domingo, 20 de marzo de 2022

CAPÍTULO 73, NO QUEDA PRESCRITA EN ESTA REGLA TODA LA PRACTICA DE LA PERFECCIÓN

 

CAPÍTULO 73

NO QUEDA PRESCRITA EN ESTA REGLA TODA LA PRACTICA DE LA PERFECCIÓN

Hemos esbozado esta regla para que, observándola en los monasterios, demos pruebas, al menos, de alguna honestidad de costumbres o de un principio de vida monástica. 2 Mas el que tenga prisa por llegar a una perfección de vida, tiene a su disposición las enseñanzas de los Santos Padres, que, si se ponen en práctica, llevan al hombre hasta la perfección. 3 Porque efectivamente, ¿hay alguna página o palabra inspirada por Dios en el Antiguo o en el Nuevo Testamento que no sea una norma rectísima para la vida del hombre? 4 ¿O es que hay algún libro de los Santos Padres católicos que no nos repita constantemente que vayamos por el camino recto hacia el Creador? 5 Ahí están las Colaciones de los Padres, sus Instituciones y Vidas, y también la Regla de nuestro Padre San Basilio. 6 ¿Qué otra cosa son sino medios para llegar a la virtud de los monjes obedientes y de vida santa? 7 Mas para nosotros, que somos perezosos, relajados y negligentes, son un motivo de vergüenza y confusión. 8 Tú, pues, quienquiera que seas, que te apresuras por llegar a la patria celestial, cumple, con la ayuda de Cristo, esta mínima regla de iniciación que hemos bosquejado, 9 y así llegarás finalmente, con la protección de Dios, a las cumbres más altas de doctrina y virtudes que acabamos de recordar, amen.

Aquí acaba la lectura de la Regla, que hacemos cuatro veces al año. Pero el mismo san Benito nos viene a decir que, de hecho, no hemos acabado nada, sino que una vez leída la Regla comienza nuestra tarea, pues la regla es solo un inicio de vida monástica. De igual manera, en el capítulo 58 nos dice que quien llama a la puerta del monasterio ha de escuchar por dos veces la Regla entera, para que sepa bien la ley bajo la cual quiere militar, y una vez conocida y aceptada, comenzar a vivirla.

La vida del monje es un camino hacia Dios, que no acaba sino con la muerte, en la vida eterna, aquella que pedimos al Señor que nos lleve juntos. A lo largo de la Regla hay cosas duras, el camino estrecho del que nos habla san Benito, y que seguramente no es tanto que se vaya ensanchando el corazón con el tiempo, como que nosotros nos acostumbremos también a la estrechez. Pero resulta que con su posible estrechez la Regla, no es sino un comienzo, y que si queremos avanzar hacia la perfección es preciso acudir a la Escritura y a las enseñanzas de los Padres.

Estas enseñanzas de los Padres, así como el Magisterio de la Iglesia u otros textos espirituales, que escuchamos a lo largo del año, son una verdadera formación permanente que estamos recibiendo casi inadvertidamente. San Benito nos presenta una verdadera selección al sugerirnos los más importantes, en los que destaca las obras de Juan Casiano y san Basilio, y precedidos todos ellos por la Sagrada Escritura. Todo ello con un profundo sentido formativo. Leemos para escuchar y escuchamos para asimilar y lo asimilamos para avanzar cada día hacia la vida eterna, entendida como plenitud de la vida cristiana.

El primer autor que menciona es Juan Casiano con sus Colaciones, que buscan establecer un diálogo espiritual interior. Plantea su obra como un encuentro entre el maestro y sus discípulos, que destaca en el prefacio del último grupo de Colaciones:

“Con estos volúmenes de las Conferencias recibirán en sus celdas a sus auténticos autores. En cierta manera gozarán cada día de su compañía, alternando preguntas y respuestas”.

Con este género de colación monástica Casiano busca crear una proximidad espiritual entre él y sus lectores; y, como objetivo, crear una uniformidad en el monacato de Occidente, basada en la tradición oriental, que era el modelo en ese tiempo.

El mismo Juan Casiano escribe en la presentación de las Colaciones:

Sobre todo, que el lector que repase mis Colaciones, como si leyó mi obra precedente, no olvide esta advertencia: Si algunas cosas le parecen imposibles o difíciles de observar, por el estado y costumbre que ha abrazado, o también relación con el estilo de la vida diaria, que sepa afrontarlas no con debilidad, sino con mérito y perfección de mis interlocutores. Que piense en el deseo que las anima, en el ideal que persiguen, y como, muertos a la vida de este mundo, están libres de toda dependencia de sus padres y de toda ocupación secular. Que considere el lugar donde viven. Establecidos en una soledad inaccesible, apartados del consorcio de los hombres, están dotados de grandes luces sobrenaturales. Se les ha dado de ver y decir cosas que aquellos que no tienen ciencia ni experiencia de eso, considerarán, tal vez, como inverosímiles, comparándolas con los principios de vida con que se rige habitualmente su existencia mediocre. No obstante, si alguno quiere formarse una idea exacta de esta manera de vivir y desea comprobar, prácticamente, hasta que punto es eso posible, que abrace sin tardar la vida de los solitarios, imitando su fervor y su santa conducta, y verá que aquello que a primera vista parece exceder las fuerzas humanas, lejos de ser inasequibles, son de una suavidad extrema que garantiza su realización.

También el otro autor citado por san Benito, san Basilio, sigue un método dialéctico, en el que el discípulo pregunta y el maestro responde. Se limita a establecer una serie de principios indiscutibles que han de guiar a los monjes en su conducta. Siempre la Escritura como fundamento, que es la base de toda legislación monástica, la verdadera regla, una idea que hereda san Benito. Las preguntas que plantea san Basilio se refieren generalmente a las virtudes que los monjes deben practicar y los vicios a evitar. La mayor parte de las respuestas son tomadas de la Escritura, acompañadas de un comentario ajustado. Las cualidades más destacables de esta Regla son la prudencia y la sabiduría, mientras que la pobreza, obediencia, renuncia y abnegación, son los pilares de toda vida monástica.

Bebiendo en estas fuentes san Benito concluye que para llegar a la vida celestial necesitamos cumplir unos mínimos –“cumplir bien esta mínima Regla-, lo cual solamente podemos hacerlo con la ayuda de Cristo, que es siempre nuestro modelo. Solamente así, y con la protección de Dios podemos llegar a las más elevadas cimas de la doctrina y de las virtudes. Pero ya nos dice san Benito que nosotros somos perezosos, negligentes, motivo de vergüenza y de confusión y que vivimos mal.  No por ignorancia, sino por nuestra propia pereza en cumplir lo que sabemos que debemos cumplir para llegar a las cimas celestiales, y que nos resistimos.

Escribe el abad Cassiá Mª Just que san Benito en este capítulo da una valoración sobria de la Regla, la describe como un mínimo aceptable en una carrera donde debemos dar el máximo de nosotros mismos.

 

 

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