domingo, 20 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 66 LOS PORTEROS DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 66

LOS PORTEROS DEL MONASTERIO

Póngase a la puerta del monasterio un monje de edad y discreto, que sepa recibir un recado y transmitirlo, y cuya madurez no le permita andar desocupado. 2 Este portero ha de tener su celda junto a la puerta, para que cuantos lleguen al monasterio se encuentren siempre con alguien que les conteste, 3 en cuanto llame alguno o se escuche la voz de un pobre, responda Deo gratias o Benedic. 4 Y, con toda la delicadeza que inspira el temor de Dios, cumpla prontamente el encargo con ardiente caridad. 5 Si necesita alguien que le ayude, asígnenle un hermano más joven. 6 Si es posible, el monasterio ha de construirse en un lugar que tenga todo lo necesario, es decir, agua, molino, huerto y los diversos oficios que se ejercitarán dentro de su recinto, 7 para que los monjes no tengan necesidad de andar por fuera, pues en modo alguno les conviene a sus almas. 8 Y queremos que esta regla se lea muchas veces en comunidad, para que ningún hermano pueda alegar que la ignora.

El portero debe ser un monje prudente, que sepa recibir y dar encargos, maduro, que procure no ir de un lado a otro, y que realice su servicio con la dulzura del temor de Dios y todo el fervor de la caridad.

Existe la leyenda de un monje portero de Poblet. Un día el rey Felipe II se dirigía con una gran comitiva de Zaragoza a Barcelona, en un traslado lento y laborioso, y al pasar por Lérida decidió visitar Poblet, monasterio del cual había oído hablar mucho, pero que no conocía. El monarca llamó al aposentador real y le dijo: Aquí tienes una carta destinada al abad de Poblet, Dom Francisco Oliver de Boteller, para decirle que vamos y nos prepare alojamiento.

El aposentador galopó rápido hacia Poblet, para cumplir el encargo real y llegó al amanecer. Trucando en aquellas horas intempestivas. El monje portero tenía la celda junto a la puerta, como dice la Regla, para atender a todo aquel que trucara. Abrió una pequeña ventana y le preguntó: ¿qué deseáis a estas horas? Éste respondió; “Abrid la puerta al mensajero del rey de España, pues necesitó ver al abad ahora mismo. La pequeña ventana se cerró, y al cabo de un tiempo volvió a abrirse. El mismo monje volvió a preguntar al caballero qué deseaba. “Soy el mensajero del rey de España”, torno a decir un tanto impaciente. “¿De quién decís?” preguntó el monje. “Del rey de España”, repitió el caballero un tanto contrariado. El monje respondió: “No conocemos a ese señor”. El caballero, todo airado y enojado volvió hacia el rey Felipe II y le contó lo que le había sucedido, esperando que iba a explotar contra el monje irrespetuoso e imprudente. Pero el rey le respondió de manera pragmática: ¿por qué estáis tan alterado?  Vuelve al monasterio y le decís que vais de parte del señor Conde de Barcelona, y veréis como se os abren las puertas de monasterio”. El caballero, sorprendido por la reacción y la orden del rey, volvió al monasterio y llamó de nuevo. El monje portero, siempre al servicio, abrió la ventana y preguntó: ¿Que deseáis?, ¿en nombre de quien viene?  El caballero respondió: “de parte del conde de Barcelona, vuestro Señor”. Y las puertas se abrieron de par en par.

La leyenda se ha ido repitiendo con diferentes versiones, pero lo que nos interesa es este celo del monje portero para atender en su servicio con toda la dulzura del temor de Dios, y transmitir el encargo con el fervor de la caridad.

El portero, a menudo es el primer contacto con el mundo, como las antiguas puertas de las ciudades, que eran el punto de contacto y de tráfico de personas y mercaderías. La portería es, a menudo, el primer contacto directo con un monje, y viene a ser la representación visible de la comunidad. De su disponibilidad, amabilidad y sensatez dependerá la imagen que se lleve quien llama, que puede ser del origen más diverso: huésped, petición de ayuda, por curiosidad… Es preciso que el portero sea paciente y celoso en su horario, y sepa dar y trasmitir encargos. Transmitir, de alguna manera, la singularidad de la vida monástica, para no turbar en exceso nuestra rutina diaria.

Hoy, la portería no es la única puerta del monasterio. Se han incorporado otras puertas: el teléfono, antes en la portería, ahora localizado en deferentes lugares del monasterio. Se ha incorporado también el tno. móvil. E internet… Son puertas abiertas al mundo a través de las cuales es preciso ser porteros con sensatez y madurez.

Todo, en esta vida, tiene su lado positivo y su lado negativo. Las nuevas tecnologías nos pueden ayudar, pero pueden también ser un obstáculo en nuestra vida monástica, como un instrumento de dispersión.

Quizás hoy la portería va perdiendo poco a poco el carácter de punto único de encuentro entre la vida monástica y el mundo exterior, viendo como las mismas visitas a los monjes han disminuido… De hecho, la misma sociedad va cambiando y todos estos cambios llegan asimismo a la vida monástica. Tanto la persona que nos visita, pasando por la portería, como quien lo hace a través de un correo electrónico o una trucada por tno. debemos atender con toda dulzura y caridad que podamos, como nos dice san Benito.

Conviene no olvidar la última parte del capítulo, porque no es casual que san Benito nos hable aquí de que no tengamos necesidad de correr por fuera, pues no conviene a nuestras almas. La dulzura y la caridad hacia quien truca a la puerta, física o virtualmente, no debe hacernos perder el ritmo de nuestra vida de plegaria, trabajo y contacto con la Palabra de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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