domingo, 2 de agosto de 2020

CAPÍTULO 22, CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES


CAPÍTULO 22
CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES

1Cada monje tendrá su propio lecho para dormir. 2 Según el criterio de su abad, recibirán todo lo necesario para la cama en consonancia con su género de vida. 3 En la medida de lo posible, dormirán todos juntos en un mismo lugar; pero si por ser muchos resulta imposible, dormirán en grupos de diez o de veinte, con ancianos que velen solícitos sobre ellos. 4Hasta el amanecer deberá arder continuamente una lámpara en la estancia. 5Duerman vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas, de manera que mientras descansan no tengan consigo los cuchillos, para que no se hieran entre sueños. 6Y también con el fin de que los monjes estén siempre listos para levantarse; así, cuando se dé la señal, se pondrán en pie sin tardanza y de prisa para acudir a la obra de Dios, adelantándose unos a otros, pero con mucha gravedad y modestia. 7 Los hermanos más jóvenes no tengan contiguas sus camas, sino entreveradas con las de los mayores. 8Al levantarse para la obra de Dios, se avisarán discretamente unos a otros, para que los somnolientos no puedan excusarse.

San Benito regula todos los aspectos de la vida de los monjes, desde los más trascendentales hasta los más triviales. En todos ellos se contempla el horizonte de nuestra vida: la búsqueda de Cristo. Dormir, levantarnos… puede suponer una rutina diaria, pero la vida esta configurada con pequeñas piezas, que la van definiendo. Este camino hacia la vida eterna, que es nuestra vida de monjes, está hecha de pequeñas etapas a través de los años, que nos permiten crecer espiritualmente hacia la plenitud, nunca del todo alcanzada, pero renovada diariamente en el deseo más profundo.

La misma Regla presenta cada jornada como una pequeña muestra del conjunto de toda nuestra existencia. Al levantarnos para asistir al Oficio Divino volvemos la mirada hacia el sepulcro del Señor, en el amanecer de su resurrección, primicia de la nuestra. Oramos a la salida del sol, haciendo memoria de la creación, de la luz de la vida que es el Cristo. Y, paso a paso, llegamos al atardecer, como si nuestro sueño fuera un avance de la muerte, confiando en el nuevo día que llegará, jornada plena y sin final.

Dormir, descansar, es necesario, de manera que cada una de nuestras jornadas puedan dar lo mejor de nosotros. Este día a día, esta rutina, no nos puede angustiar, limitarnos, sino más bien liberarnos para centrarnos en el verdadero y único objetivo que es la búsqueda de Dios. Si perdemos la tensión en las pequeñas cosas, un poco más de dormir… iremos cayendo en una mala rutina, y teniendo dificultades para el ritmo normal de la vida, que necesitamos vivir, cada jornada, en toda su plenitud y riqueza.

A menudo cuando se nos pregunta por el horario de nuestra jornada, expresan una cierta admiración por nuestro madrugar singular. Sin duda que el horario de nuestra vida viene marcado porque en la época de san Benito todos se levantaban al alba, para provechar todas las horas del día. Los monjes, en el principio, se levantaban a media noche para hacer la primera plegaria, las Vigilias, ahora llamadas Maitines. Y poco a poco se tiende a un dormir sin interrupción, más reparador.

En este aspecto podemos pensar que somos unos privilegiados, pues son muchos los que se levantan a estas horas tempranas para asistir a su trabajo, en la obligación que tienen de llevar adelante a su familia.

Nosotros nos levantamos temprano para ir al encuentro del Señor, lo cual debería llenarnos de gozo, pero seamos conscientes también de la necesidad previa de un descanso tomado en serio para poder, después, dar la respuesta adecuada como monjes.

San Benito nos dice también que hemos de dormir atentos, preparados para estar siempre a punto. Ciertamente, cuando suena la campana cada mañana puede venir la tentación de hacer oídos sordos; en realidad, es un momento de duda, de renovar nuestro compromiso, una especie de renovación sencilla de nuestros votos ante el Señor, de estar dispuestos para ir a su encuentro en un momento privilegiado, cuando el silencio nos envuelve y esta a punto de romper el nuevo día. Siempre, no levantarse a la señal de la campana ha sido una falta grave de la que se había uno de acusar en capítulo. Por ello un monje era encargado de despertar a los dormidos, y otro de recorrer el coro para evitar la tentación de dormirse durante el Oficio.

San Benito nos pide reposar confiados en el Señor, de manera que podamos levantarnos con el deseo de encontrarnos con el Señor, de estar siempre a punto para el encuentro con aquel que hemos venido a buscar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario