domingo, 13 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 59 LA OBLACIÓN DE LOS HIJOS DE NOBLES O DE POBRES

 

CAPÍTULO 59

LA OBLACIÓN DE LOS HIJOS DE NOBLES O DE POBRES

Cuando algún noble ofrezca su hijo a Dios en el monasterio, si el niño es aún pequeño, hagan sus padres el documento del que hablamos anteriormente, 2 y, junto con la ofrenda eucarística, envolverán con el mantel del altar ese documento y la mano del niño; de este modo le ofrecerán. 3 En cuanto a sus bienes, prometan bajo juramento en el documento escrito que ni por sí mismos, ni por un procurador, ni de ninguna otra manera han de darle jamás algo, ni facilitarle la ocasión  de poseer un día cosa alguna. 4 No desead proceder así y quieren ofrecer algo al monasterio como limosna en compensación, 5 hagan donación de los bienes que quieren ceder al monasterio, reservándose, si lo desean, el usufructo. 6 Porque de esta manera se le cierran todos los caminos, y al niño no le queda ya esperanza alguna de poseer algo que pueda seducirle y perderle, Dios no lo quiera; porque así lo enseña la experiencia. 7 Los que sean de condición más pobre procederán de la misma manera. 8 Pero los que no poseen nada absolutamente escribirán simplemente el documento y ofrezcan su hijo a Dios con la ofrenda eucarística en presencia de testigos.

Del cap. 58 al 61 de la Regla, san Benito nos habla de la manera de admitir a los hermanos. En el 58 establece el marco, y en los siguientes habla de tres casos particulares: los niños, los sacerdotes y los monjes que viene de otros monasterios. Parece evidente el desfase de este capítulo, pues no se admiten ahora menores de edad en la vida religiosa, y menos la donación por parte de las familias. Pero alguna de las ideas que plantea son válidas y aplicables a una admisión en una comunidad. Las comunidades son diversas, como lo son los orígenes de cada monje, por su familia, su historia… Nadie de nosotros ha elegido la familia donde nació, ni su infancia, pero son dos hechos que han marcado nuestra vida y nuestro carácter.

Nos habla san Benito de quienes proceden de familia noble, o de los que vienen de familia pobre. Parece que no le preocupa que estos últimos quieran abandonar el monasterio, porque, seguramente, en principio tenían en el monasterio las condiciones mínimas de vida garantizadas. No era fácil conseguir en la época de san Benito un plato en la mesa, un lecho para dormir, en una sociedad donde había ricos, muy ricos, y muchos pobres, muy pobres, que era una inmensa mayoría. Tardarían siglos en llegar lo que hoy llamamos clase media, y la burguesía urbana.

Lo que preocupa a san Benito es que los hijos de los nobles puedan abandonar el monasterio, seducidos por una vida mejor en su ámbito familiar, y una posible falta de vocación, pues la entrada en el monasterio se debía a la voluntad de los padres, quizás para solucionar la vida de un hijo. De aquí el cerrar todas las puertas de salida, de manera que ninguna esperanza le pudiera seducir. Esta sentencia suena muy dura y poco adecuada para el mundo de hoy, ya que parece que san Benito quiera monjes obligados coartando la libertad de decisión, e impidiendo toda posibilidad que no sea la de permanecer en el monasterio.

También nos puede pasar por la cabeza que si marchamos del monasterio y nuestra familia tiene recursos, nos ayudará, lo que sería algo natural. Dios nos puede llamar aquí o allá, pero lo que no nos debe seducir es la tentación de dejar el monasterio buscando una mayor comodidad. Ni tampoco hacia el interior, pues debemos ir aplicando nuestra vida a lo que nos proponen el Evangelio o la Regla, y no a seguir nuestra voluntad.

En el fondo, este capítulo plantea la relación de los monjes con la familia, con el mundo que han abandonado. Parece que durante siglos entrar en una comunidad religiosa significaba cortar toda relación con lo vivido anteriormente; era un morir al mundo. También hoy, optar por una vida monástica o consagrada implica una cierta rotura con el pasado y con los vínculos familiares o de amistad. No por ser monjes dejamos de ser hijos, lo cual aparece con evidencia cuando los padres tienen necesidad de ser atendidos. Las renuncias son otras, como pasar determinados días con las familias, o recibir de ellas cosas que nos son superfluas y que ya no necesitamos, como dice san Benito en la Regla, capítulo 58.

La comunidad no sustituye a la familia, pues afirmar que la comunidad es una familia no es acertado, sino que más bien debe considerarse como un grupo de personas diversas en muchos aspectos, pero unidas por un vínculo común: buscar a Cristo. Este aspecto fundamental, como base y razón de ser de nuestra vida de monjes es lo que destaca, en el fondo, san Benito, cuando habla de ofrecer la cédula y la mano del muchacho envueltas en el mantel del altar, la vida del muchacho, ofrecida con el pan y el vino que vendrán a ser, a continuación, el cuerpo y la sangre de Cristo.

Escribe san Ambrosio: “quien tiene sed desea estar siempre cerca de la fuente, y parece que no tiene otro deseo que el agua, a cuyo contacto queda saciado. (Coment. Sal 118)

Debe ser esta la razón fundamental de la permanencia en el monasterio: estar cerca de la fuente de nuestra vida, que es Cristo, y es preciso vivir con la suficiente fuerza que nos permita vencer toda tentación, también la que nos propone hoy san Benito de cortar de raíz, y cerrando la puerta a la seducción y perdición.

 

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