lunes, 5 de abril de 2021

CAPÍTULO 7,31-33 LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7,31-33 LA HUMILDAD

El segundo grado de humildad es que el monje, al no amar su propia voluntad, no se complace en satisfacer sus deseos, 32 sino que cumple con sus obras aquellas palabras del Señor: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado». 33Y dice también la Escritura: «La voluntad lleva su castigo y la sumisión reporta una corona».

El hombre, libre, con una voluntad independiente, capaz de determinarse a sí mismo, y no sometido a capricho alguno..., así lo quería Dios, pues desea que el bien adquirido por él mismo sea un acto verdaderamente suyo, y un acto libre.

San Gregorio Nacianceno escribe: ”Dios ha honrado al hombre dándole la libertad de manera que el bien le pertenece como algo propio”. (Discurso XLV)

Máximo, el Confesor dirá que la libertad consiste, para el hombre, en poner de acuerdo la disposición de su voluntad personal con la voluntad natural, que es aquella que tiende al bien y al cumplimiento de su naturaleza en Dios, que es su principio y su fin (Opúsculos teológicos y polémicos. I)

De hecho, todos los Padres coinciden en afirmar que el mal que existe en el hombre y en el mundo es fruto de un uso perverso de la libertad que Dios ha dado al ser humano, o, como afirma san Gregorio de Nacianzo “no hay mal sin una elección” (Tratado de la Virginidad, XII)

El uso perverso de la libertad hace al hombre esclavo del pecado, del deseo y de los placeres. De esta manera, una supuesta libertad no es sino un vasallaje, o en palabras de Isaac de Nínive “el fin de esta libertad aparente es una dura esclavitud” (Discursos ascéticos 42) 

Nuestro modelo, Cristo, es quien dijo: “no he bajado del cielo para hacer mi voluntad sino la del que me ha enviado” (Jn 6,38). Esta comunión con la voluntad del Padre es fruto de su libre elección para llevar a cabo lo que quiere el Padre, que guía toda su vida, su pasión y su muerte.

¿Qué es lo que nos lleva a imponer nuestra voluntad, y apartarnos del deseo de Dios? Abstenerse de toda mala acción es una etapa, porque para evitar toda acción mala es preciso evitar antes que nada los malos pensamientos, evitar pecar de pensamiento además de no hacerlo de obra y de omisión. Como dice un apotegma de un Padre del Desierto: “es preciso reprimir los malos pensamientos, igual que se reprimen las malas acciones” (Apotegma 220). Al recitar la oración del Señor le pedimos que no nos deje caer en la tentación y nos libre de hacer el mal.

Ante una situación que se presenta con diversas alternativas, ¿cómo saber cuál es nuestra voluntad y cuál es la de Dios? No podemos decir que nos falte un protocolo, un manual, porque la fuente de nuestra vida es el Evangelio, y si no tenemos bastante con él, nuestro padre san Benito nos ha dejado el texto de la Regla, con una lista, por ejemplo, de cuales son los instrumentos de las buenas obras y posibles penalizaciones, para mostrarnos, de esta forma, cuál tiene que ser la guía en nuestra vida.

Nos puede parecer que este segundo grado de humildad se refiere solamente a las grandes cosas, pero no es así, puesto que también está la voluntad de la puerta de al lado, que diría el Papa Francisco, la lucha por imponer nuestra voluntad sobre la del Señor en las pequeñas cosas de cada día.

Con seguridad, que nos pueden venir a la cabeza muchos ejemplos, no referidos a los demás sino a nosotros mismos, y podemos descubrir esa importante lucha por imponer nuestra voluntad, nuestro deseo o capricho, en pequeños detalles de la vida diaria. Pequeñas cosas en las que gastamos muchas energías por imponer nuestra voluntad, para no ser esclavos de la voluntad de otro. Y si no sabemos dominarnos en las pequeñas cosas, cómo vamos a dominarnos en las grandes.

A menudo, detrás de nuestras actitudes está nuestro orgullo que se traduce en una serie de aspectos en donde nos podemos reconocer como confiados en exceso en nosotros mismos, autosatisfacción ilimitada, arrogancia, falsa seguridad, confianza en el propio juicio, certeza de tener siempre la razón, manía de justificarse en todo momento, acudiendo incluso a la falsedad, constante espíritu de contradicción, voluntad de enseñar y mandar en lo que no es cosa nuestra, negativa a obedecer… (Larchet, Terapéutica de las enfermedades espirituales)

Ahora es cuando pensamos “acabo de escuchar el retrato de este hermano mío”, quizás sí, pero quizás también acabo de escuchar el mío, pues de estas actitudes todos participamos, lo que podemos fácilmente reconocer si somos honestos.

La terapéutica es fácil de formular, y difícil de poner en práctica. Es preciso delante del menosprecio de los demás encontrar en ellos lo que es mejor que en nosotros, valorando más sus cualidades que sus defectos; ante nuestro orgullo, reconocer que todo viene de Dios, y que toda cualidad tiene su raíz en el Creador, y no en nuestros méritos, y que sin el auxilio de Dios y su protección somos muy dados a pensar y obrar el mal.

El modelo es Cristo, que dijo: “aceptar mi yugo y haceos discípulos míos, pues soy benévolo y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario