CAPÍTULO
25
LAS
CULPAS GRAVES
El hermano que haya
cometido una falta grave será excluido de la mesa común y también del oratorio.
2Y ningún hermano se acercará a él para hacerle compañía o entablar
conversación. 3Que esté completamente solo mientras realiza los trabajos que se
le hayan asignado, perseverando en su llanto penitencial y meditando en aquella
terrible sentencia del Apóstol que dice: 4 «Este hombre ha sido entregado a la
perdición de su cuerpo para que su espíritu se salve el día del Señor». 5Comerá
a solas su comida, según la cantidad y a la hora que el abad juzgue
convenientes. 6Nadie que se encuentre con él debe bendecirle, ni se bendecirá
tampoco la comida que se le da.
La Ley orgánica
10/1995, que recoge el Código Penal del Estado español dice que el Código
“ocupa un lugar preeminente en el conjunto del ordenamiento, hasta el punto que
no sin razón se ha considerado como una especie de “Constitución negativa”. El
Código Penal ha de tutelar los valores y principios básicos de la convivencia
social. Un código penal sirve, pues, desde su concepción moderna, para proteger
los principios básicos y la convivencia. Hay en la Regla, por asimilación a la
idea moderna, un código penal.
San Benito sabe que no
somos perfectos, y de ahí sus advertencias a lo largo de la Regla con el Código
penal, para evitar los efectos negativos sobre la comunidad.
El Código penal
establece que hay culpas graves, menos graves y leves Esto es un hecho tan
antiguo como la misma naturaleza humana. En este capítulo nos habla de las
faltas graves que obligan a excluir de la vida comunitaria.
¿Cuándo somos
culpables? Nos lo dice el Canon 1321 del
Código Canónico:
“Queda sujeto a la pena
establecida por una ley o precepto quien la infringe deliberadamente”.
Nosotros para saber
cual es nuestra obligación tenemos el Evangelio y la Regla como guías, y de
estos textos no podemos argumentar desconocimiento, pues como dice la Regla en
el cap. 58, acerca de quien ingresa para ser monje: “Se le ha de leer la
Regla entera, y decirle: “Aquí tienes la ley bajo la cual quieres militar; si
puedes observarla entra, y si no puedes marcha libremente” Y también dice el capítulo 56: “queremos
que esta Regla se lea a menudo en comunidad, para que ningún hermano pueda
alegar desconocerla”.
No podemos decir, pues,
que no sabemos a qué nos comprometemos, no podemos alegar ignorancia a las
normas que regulan nuestra vida, pues el principio del derecho universal
establece que la ignorancia de la ley no es un pretexto para su incumplimiento,
pues las normas jurídicas se crean para ser cumplidas, según el principio del
derecho romano. Aquí podemos notar la formación jurídica de san Benito en la
antigua Roma, una Roma decadente, pero que mantenía los principios jurídicos,
que son raíz, hoy, de los nuestros.
La pena por la culpa
grave está clara: la excomunión, el apartamento de la vida comunitaria.
Ciertamente, somos nosotros quienes nos apartamos en ocasiones, y la razón no
es otra que la pereza que nace de nuestro orgullo de sentirnos superiores a los
demás.
Todos fallamos, con
faltas más o menos graves. Pero en nuestra fragilidad nos erigimos con
frecuencia en jueces de nuestros hermanos, con esa arma tan peligrosa de la
murmuración. En el fondo detrás de la murmuración se halla nuestra cobardía, al
no atrevernos a decir al hermano algo a la cara, por el miedo a ser convencidos
de lo contrario, y así optamos por la murmuración y la mentira.
¿Cuántas veces nos
alerta san Benito del peligro de la murmuración? Hace servir esta palabra 13
veces a lo largo de la Regla, tres veces más que la palabra “pecado”, o que la
palabra “falta”. La murmuración es una falta muy grave, y no por lo habitual de
su empleo debemos menospreciarla en su importancia. En la Regla se equipara a
la desobediencia, al orgullo y la contumacia, de aquí la importancia de la
frase en la Regla: “sobre todo advertimos que se eviten las murmuraciones”
Afirma el Papa
Francisco en su catequesis de la Audiencia general:
De
hecho, cuando tenemos la tentación de juzgar mal a los demás, debemos
reflexionar sobe nuestra fragilidad. ¡Qué fácil es criticar a los otros! Hay
gente que parece tener licenciatura en chafardeo. Cada día criticando a los
otros. Pero, ¡mírate a ti mismo! Esta bien preguntarnos qué nos impulsa a
corregir a un hermano, y si no somos, quizás, corresponsables de su error.
El
Espíritu Santo además de darnos la mansedumbre, nos convida a la solidaridad, a
llevar el peso de los otros. ¡Cuántos pesos están presentes en la vida de una
persona!: la enfermedad, la falta de
trabajo, la soledad, el dolor… ¡Cuántas pruebas que requieren la proximidad y
el amor de los hermanos!
Nos
pueden ayudar las palabras de san Agustín que comenta este mismo pasaje. ·Por
tanto, hermanos, si un hombre está implicado en una falta, corregirlo con
espíritu de mansedumbre, y si levantas la voz que hay un amor interior. Tanto
si animas, como si te muestras paternal, como si corriges, ama” (Sermón 263/B3)
Ama siempre. La regla suprema de la corrección fraterna es el amor, querer el
bien de los hermanos. Se trata de tolerar los problemas de los otros, los
defectos de los otros, en el silencio, en la plegaria, para, después, encontrar
el camino adecuado para ayudarlo a corregirse. Y esto no es fácil. El camino
más fácil es la crítica. Descuartizar al otro, como si yo fuera perfecto. No debe
ser así. Mansedumbre, paciencia, plegaria proximidad” (Audiencia General, miércoles
3 Noviembre 2021)
Esta parte de la Regla
nos puede parecer negativa, hostil, pero es evidente que toda legislación esta
condenada al fracaso si no hay sanciones que estimulan a su observancia. San
Benito las establece de manera precisa y humana. Necesitamos estar vigilantes
para no caer procurando ya huir de las pequeñas faltas: impuntualidad, ausencia
del Oficio Divino… que nos pueden llevar a faltas más graves.
A san Benito el Señor
le podría decir como al profeta Ezequiel: “Si tu adviertes y ellos no se
convierten de su maldad, ni se parta del mal camino, morirá por culpa suya (Ez
3,19). La Regla no hace sino advertirnos, luego está nuestra decisión de
escuchar o no. San Benito no nos propone sus ideas. Él, como san Agustín, con
nosotros es débil, como nosotros fue de carne, mortal, comía dormía… era
simplemente un hombre, pero no buscaba sus intereses personales a través de la
Regla, sino los de Jesucristo, y eso mismo es lo que nos pide, eso es l que
quiere de nosotros. (Cfr. San Agustín,
Sermón sobre los pastores 46.6-7)
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