CAPÍTULO
66
LOS
PORTEROS DEL MONASTERIO
Póngase a la puerta del
monasterio un monje de edad y discreto, que sepa recibir un recado y
transmitirlo, y cuya madurez no le permita andar desocupado. 2 Este portero ha
de tener su celda junto a la puerta, para que cuantos lleguen al monasterio se
encuentren siempre con alguien que les conteste, 3 en cuanto llame alguno o se
escuche la voz de un pobre, responda Deo gratias o Benedic. 4 Y, con toda la
delicadeza que inspira el temor de Dios, cumpla prontamente el encargo con
ardiente caridad. 5 Si necesita alguien que le ayude, asígnenle un hermano más
joven. 6 Si es posible, el monasterio ha de construirse en un lugar que tenga
todo lo necesario, es decir, agua, molino, huerto y los diversos oficios que se
ejercitarán dentro de su recinto, 7 para que los monjes no tengan necesidad de
andar por fuera, pues en modo alguno les conviene a sus almas. 8 Y queremos que
esta regla se lea muchas veces en comunidad, para que ningún hermano pueda
alegar que la ignora.
El portero debe ser un
monje prudente, que sepa recibir y dar encargos, maduro, que procure no ir de
un lado a otro, y que realice su servicio con la dulzura del temor de Dios y
todo el fervor de la caridad.
Existe la leyenda de un
monje portero de Poblet. Un día el rey Felipe II se dirigía con una gran
comitiva de Zaragoza a Barcelona, en un traslado lento y laborioso, y al pasar
por Lérida decidió visitar Poblet, monasterio del cual había oído hablar mucho,
pero que no conocía. El monarca llamó al aposentador real y le dijo: Aquí
tienes una carta destinada al abad de Poblet, Dom Francisco Oliver de Boteller,
para decirle que vamos y nos prepare alojamiento.
El aposentador galopó
rápido hacia Poblet, para cumplir el encargo real y llegó al amanecer. Trucando
en aquellas horas intempestivas. El monje portero tenía la celda junto a la
puerta, como dice la Regla, para atender a todo aquel que trucara. Abrió una
pequeña ventana y le preguntó: ¿qué deseáis a estas horas? Éste respondió;
“Abrid la puerta al mensajero del rey de España, pues necesitó ver al abad
ahora mismo. La pequeña ventana se cerró, y al cabo de un tiempo volvió a
abrirse. El mismo monje volvió a preguntar al caballero qué deseaba. “Soy el
mensajero del rey de España”, torno a decir un tanto impaciente. “¿De quién
decís?” preguntó el monje. “Del rey de España”, repitió el caballero un tanto
contrariado. El monje respondió: “No conocemos a ese señor”. El caballero, todo
airado y enojado volvió hacia el rey Felipe II y le contó lo que le había
sucedido, esperando que iba a explotar contra el monje irrespetuoso e
imprudente. Pero el rey le respondió de manera pragmática: ¿por qué estáis tan
alterado? Vuelve al monasterio y le
decís que vais de parte del señor Conde de Barcelona, y veréis como se os abren
las puertas de monasterio”. El caballero, sorprendido por la reacción y la
orden del rey, volvió al monasterio y llamó de nuevo. El monje portero, siempre
al servicio, abrió la ventana y preguntó: ¿Que deseáis?, ¿en nombre de quien
viene? El caballero respondió: “de parte
del conde de Barcelona, vuestro Señor”. Y las puertas se abrieron de par en
par.
La leyenda se ha ido
repitiendo con diferentes versiones, pero lo que nos interesa es este celo del
monje portero para atender en su servicio con toda la dulzura del temor de
Dios, y transmitir el encargo con el fervor de la caridad.
El portero, a menudo es
el primer contacto con el mundo, como las antiguas puertas de las ciudades, que
eran el punto de contacto y de tráfico de personas y mercaderías. La portería
es, a menudo, el primer contacto directo con un monje, y viene a ser la
representación visible de la comunidad. De su disponibilidad, amabilidad y
sensatez dependerá la imagen que se lleve quien llama, que puede ser del origen
más diverso: huésped, petición de ayuda, por curiosidad… Es preciso que el
portero sea paciente y celoso en su horario, y sepa dar y trasmitir encargos.
Transmitir, de alguna manera, la singularidad de la vida monástica, para no
turbar en exceso nuestra rutina diaria.
Hoy, la portería no es
la única puerta del monasterio. Se han incorporado otras puertas: el teléfono,
antes en la portería, ahora localizado en deferentes lugares del monasterio. Se
ha incorporado también el tno. móvil. E internet… Son puertas abiertas al mundo
a través de las cuales es preciso ser porteros con sensatez y madurez.
Todo, en esta vida,
tiene su lado positivo y su lado negativo. Las nuevas tecnologías nos pueden
ayudar, pero pueden también ser un obstáculo en nuestra vida monástica, como un
instrumento de dispersión.
Quizás hoy la portería
va perdiendo poco a poco el carácter de punto único de encuentro entre la vida
monástica y el mundo exterior, viendo como las mismas visitas a los monjes han
disminuido… De hecho, la misma sociedad va cambiando y todos estos cambios
llegan asimismo a la vida monástica. Tanto la persona que nos visita, pasando
por la portería, como quien lo hace a través de un correo electrónico o una
trucada por tno. debemos atender con toda dulzura y caridad que podamos, como
nos dice san Benito.
Conviene no olvidar la
última parte del capítulo, porque no es casual que san Benito nos hable aquí de
que no tengamos necesidad de correr por fuera, pues no conviene a nuestras
almas. La dulzura y la caridad hacia quien truca a la puerta, física o
virtualmente, no debe hacernos perder el ritmo de nuestra vida de plegaria,
trabajo y contacto con la Palabra de Dios.
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