domingo, 6 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 52 EL ORATORIO DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 52

EL ORATORIO DEL MONASTERIO

El oratorio será siempre lo que su mismo nombre significa y en él no se hará ni guardará ninguna otra cosa. 2 Una vez terminada la obra de Dios, saldrán todos con gran silencio, guardando a Dios la debida reverencia, 3 para que, si algún hermano desea, quizá, orar privadamente, no se lo impida la importunidad de otro. 4 Y, si en otro momento quiere orar secretamente, entre él solo y ore; no en voz alta, sino con lágrimas y efusión del corazón. 5 Por consiguiente, al que no va a proceder de esta manera, no se le permita quedarse en el oratorio cuando termina la obra de Dios, como hemos dicho, pata que no estorbe a los demás.

Cada cosa tiene su lugar, su hora propia, y en todo es necesario la debida reverencia y atención. La vida monástica tiene su correspondencia en la misma arquitectura del monasterio. Casa espacio está pensado para una función determinada. San Benito enseña que no se debe hacer otra cosa; como siendo conscientes de que somos capaces de lo contrario, y nos advierte de lo inoportuno de esto. Un precepto que es válido para cualquier dependencia monástica. Pero esto es fundamental cuando se trata del oratorio.

El monje es considerado un hombre de plegaria, incluso, a veces, se ha dicho no con mucha fortuna que es un profesional de la plegaria, pues la plegaria es propia de todo creyente; y por supuesto, para el monje es una obligación primera, como el aire que respiramos, o el agua para los peces. Sin plegaria no hay monje. Orar es estar en contacto con Dios, hablar con Él, alabarlo, suplicar…, nada más importante que esta conversación con Dios. Una plegaria, bien determinada a lo largo del día, que comienza en la oscuridad de la noche y acaba también en la oscuridad al final del día.

Al principio del día todavía en la oscuridad de la noche debemos empezar, como nos exhorta sabiamente san Ambrosio.

“Procura preceder aquel Sol que ves: “despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará. Si te adelantas a la salida de este Sol, acogerás a Cristo- Luz. Él te iluminará en lo profundo de tu corazón, y cuando le digas: mi alma te desea de noche, hará resplandecer la luz de la mañana en las horas nocturnas, si meditas la Palabra de Dios. Mientras meditas tienes luz, y viendo la luz -la luz de la gracia no la del tiempo-, dirás: Los preceptos del Señor son buenos, llenan el corazón de gozo. Y cuando la mañana te encuentre meditando la Palabra de Dios, y esta ocupación tan agradable de orar y salmodiar haga las delicias de tu alma, dirás nuevamente al Señor: Las puertas de la aurora se llenan de gozo  (Comentario al Salmo 118)

Dentro del equilibrio de la vida monástica, entre plegaria, trabajo, contacto con la Palabra y descanso, la plegaria con la lectio ocupa el lugar central; todos trabajan; todos descansan, pero solo el creyente ora, lee y escucha la Palabra de Dios, alimentándose espiritualmente de ésta. La plegaria, sea comunitaria o personal, tiene como lugar específico el oratorio. Este lugar, por su función, exige el máximo silencio, no solo cuando estamos orando, sino también al entrar o salir. Es un guardar la reverencia debida a Dios.

San Benito nos dice que Dios está siempre presente, pero que esto lo debemos tener más presente cuando estamos en el Oficio Divino (RB XIX). De la misma manera, si debemos pensar que, si Dios está presente en todas partes, mucho más en el oratorio. Siempre que hagamos un trabajo o servicio hemos de ser conscientes de esta presencia de Dios, pero mucho más cuando hacemos la plegaria en el oratorio, porque allí, durante el Oficio Divino, es una experiencia más intensa.

San Benito sabe que, así como debemos ser conscientes de todo esto, podemos tener la tentación de molestar a los demás. Y lo podemos hacer de diversas maneras: con una conversación ociosa, u orando con una fuerza de voz fuera de lugar… Ya nos dice san Benito cuando habla de la lectura en el refectorio de la necesidad de un silencio absoluto, de manera que no se oiga ningún murmullo, ni otra voz que del que lee; o también que el dormitorio tenga un silencio absoluto, o si alguien desea leer que lo haga sin molestar a otro (RB XLIII, 5), habida cuenta que en su época se acostumbrada a leer en voz alta, con el peligro, claro está, de perturbar a otros monjes.

La plegaria personal es preciso hacerla con lágrimas y efusión del corazón, es decir, con toda el alma y en silencio. Por eso, san Benito establece salir del oratorio con el máximo silencio y con la reverencia debida a Dios. Nadie debe quedar si no es para orar. El oratorio continúa siendo el oratorio, aunque haya acabado el Oficio, y por lo tanto no es lugar de conversación, ni entre los monjes, ni con los fieles que puedan asistir al Oficio.

Pero no es suficiente con el silencio exterior. Tenemos necesidad del interior, que a veces nos cuenta encontrarlo. Nos dice san Ambrosio: “¿Cómo puede tu cuerpo estar cerca de Dios, si ni siquiera le honras con los labios? Eres esclavo del sueño, de los intereses del mundo, de las preocupaciones de esta vida, de las cosas de la tierra. Reparte tu tiempo, por lo menos, entre Dios y el mundo” (Comentario al Salmo 118) Priorizar Dios, quizás no sea tan fácil como parece, por ello debemos esforzarnos y ser conscientes de que la plegaria nos da la fuerza y nos mantiene para afrontar positivamente nuestra vida.

Por ello es importante mantener el ritmo de nuestra jornada, a cada hora su ocupación, su tarea litúrgica. Como enseña san Ambrosio: “”ve temprano a la Iglesia, llevando las primicias de tus buenos deseos, y después, si el trabajo de cada día te reclama, tendrá motivos para decir: “Al principio se despiertan mis ojos para considerar vuestras promesas, e irás tranquilo a tus tareas”. (Comentario al Salmo 118)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario