domingo, 22 de agosto de 2021

CAPÍTULO 42 EL SILENCIO DESPUÉS DE COMPLETAS

 

CAPÍTULO 42

EL SILENCIO DESPUÉS DE COMPLETAS

En todo tiempo han de cultivar los monjes el silencio, pero muy especialmente a las horas de la noche. 2 En todo tiempo, sea o no de ayuno 3 -si se ha cenado, en cuanto se levanten de la mesa-, se reunirán todos sentados en un lugar en el que alguien lea las Colaciones, o las Vidas de los Padres, o cualquier otra cosa que edifique a los oyentes; 4 pero no el Heptateuco o los libros de los Reyes, porque a los espíritus débiles no les hará bien escuchar a esas horas estas Escrituras; léanse en otro momento. 5 Si es un día de ayuno, acabadas las vísperas, acudan todos, después de un breve intervalo, a la lectura de las Colaciones, como hemos dicho; 6 se leerán cuatro o cinco hojas, o lo que el tiempo permita, 7 para que durante esta lectura se reúnan todos, si es que alguien estaba antes ocupado en alguna tarea encomendada. 8 Cuando ya estén todos reunidos, celebren el oficio de completas, y ya nadie tendrá autorización para hablar nada con nadie. 9 Y si alguien es sorprendido quebrantando esta regla del silencio, será sometido a severo castigo, 10 a no ser que lo exija la obligación de atender a los huéspedes que se presenten o que el abad se lo mande a alguno por otra razón; 11 en este caso lo hará con toda gravedad y con la más delicada discreción.

Cuando san Benito en el Capítulo 49 de la Regla nos habla de la observancia de la Cuaresma afirma que la vida del monje debía de responder siempre a una observancia cuaresmal. En este capítulo se refiere a la observancia del silencio que debe ser lo habitual, pero sobre todo en las horas de la noche. Son momentos fuertes, privilegiados a la hora de vivir determinadas observancias.

El silencio es preciso cuidarlo, construirlo, protegerlo. En nuestra sociedad es un valor en peligro; hay además miedo al silencio, a encontrarnos solos, cuando podríamos decir que nunca estamos solos, pues el Señor siempre está con nosotros, presencia que podemos sentir sobre todo en el silencio.

Recordemos la historia de Elías, cuando Dios le dice: “Sal y permanece de pie ante mí en lo alto de la montaña que voy a pasar. Entonces se levanta un viento huracanado y violento que rajaba las montañas y trituraba las rocas, pero el Señor no estaba aquí. Después vino un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Después vio un fuego, pero el Señor no estaba en aquel fuego. Finalmente se levantó una brisa suave. Al sentirla, Elías se cubrió la cara con el manto, salió de la cueva y se quedó de pie a la entrada” (1Re 19, 12s)

San Benito nos pide un silencio mayor durante la noche y nos muestra como ir configurándolo, y en este proceso de desaceleración de nuestra actividad tiene un papel importante la lectura de Colación. No es un momento secundario de nuestra jornada, sino importante, durante el cual escuchamos un capítulo de la Regla, y las Colaciones o vidas de los Padres, que nos preparan para recogernos en el silencio.

En tiempos de san Benito ya había enemigos del silencio, enemigos externos como las conversaciones ociosas, contra las cuales en prevé con vehemencia, o también lecturas nada apropiadas a esta hora final del día. Hoy tenemos más dificultad de mantener le silencio nocturno: internet, Tno, móbils, radio….  Hábitos de nuestra sociedad que está presentes también en nuestra existencia. Vivir nuestra espiritualidad nos pide volver a cuidar con todo esmero de esta dimensión del silencio.

Hacemos silencio en cantar y alabar al Señor; hacemos silencio para escuchar la Palabra, para pedir al Señor el perdón de las faltas cometidas durante la jornada, y sobre después de recibir su Cuerpo y su Sangre. San Benito nos pide que al final de nuestra jornada para descansar, asimilando todo aquello que durante el día hemos recibido de Dios. Nos pide que al salir de Completas no digamos nada, estableciendo un castigo severo para quienes no lo cumplan.

San Benito, escribe Aquinata Bockmann ama el silencio, pues para él es el momento fuerte y os pide respetar la tranquilidad de los otros, y que todo junto experimenten los beneficios del silencio. Solo contempla dos excepciones: el bienestar o la necesidad de los huéspedes, y un encargo del Abad; cualquier otras cosa puede ser ociosa e innecesaria.

Un silencio, una tranquilidad que nace de los dos actos comunitarios finales del día: Colación y  Completas. Esta última lectura comunitaria es una incorporación que hace san Benito a los usos monásticos, una formación permanente “avant la lettre”  con contenidos bien precisos: Las Conferencias de Casiano y las Vidas de los Padres.

Una lectura que parece nos convida a repetir, a meditar; una lectura que nos prepara para las Completas, que nos invita y que es previa al silencio, como si después de haber escuchado no hubieras ya lugar para nuestra conversación, como si todo estuviera dicho.

Recordemos que nuestra jornada diaria recuerda el transcurso de nuestra propia vida y a la vez la historia de la creación. Una mañana, un mediodía, una tarde, una noche, la vida que nace se desenvuelve y muere, y a la hora de la muerte este silencio que nos propone san Benito como anuncio del silencio del sepulcro, n lo podemos afrontar con las manos vacías, además de todo lo que hemos orado durante el día, del esfuerzo de nuestro trabajo… necesitamos escucha la voz de los Padres y pedir humildemente al Señor por las nuestras faltas, de la misma manera que debe ser al final de la nuestra vida, si nos concede de llegar a esa hora con clara consciencia a las puertas de volver a abrir nuestros labios para proclamar la alabanza del  Señor en virtud de nuestra fe en la resurrección

San Benito es muy consciente de la finalidad de todo ello.  No establece nada pesado, ni superfluo ni banal. Todo está orientado a centrarnos en Cristo a no anteponerle nada, pues solamente Él después del silencio nocturno, después del silencio del a muerte nos puede llevar a todos al nuevo día, a la vida eterna. Insiste una y otra vez en la importancia de la edificación espiritual y nos convida así a acabar la jornada con las lecturas pertinentes y después a preservar el silencio de la noche. Un silencio que es frágil que debemos proteger cuidadosamente y con amor. Si lo mantenemos, cuando al amanecer volvemos a alabar al Señor experimentaremos verdaderamente el gozo de abrir los labios cerrados.

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