domingo, 30 de agosto de 2020

CAPÍTULO 48,14-25 EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA: LOS DIAS DE CUARESMA

 

CAPÍTULO 48,14-25

EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA:

LOS DIAS DE CUARESMA

 1Durante la cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajarán en lo que se les mandare hasta el final de la hora décima. 15 En esos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la Biblia, que leerán por su orden y enteramente; 16 estos códices se entregarán al principio de la cuaresma. 17 Y es muy necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. 18 Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedía, en vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual no sólo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás. 19 Si a alguien se le encuentra de esta manera, lo que ojalá no suceda, sea reprendido una y dos veces; 20 y, si no se enmienda, será sometido a la corrección que es de regla, para que los demás escarmienten. 21 Ningún hermano trate de nada con otro a horas indebidas. 22 Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. 23 Pero a quien sea tan negligente y perezoso que no quiera o no pueda dedicarse a la meditatio o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté desocupado. 24 A los hermanos enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga desistir. 25 El abad tendrá en cuenta su debilidad.

Esta semana escuchábamos la parábola de las vírgenes prudentes y necias, o de las mujeres sensatas e insensatas. La espera del Esposo como objetivo, y la necesidad de prepararnos para su llegada. La lectura espiritual puede venir a ser para nosotros como el aceite de la lámpara de nuestra fe. Debemos procurar tener en todo momento la lámpara de nuestra fe bien provista de aceite. La lectura de la que nos habla san Benito, es importante hacerla de modo continuo, cada día, de manera que la lámpara esté siempre a punto. No es bueno esperar al último momento.

¿Cuál debe ser nuestra lectura? En primer lugar, la Palabra de Dios, el contacto personal con Dios a través de su Palabra. Pero para mantener la luz de nuestra fe nos puede ayudar también el Magisterio de la Iglesia y los Padres. No se trata solo de formarnos, que también es necesario, sino de buscar, de leer lo que nos ayude a ser mejores.

Escribe un autor espiritual:

“Ya que has ingresado en un monasterio no debes tener nada en común con el estudio de aquellos que en nuestro tiempo se dedican en la soledad a estudiar lenguas, ni con los que investigan las argucias de los filósofos, o los temas espinosos de los teólogos. Tú, busca, lee, ocúpate únicamente de aquellas lecturas que te ayuden a ser mejor” (Cartas de acompañamiento espiritual, 11)

La lectura debe ser para nuestro provecho y crecimiento espiritual. De aquí el interés de san Benito en que no despreciemos esta actividad, y su insistencia en que haya varios ancianos para vigilar y evitar en los monjes la pereza o dejadez, pues la pereza además de ser enemiga del alma, es fuente de murmuración, que debe estar siempre desterrada de una vida comunitaria.

La Lectio Divina es el método, la oportunidad que nos ofrece la vida monástica para apropiarnos la Palabra de Dios. Algún autor afirma que la Lectio “acontece” más que “se hace”, porque es una lectura divina, un encuentro entre la Palabra divina y el interior del hombre, por lo cual es preciso afrontarla con la disposición de acoger una Presencia, que, quizás, no siempre satisface nuestro oído, sino al contrario, nos interpela al venir de Dios.

De aquí que también en esto nos ayudan el Magisterio y las obras de los Padres. El Concilio Vaticano II subrayó de manera especial que la Escritura nos reafirma en la Tradición, en el Magisterio y en la reflexión de los autores que a lo largo de los siglos configuran lo que viene a ser una Tradición viva. El Concilio no quiso contraponer la “sola Escritura” de la Reforma, sino destacar que su lectura, su interpretación, su estudio, a lo largo de los siglos, nos ayuda a comprender el sentido mismo de la Palabra de Dios. La Tradición viene a ser, de este modo, una riqueza incorporada, no opuesta, una ayuda complementaria para apropiarnos la Palabra.

El Papa Benedicto XVI lo resumía diciendo que “Escritura y Tradición. Escritura y anuncio apostólico, como claves de lectura, se unen, se funden, para formar un “fundamento firme puesto por Dios” (2Tim 2,19). El anuncio apostólico, es decir la Tradición, es necesario para introducirnos en la comprensión de la Escritura, y captar a través de ella la voz de Cristo” (Audiencia General de 28 de Enero de 2009)

Como nos dice san Benito: “qué página o qué palabra de autoridad divina del Antiguo y del Nuevo testamento, no es una norma rectísima para la vida humana?  O bien ¿qué libro de los Santos Padres Católicos no nos hace sentir insistentemente cómo debemos correr para llegar derechos a nuestro Creador?  (RB 73,3-4)

Tenemos dos espacios a lo largo de la jornada dedicados a la lectura. Dando primacía a la Palabra, podemos dedicar tiempo a esta Tradición siempre enriquecedora y siempre nueva. Evitemos la negligencia, la pereza o la ociosidad, destinando más tiempo a proveer de aceite nuestras lámparas.  No sea que el Esposo llegue cuando estemos pensando si mañana dedicaré tiempo a leer, y dejamos languidecer nuestras lámparas.  Un Esposo que no puede ser otro que Jesucristo. Ninguna creatura vamos a encontrar con la perfección e interés que la que nos muestra Jesucristo, para llevarnos mediante el contacto con su Palabra al horizonte hacia donde se endereza nuestra existencia.

El mismo autor espiritual citado antes, añade: “Cualquier cosa que leas, léela con la intención de aprender lo que es necesario, o bien porque te conviene para la compunción y devoción. Por ello, en todo te debes proponer como finalidad la gloria de Dios, no sea que pensando solo en ti mismo, al salir más sabio de tus estudios, busques o desees, algo caduco, como honores, cargos, fama… Lee, pues con simplicidad, es decir solamente para crecer en el conocimiento y en el amor de Dios”. (Cartas de acompañamiento espiritual, 11)

 

 

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