domingo, 2 de enero de 2022

CAPÍTULO 2,1-10, CÓMO DEBE SER EL ABAD

 

CAPÍTULO 2,1-10

CÓMO DEBE SER EL ABAD

El abad que es digno de regir un monasterio debe acordarse siempre del título que se le da y cumplir con sus propias obras su nombre de superior. 2 Porque, en efecto, la fe nos dice que hace las veces de Cristo en el monasterio, ya que es designado con su sobrenombre, 3 según lo que dice el Apóstol: «Habéis recibido el espíritu de adopción filial que nos permite gritar: Abba! ¡Padre!» 4 Por tanto, el abad no ha de enseñar, establecer o mandar cosa alguna que se desvíe de los preceptos del Señor, 5 sino que tanto sus mandatos como su doctrina deben penetrar en los corazones como si fuera una levadura de la justicia divina, 6 Siempre tendrá presente el abad que su magisterio y la obediencia de sus discípulos, ambas cosas a la vez, serán objeto de examen en el tremendo juicio de Dios. 7Y sepa el abad que el pastor será plenamente responsable de todas las deficiencias que el padre de familia encuentre en sus ovejas. 8 Pero, a su vez, puede tener igualmente por cierto que, si ha agotado todo su celo de pastor con su rebaño inquieto y desobediente y ha aplicado toda suerte de remedios para sus enfermedades, 9 en ese juicio de Dios será absuelto como pastor, porque podrá decirle al Señor como el profeta: «No me he guardado tu justicia en mi corazón, he manifestado tu verdad y tu salvación. Pero ellos, despreciándome, me desecharon». 10Y entonces las ovejas rebeldes a sus cuidados verán por fin cómo triunfa la muerte sobre ellas como castigo.

 

Parece que uno de los muchos problemas que afectan hoy a la Iglesia es la negativa creciente de eclesiásticos a asumir responsabilidades concretas, como por ejemplo en el episcopado.

Aquinata Bockmann, comentando este capítulo, recuerda los honores que rodeaban en tiempos pasados estos cargos, que eran confiados a nobles, e iban unidos a grandes ceremonias llenas de ostentación. Hoy la realidad es muy diferente, habiéndose perdido aquel ceremonial, y un responsable cualquiera se ve sometido a una exposición excesiva.

Aquinata recoge un texto de Terrence Kardong, monje trapense norteamericano, que, reflexionando sobre este capítulo, escribía sobre los hombres y monjes de hoy que no quieren responsabilidades, ni tampoco seguir a quien las tiene. Todo lo que quieren es un trabajo interesante y unas relaciones afectivas satisfactorias, caracterizadas por la amistad o la simpatía limitadas al terreno personal.

Todo esto nos hace pensar sobre el papel de servicio en la Iglesia, en las Diócesis, parroquias…. Un tema del que ha hablado el Papa Francesc en muchas ocasiones, la última en su discurso de Navidad a la Curia Vaticana.

San Benito dentro del panorama eclesial puede representar también un punto de vista diferente, y quizás más práctico en este aspecto. Tenemos la experiencia vivida hace pocas semanas, de los que hoy nos dice san Benito.

Timoty Radcliffe, antiguo superior general de los dominicos decía a un grupo de abades benedictinos: “Quizás el papel del abad es precisamente el de ser la persona que de manera evidente no hace nada en concreto. Los otros monjes ejercen un oficio particular, como mayordomo, enfermero, granja… pero yo me atrevería a proponer que el abad es la persona que custodia la identidad más profunda de los monjes, como aquellos que no tienen nada en concreto que hacer, como no sea el de ser monjes” (El trono de Dios. El papel de los monasterios en el nuevo milenio. Septiembre 2000)

El sentido de todo esto nos lo puede mostrar san Pablo cuando compara la Iglesia al cuerpo humano diciendo “que todos los miembros, siendo muchos forman un solo cuerpo” (1Cor 12,12), aunque podemos tener la tentación del pie, del que habla el Apóstol: “como no soy mano, no soy del cuerpo” (1Cor 12,15), o podríamos ser excluyentes, pero tampoco puede decir “el ojo a la mano no me haces falta” (1Cor 12,21). Para concluir: que en el cuerpo no haya divisiones, sino que todos los miembros tengan la misma solicitud unos con los otros; por esto, si un miembro sufre, todos los demás sufren con él, y cuando un miembro es honrado todos se alegran con él” . (1Cor 12,25-26)

En nuestro caso, donde Pablo habla de manos, pies u otros miembros, podríamos decir cocinero hortelano, administrador, cantos…o cualquier otro con una responsabilidad concreta. Del menosprecio del otro no sale nada bueno, a no ser actitudes de orgullo y falta de humildad. Formamos un conjunto donde nadie es imprescindible, y al mismo tiempo tampoco prescindible.

De donde el absurdo de plantearnos la vida como “carrerismo”, como suele decir el Papa Francisco. O como dice el P. Timoty a los abades benedictinos:

“Las vidas de los monjes dan que pensar a quienes se hallan fuera del monasterio, no solo porque ustedes no ejercen ninguna función particular, sino porque sus vidas no van a ninguna parte. Como los miembros de todas las órdenes religiosas sus vidas no adquieren una forma o significado ascendiendo un escalafón o siendo promovidos. Solamente son hermanos y hermanas, monjes, monjas. No pueden aspirar a más. Un soldado o universitario que tenga éxito puede subir profesionalmente. Sus vidas demuestran su valor, son promovidos a catedráticos o generales, pero esto no se cumple en nuestro caso. La única escala que existe en la regla de san Benito es la escala de la humildad.”

A menudo acabamos siendo abades, priores, cocineros, cantores…. Sin arriesgar nada, hablando por hablar. Como decía el Papa a la Curia: “nos entretenemos vanidosos hablando del que “habría que hacer”, dando alas a la imaginación y perdiendo el contacto con la realidad.

El mismo P. Timoty dice: “Estoy seguro que los monjes, como los frailes, a veces alimentan deseos secretos de hacer carrera y sueñan con la gloria de ser abades o mayordomos… Creo que hay monjes que se miran al espejo e imaginan que están con el pectoral, o incluso con la mitra, y quizás incluso alguno esboce una bendición creyendo que no le mira nadie. Pero bien sabemos todos que nuestras vidas adquieren su forma, no para ser promovidos sino para encontrarnos en camino hacia el Reino. La Regla se nos da para procurar nuestra llegada al hogar celestial”.

Es preciso no perder nuestra centralidad en Cristo. Como dice el P. Abad General en su Mensaje de Navidad:

“Solo la luz de la mirada de Cristo crea fraternidad. Cuando somos conscientes del amor tan grande con que Jesús nos mira personalmente descubrimos que esta es la mirada con la que Dios mira a cualquier persona, cualquier corazón o vida.”

En el fragmento del capítulo segundo de la Regla hay una expresión fuerte según Aquinata: “el abad no debe enseñar ni establecer ni mandar nada al margen del precepto del Señor”.

De nuevo la centralidad en Cristo porque solamente nos puede llevar todos juntos a la vida eterna. Vigilemos, pues, no caminar descompensados, soñando… en lo feliz que podría ser si esta situación concreta en la que estoy, fuera otra.

Nos dice el Papa Francisco: ”Llega un momento en la vida de cada uno en que se siente el deseo de no vivir más detrás del revestimiento de gloria de este mundo, sino en la plenitud de una vida sincera, sin necesidad de armaduras ni máscaras” (Discurso a los miembros de la Curia Romana, 23 Diciembre 2021

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario