CAPÍTULO 39
LA
RACIÓN DE COMIDA
Creemos que es suficiente en
todas las mesas para la comida de cada día, tanto si es a la hora de sexta como
a la de nona, con dos manjares cocidos, en atención a la salud de cada uno, 2
para que, si alguien no puede tomar uno, coma del otro. 3 Por lo tanto, todos
los hermanos tendrán suficiente con dos manjares cocidos, y, si hubiese allí
fruta o legumbres tiernas, añádase un tercero. 4 Bastará para toda la jornada
con una libra larga de pan, haya una sola refección, o también comida y cena, 5
Porque, si han de cenar, guardará el mayordomo la tercera parte de esa libra
para ponerla en la cena. 6 Cuando el trabajo sea más duro, el abad, si lo juzga
conveniente, podrá añadir algo más, 7 con tal de que, ante todo, se excluya
cualquier exceso y nunca se indigeste algún monje, 8 porque nada hay tan
opuesto a todo cristiano como la glotonería, 9 como dice nuestro Señor: «Andad
con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos».10 A los niños
pequeños no se les ha de dar la misma cantidad, sino menos que a los mayores,
guardando en todo la sobriedad. 11 Por lo demás, todos han de abstenerse.
absolutamente de la carne de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.
Explican que en Tarragona, el
Julio de 1936, el primer convento que se quemó fue el de las Clarisas, del
paseo Las Palmeras, donde hoy existe un importante hotel. La voz popular
explica que una de las monjas, afortunadamente todas salvaron la vida, dijo en
plan de queja: “justo, hoy queman el convento, cuando teníamos bacalao en
agua para hacerlo mañana”.
Una anécdota que no quiere
decir que estas religiosas eran golosas, sino que nos muestra que, a veces, en
una comunidad damos importancia a cosas que realmente no la tienen tanto; y
quizás es consecuencia de que el ritmo de la vida diaria se torna monótono, y
perdemos el horizonte de lo primario, que, en nuestro caso, es seguir a Cristo,
y descubrirlo cada día en su Palabra, en la Eucaristía y en los demás.
El tema de las comidas no es
primordial, pero, no obstante, san Benito le presta una atención;
concretamente, seis capítulos, en los cuales se reflejan también otras ideas
fundamentales de la Regla: moderación, igualitarismo asimétrico, alergia a la
ociosidad…
San Benito se preocupa que en
la mesa se sirva con caridad, que los enfermos, los ancianos y los niños sean
atendidos con bondadosa condescendencia, que no falte la lectura, que no se
hable en el refectorio, que no se caiga en el exceso de comida o en la
embriaguez, que se haga todo a la hora indicada, y con moderación.
El sentido de todo esto en la
mente de san Benito no ha cambiado: la lectura, el silencio, la sobriedad… todo
continua tan vigente como siempre. No son valores monásticos de ayer, sino de
siempre, pues vienen a ser la plasmación de unos valores fundamentales de la
Regla como la humildad, la obediencia, el silencio…; en definitiva, la
conversión de costumbres.
Venimos al monasterio,
siguiendo la llamada de Quien nos ha llamado, por tanto, motivados para hacer
su voluntad plasmada en la Regla. No podemos improvisar la norma, queriendo
hacer nuestra voluntad. No vivimos nuestra vida obligados, como si viviéramos
en una institución penitenciaria, educacional o militar; hemos elegido
voluntariamente seguir al Señor en esta comunidad que sigue una Regla, y aquí
es donde tenemos nosotros que convertirnos.
Las comidas no son un punto
menos de la vida comunitaria; nos lo muestra claramente el elemento
arquitectónico: el refectorio. Este marco de las comidas comunitarias, en los
monasterios que siguen la regla de san Benito, y todavía más en los
cistercienses, deja patente la trascendencia del acto. Y no solo el refectorio,
puesto que la estructura del claustro dedica un ala al tema de la comida, pues
también encontramos aquí la cocina. Una escenificación de la importancia que
san Benito da al mantenimiento del cuerpo, sin excesos, de manera conveniente,
como un regalo del Señor que conviene tener en cuenta.
Los orígenes de todo esto lo
tenemos expuesto en las Instituciones de Juan Casiano. Asimismo, aparece en sus
Colaciones, donde podemos leer:
“Por un lado, debemos tener en
cuenta no resbalar por la pendiente de una apetencia voluptuosa en la comida
hasta llegar a una relajación que podría ser fatal, Ni anticipar la hora
fijada, ni abandonarnos al placer de las comidas extralimitándonos. Pero
conviene, por otro lado, tomar alimento y tener el sueño debido en el tiempo
establecido, más allá de toda repugnancia que podemos tener. No olvidemos que
otro extremo son las tentaciones del enemigo. Pero la caída suele ser más grave
por un ayuno inmoderado que por un apetito satisfecho. Porque éste nos puede
llevar, con la ayuda de la compunción, a una vida austera, con lo otro es
imposible” (Colación XVII)
Moderación contra el exceso,
contención contra la sin medida, como escribe también el mismo Casiano: “En
realidad, y apurando un poco las cosas, la naturaleza no exige para la
subsistencia nada más que la comida y la bebida cotidianas. Todo lo demás, por
mucho que hagamos para obtenerlo y conservarlo, siempre será ajeno a la
necesidad, como lo prueba la experiencia de la vida. Pero como eso no es
indispensable sino superfluo, tan solo preocupa a los monjes tibios y vacilantes
en su vocación; mientras que lo que es verdaderamente natural no deja de ser
motivo de tentación, incluso para los monjes más perfectos, aunque su vida
transcurra en la soledad del desierto” (Colaciones, VIII)
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