar un comentario