domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO 2, 1-10 COMO DEBE SER EL ABAD


CAPÍTULO 2, 1-10
COMO DEBE SER EL ABAD

El abad que es digno de regir un monasterio debe acordarse siempre del título que se le da y cumplir con sus propias obras su nombre de superior. 2Porque, en efecto, la fe nos dice que hace las veces de Cristo en el monasterio, ya que es designado con su sobrenombre, 3según lo que dice el Apóstol: «Habéis recibido el espíritu de adopción filial que nos permite gritar: Abba! ¡Padre!» 4Por tanto, el abad no ha de enseñar, establecer o mandar cosa alguna que se desvíe de los preceptos del Señor, 5sino que tanto sus mandatos como su doctrina deben penetrar en los corazones como si fuera una levadura de la justicia divina, 6Siempre tendrá presente el abad que su magisterio y la obediencia de sus discípulos, ambas cosas a la vez, serán objeto de examen en el tremendo juicio de Dios. 7Y sepa el abad que el pastor será plenamente responsable de todas las deficiencias que el padre de familia encuentre en sus ovejas. 8Pero, a su vez, puede tener igualmente por cierto que, si ha agotado todo su celo de pastor con su rebaño inquieto y desobediente y ha aplicado toda suerte de remedios para sus enfermedades, 9en ese juicio de Dios será absuelto como pastor, porque podrá decirle al Señor como el profeta: «No me he guardado tu justicia en mi corazón, he manifestado tu verdad y tu salvación. Pero ellos, despreciándome, me desecharon». 10Y entonces las ovejas rebeldes a sus cuidados verán por fin cómo triunfa la muerte sobre ellas como castigo.

Leemos en un Sermón de san Bernardo sobre la Ascensión alrededor de la solicitud paternal del pastor, del único y verdadero pastor que no es otro que Cristo. La solicitud o esta otra semejante: soledad que puede tener una relación. Dos palabras que en uno u otro aspecto pueden definir la tarea del pastor, del obispo, del abad, de un superior, y, no hace falta decir, del Papa.

Solicitud hacia los demás postergando en cierta manera lo que puede ser interesante a nivel personal, por lo que puede interesar más al conjunto de la comunidad. Soledad, que pueden experimentar también en comunidad; una experiencia o sentimiento que han vivido con motivo de la pandemia algunos abades de nuestra Orden, según me han comunicado. Evidentemente no son solamente sentimientos del superior, pues solícitos debemos serlo todos, unos para con otros.

Nos dice san Benito que, para el abad, como por cualquier monje, el modelo es Cristo, el pastor solícito por excelencia. Entonces, ¿cómo actuar? San Benito responde que, siguiendo los preceptos del Señor, no estableciendo ni mandando nada al margen de dichos preceptos. La doctrina, parece para san Benito, un fundamento esencial de donde debe brotar la obediencia para evitar que la muerte prevalezca sobre las ovejas inquietas, desobedientes que solo piensan en acciones malsanas. De aquí que sea tan importante, fundamental, aprovecharse de aquellos elementos que nos dan la pauta para nuestra vida como monjes: el Evangelio, la Regla, las enseñanzas de los santos Padres y el ejemplo de los ancianos. De aquí donde todos debemos sacar las cosas nuevas y antiguas que nos ayudaran a hacer camino hacia la vida eterna.

Nuestras fragilidades, tanto físicas como morales nos hacen semejantes a aquel edificio del que nos habla san León Magno en su “Tratado sobre el ayuno cuaresmal”. Nos afectan las infiltraciones de las humedades del egoísmo, la furia de las tempestades, de las tentaciones, o el paso de los años nos deteriora la humildad; por esto tenemos necesidad de ejercer una vigilancia asidua, para que nada desordenado o impuro se infiltre en nuestra alma; pues las infiltraciones son siempre peligrosas por pequeñas que parezcan en un principio y pueden acabar por provocar el hundimiento. Es preciso recurrir a quien nos puede ayudar para evitarlo, y como nos enseña san León nuestro edificio no puede subsistir sin la protección previa del Creador.: “O es que hay alguien tan insolente o soberbio que se considere tan inmaculado o inmune hasta el punto de no necesitar ninguna renovación?”.

No, no somos ni insolentes ni soberbios, o al menos ninguno de nosotros pretende serlo, ya que, o, por el recuerdo del terrible juicio intentamos ser diligentes en nuestro camino, o siendo solícitos hacia Dios y hacia los hermanos.

Hemos de ser conscientes que vivir en comunidad es una riqueza, pero implica también renuncias. No es extraño que uno u otro acuda al superior para pedir algo, incluso, a veces, con el riesgo de buscar un cierto provecho personal, una ventaja por delante de los demás. Entonces nos podemos plantear si esto que pido para mí, si también los otros lo pidieran cual sería consecuencia… Detrás de toda comunidad, de todo grupo debe haber una corresponsabilidad, como señala en una entrevista el cardenal Tarancón, que pone en boca del Papa Pío XII: “corresponsabilidad de todos en bien de la sociedad -aquí nos podemos poner nosotros en bien de la comunidad- y es eso lo que corresponde a personas racionales y libres”.

Pues nuestra vocación, la respuesta que hemos dado a la llamada del Señor es racional y libre, madura; pero debemos tener claro qué quiere decir respuesta a la llamada.

Hace un tiempo, un huésped con cierta inquietud vocacional manifestaba una determinada debilidad, ciertamente no menor, pero trabajaba bien y cumplía con el tiempo de plegaria. Pero no se trata solo de trabajar, de cumplir un horario, sino que detrás de todo ello haya una recta intención, pues si a una debilidad, no le damos la importancia adecuada puede acabar por hundir la casa, y afectar la estructura de las casas vecinas. La solidez de los fundamentos de nuestra vocación, la sana doctrina fundamentada en el precepto del Señor no debe ayudar. Por esto san Benito en este capítulo segundo examina la figura del superior en relación a la doctrina espiritual que ha de enseñar, mientras que en el capítulo 64 habla más bien de la elección del abad y de las tareas que le están encomendadas, aunque se hable del abad a lo largo de toda la Regla y de manera especial en la parte disciplinaria que trata de los distintos oficios.

En este capítulo una frase sintetiza todo su contenido, una frase profunda. El abad toma el lugar de Cristo en el monasterio; una idea que ya viene de la Regla del Maestro, y que sintetiza que el ideal de cualquiera comunidad monástica es la comunidad apostólica. Modelo y reto a la vez. “La comunidad religiosa es un don del Espíritu, antes de ser una construcción humana… Tiene su origen en el amor de Dios difundido en los corazones por medio del espíritu…Por tanto no se puede comprender la comunidad religiosa sin tener en cuenta que es un don de Dios, que es un misterio y que tiene sus raíces en el corazón mismo de la santa Trinidad y santificadora, que la quiere como una parte del misterio de la Iglesia para la vida del mundo”. (VFC, 8).

Solícitos, pues, para recibir el don del Espíritu en soledad para recibir el amor del Padre, no anteponiendo nada a Cristo, “soli Deo”. Tan solo Dios.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario