CAPÍTULO
22
CÓMO
HAN DE DORMIR LOS MONJES
1Cada
monje tendrá su propio lecho para dormir. 2 Según el criterio de su
abad, recibirán todo lo necesario para la cama en consonancia con su género de
vida. 3 En la medida de lo posible, dormirán todos juntos en un
mismo lugar; pero si por ser muchos resulta imposible, dormirán en grupos de
diez o de veinte, con ancianos que velen solícitos sobre ellos. 4Hasta
el amanecer deberá arder continuamente una lámpara en la estancia. 5Duerman
vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas, de manera que mientras descansan no
tengan consigo los cuchillos, para que no se hieran entre sueños. 6Y
también con el fin de que los monjes estén siempre listos para levantarse; así,
cuando se dé la señal, se pondrán en pie sin tardanza y de prisa para acudir a
la obra de Dios, adelantándose unos a otros, pero con mucha gravedad y
modestia. 7 Los hermanos más jóvenes no tengan contiguas sus camas,
sino entreveradas con las de los mayores. 8Al levantarse para la
obra de Dios, se avisarán discretamente unos a otros, para que los somnolientos
no puedan excusarse.
San Benito regula todos
los aspectos de la vida de los monjes, desde los más trascendentales hasta los
más triviales. En todos ellos se contempla el horizonte de nuestra vida: la
búsqueda de Cristo. Dormir, levantarnos… puede suponer una rutina diaria, pero
la vida esta configurada con pequeñas piezas, que la van definiendo. Este
camino hacia la vida eterna, que es nuestra vida de monjes, está hecha de
pequeñas etapas a través de los años, que nos permiten crecer espiritualmente
hacia la plenitud, nunca del todo alcanzada, pero renovada diariamente en el
deseo más profundo.
La misma Regla presenta
cada jornada como una pequeña muestra del conjunto de toda nuestra existencia.
Al levantarnos para asistir al Oficio Divino volvemos la mirada hacia el sepulcro
del Señor, en el amanecer de su resurrección, primicia de la nuestra. Oramos a
la salida del sol, haciendo memoria de la creación, de la luz de la vida que es
el Cristo. Y, paso a paso, llegamos al atardecer, como si nuestro sueño fuera
un avance de la muerte, confiando en el nuevo día que llegará, jornada plena y
sin final.
Dormir, descansar, es
necesario, de manera que cada una de nuestras jornadas puedan dar lo mejor de
nosotros. Este día a día, esta rutina, no nos puede angustiar, limitarnos, sino
más bien liberarnos para centrarnos en el verdadero y único objetivo que es la
búsqueda de Dios. Si perdemos la tensión en las pequeñas cosas, un poco más de
dormir… iremos cayendo en una mala rutina, y teniendo dificultades para el
ritmo normal de la vida, que necesitamos vivir, cada jornada, en toda su
plenitud y riqueza.
A menudo cuando se nos
pregunta por el horario de nuestra jornada, expresan una cierta admiración por
nuestro madrugar singular. Sin duda que el horario de nuestra vida viene
marcado porque en la época de san Benito todos se levantaban al alba, para
provechar todas las horas del día. Los monjes, en el principio, se levantaban a
media noche para hacer la primera plegaria, las Vigilias, ahora llamadas
Maitines. Y poco a poco se tiende a un dormir sin interrupción, más reparador.
En este aspecto podemos
pensar que somos unos privilegiados, pues son muchos los que se levantan a
estas horas tempranas para asistir a su trabajo, en la obligación que tienen de
llevar adelante a su familia.
Nosotros nos levantamos
temprano para ir al encuentro del Señor, lo cual debería llenarnos de gozo,
pero seamos conscientes también de la necesidad previa de un descanso tomado en
serio para poder, después, dar la respuesta adecuada como monjes.
San Benito nos dice
también que hemos de dormir atentos, preparados para estar siempre a punto.
Ciertamente, cuando suena la campana cada mañana puede venir la tentación de
hacer oídos sordos; en realidad, es un momento de duda, de renovar nuestro
compromiso, una especie de renovación sencilla de nuestros votos ante el Señor,
de estar dispuestos para ir a su encuentro en un momento privilegiado, cuando
el silencio nos envuelve y esta a punto de romper el nuevo día. Siempre, no
levantarse a la señal de la campana ha sido una falta grave de la que se había
uno de acusar en capítulo. Por ello un monje era encargado de despertar a los
dormidos, y otro de recorrer el coro para evitar la tentación de dormirse
durante el Oficio.
San Benito nos pide
reposar confiados en el Señor, de manera que podamos levantarnos con el deseo
de encontrarnos con el Señor, de estar siempre a punto para el encuentro con
aquel que hemos venido a buscar.
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