domingo, 21 de noviembre de 2021

CAPÍTULO 39, LA RACIÓN DE COMIDA

 

CAPÍTULO 39

LA RACIÓN DE COMIDA

Creemos que es suficiente en todas las mesas para la comida de cada día, tanto si es a la hora de sexta como a la de nona, con dos manjares cocidos, en atención a la salud de cada uno, 2 para que, si alguien no puede tomar uno, coma del otro. 3 Por lo tanto, todos los hermanos tendrán suficiente con dos manjares cocidos, y, si hubiese allí fruta o legumbres tiernas, añádase un tercero. 4 Bastará para toda la jornada con una libra larga de pan, haya una sola refección, o también comida y cena, 5 Porque, si han de cenar, guardará el mayordomo la tercera parte de esa libra para ponerla en la cena. 6 Cuando el trabajo sea más duro, el abad, si lo juzga conveniente, podrá añadir algo más, 7 con tal de que, ante todo, se excluya cualquier exceso y nunca se indigeste algún monje, 8 porque nada hay tan opuesto a todo cristiano como la glotonería, 9 como dice nuestro Señor: «Andad con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos».10 A los niños pequeños no se les ha de dar la misma cantidad, sino menos que a los mayores, guardando en todo la sobriedad. 11 Por lo demás, todos han de abstenerse. absolutamente de la carne de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.

 

Explican que en Tarragona, el Julio de 1936, el primer convento que se quemó fue el de las Clarisas, del paseo Las Palmeras, donde hoy existe un importante hotel. La voz popular explica que una de las monjas, afortunadamente todas salvaron la vida, dijo en plan de queja: “justo, hoy queman el convento, cuando teníamos bacalao en agua para hacerlo mañana”.

Una anécdota que no quiere decir que estas religiosas eran golosas, sino que nos muestra que, a veces, en una comunidad damos importancia a cosas que realmente no la tienen tanto; y quizás es consecuencia de que el ritmo de la vida diaria se torna monótono, y perdemos el horizonte de lo primario, que, en nuestro caso, es seguir a Cristo, y descubrirlo cada día en su Palabra, en la Eucaristía y en los demás.

El tema de las comidas no es primordial, pero, no obstante, san Benito le presta una atención; concretamente, seis capítulos, en los cuales se reflejan también otras ideas fundamentales de la Regla: moderación, igualitarismo asimétrico, alergia a la ociosidad…

San Benito se preocupa que en la mesa se sirva con caridad, que los enfermos, los ancianos y los niños sean atendidos con bondadosa condescendencia, que no falte la lectura, que no se hable en el refectorio, que no se caiga en el exceso de comida o en la embriaguez, que se haga todo a la hora indicada, y con moderación.

El sentido de todo esto en la mente de san Benito no ha cambiado: la lectura, el silencio, la sobriedad… todo continua tan vigente como siempre. No son valores monásticos de ayer, sino de siempre, pues vienen a ser la plasmación de unos valores fundamentales de la Regla como la humildad, la obediencia, el silencio…; en definitiva, la conversión de costumbres.

Venimos al monasterio, siguiendo la llamada de Quien nos ha llamado, por tanto, motivados para hacer su voluntad plasmada en la Regla. No podemos improvisar la norma, queriendo hacer nuestra voluntad. No vivimos nuestra vida obligados, como si viviéramos en una institución penitenciaria, educacional o militar; hemos elegido voluntariamente seguir al Señor en esta comunidad que sigue una Regla, y aquí es donde tenemos nosotros que convertirnos.

Las comidas no son un punto menos de la vida comunitaria; nos lo muestra claramente el elemento arquitectónico: el refectorio. Este marco de las comidas comunitarias, en los monasterios que siguen la regla de san Benito, y todavía más en los cistercienses, deja patente la trascendencia del acto. Y no solo el refectorio, puesto que la estructura del claustro dedica un ala al tema de la comida, pues también encontramos aquí la cocina. Una escenificación de la importancia que san Benito da al mantenimiento del cuerpo, sin excesos, de manera conveniente, como un regalo del Señor que conviene tener en cuenta.

Los orígenes de todo esto lo tenemos expuesto en las Instituciones de Juan Casiano. Asimismo, aparece en sus Colaciones, donde podemos leer:

“Por un lado, debemos tener en cuenta no resbalar por la pendiente de una apetencia voluptuosa en la comida hasta llegar a una relajación que podría ser fatal, Ni anticipar la hora fijada, ni abandonarnos al placer de las comidas extralimitándonos. Pero conviene, por otro lado, tomar alimento y tener el sueño debido en el tiempo establecido, más allá de toda repugnancia que podemos tener. No olvidemos que otro extremo son las tentaciones del enemigo. Pero la caída suele ser más grave por un ayuno inmoderado que por un apetito satisfecho. Porque éste nos puede llevar, con la ayuda de la compunción, a una vida austera, con lo otro es imposible” (Colación XVII)   

Moderación contra el exceso, contención contra la sin medida, como escribe también el mismo Casiano: “En realidad, y apurando un poco las cosas, la naturaleza no exige para la subsistencia nada más que la comida y la bebida cotidianas. Todo lo demás, por mucho que hagamos para obtenerlo y conservarlo, siempre será ajeno a la necesidad, como lo prueba la experiencia de la vida. Pero como eso no es indispensable sino superfluo, tan solo preocupa a los monjes tibios y vacilantes en su vocación; mientras que lo que es verdaderamente natural no deja de ser motivo de tentación, incluso para los monjes más perfectos, aunque su vida transcurra en la soledad del desierto” (Colaciones, VIII)  

 

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