CAPÍTULO
68
SI A
UN HERMANO LE MANDAN COSAS IMPOSIBLES
Cuando a un hermano le manden
alguna vez obedecer cm algo penoso para él o imposible, acoja la orden que le
dan con toda docilidad y obediencia. 2 Pero, si ve que el peso de lo que le han
impuesto excede totalmente la medida de sus fuerzas exponga al superior, con
sumisión y oportunamente, las razones de su imposibilidad, 3 excluyendo toda
altivez, resistencia u oposición. 4 Mas si, después de exponerlo, el superior
sigue pensando de la misma manera y mantiene la disposición dada, debe
convencerse el inferior que así le conviene, 5 y obedezca por caridad,
confiando en el auxilio de Dios.
Del influjo del orgullo, nos
enseña san Pablo en 1Tim, nacen antipatías rivalidades, insultos, sospechas,
discusiones inacabables de gente que perdido el entendimiento, que desconoce la
verdad (cf. 1Tim 6,4-5)
San Benito apunta que alguna
vez nos pueden encomendar cosas pesadas, o incluso imposibles, y para resaltar
lo excepcional del mandato dice: “si alguna vez nos encomiendan”. ¿Qué hace, pues, que a menudo tengamos la sensación
de que todo lo que nos encomiendan son cosas pesadas o imposibles? Que nos
crece el orgullo, éste del que habla san Pablo, y nos impide discernir en cada
momento lo que Dios quiere de nosotros en cada momento.
La tentación del orgullo, la
resistencia y la contradicción, como dice san Benito, nos impiden de ver claro,
y agota nuestra reserva de paciencia. No, no son tantas las veces que nos piden
cosas pesadas, pero las posibles las podemos hacer nosotros imposibles. Es un
tema de voluntad, de prioridad; la voluntad de Dios y la nuestra entran en
conflicto y acabamos por imponernos a la de Dios, en lugar de confiar en su
ayuda y obedecer.
A veces la obediencia de la
“puerta de al lado” que diría el Papa Francisco, la obediencia de las pequeñas
cosas las practicamos con escasa mansedumbre. Pronto aparecen las excusas: no
me lo han dicho en el momento oportuno, ni la manera y la persona oportuna…
Pero si analizamos serenamente, en el fondo está nuestro orgullo, nuestra
resistencia, pues en definitiva no es tan pesado, por ejemplo, ir a la portería
un día que no nos toca, cerrar o abrir una puerta, limpiar la vajilla, servir
la comida… y las convertimos en cosas pesadas o imposibles. Lo que
verdaderamente se hace pesado o imposible es discutirlas y renunciar a hacer
nuestra voluntad.
Seguro que cuando el Señor nos
llamó a la vida monástica no imaginábamos la sucesión de hechos que nunca
habríamos escogido para vivir. Buscábamos la paz, y con frecuencia nos
encontramos en lucha con muchas cosas y en diversos frentes, Entonces, ¿qué
hacer?
Nos lo dice san Benito:
recurrir a la mansedumbre, a la obediencia, a la paciencia, la caridad, la
confianza y ayuda de Dios. En cualquier caso, huir siempre del orgullo, la
resistencia y la contradicción. No se trata de una obediencia ciega que nos
pueda dispensar de una responsabilidad. Nuestra obediencia no está en esta
línea, en la vida monástica o en la Iglesia, sino que somos llamados a una
obediencia responsable, sincera, generosa, que sigue el modelo de Cristo.
Escribe Aquinata Bockmann que
después del Vaticano II, aparecieron en algunas órdenes religiosas una
concepción de la obediencia, según la cual llevaba a discutir todo, hasta el
infinito. Ante una concepción de la obediencia rigorista y simplista, y un
poner todo en cuestión, está el punto justo de la obediencia practicada con
reflexión y responsabilidad. ¿Quién es el responsable cuando alguno no obedece?
Nosotros mismos, sin duda. Solo que en ocasiones los resultados de la
desobediencia de algunos las padecemos todos.
No es el momento de rasgarnos
los vestidos, pero sí el momento de aprender la lección y sobre todo el
propósito de enmienda, pues sin está no hay verdadero arrepentimiento. Y cuando
recibimos un mandato, llevados de la caridad y confiando en la ayuda de Dios
intentar cumplirla sin más.
Obedecer tiene su origen en la
palabra latina que viene a significar escuchar; así pues, cuando obedecemos
mostramos que, previamente, hemos escuchado. Siempre puede dominarnos la
pereza, o que nos saquen de nuestros planes personales, o que lo podría hacer
otro…, al final siempre hay ocasión para la caridad.
Escribe Aquinata Böckmann que
san Benito ha humanizado la obediencia, no le ha quitado peso, más bien le ha
dado radicalidad. No es la obediencia benedictina una obediencia maquinal, sino
una obediencia madura y libre, arraigada en Cristo; es una obediencia que es un
camino hacia el despojamiento de uno mismo, a quitarse los vestidos del
orgullo, la resistencia y la contradicción, para revestirnos de la armadura de
la caridad y la confianza en Dios.
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