domingo, 27 de noviembre de 2022

CAPÍTULO 45 LOS QUE SE EQUIVOCAN EN EL ORATORIO

 

CAPÍTULO 45

LOS QUE SE EQUIVOCAN EN EL ORATORIO

Si alguien se equivoca al recitar un salmo, un responsorio, una antífona o una lectura, si allí mismo y en presencia de todos no se humilla con una satisfacción, será sometido a un mayor castigo 2 por no haber querido reparar con la humildad la falta que había cometido por negligencia. 3 Los niños, por este género de faltas, serán azotados.

 

Equivocarse es humano; es frecuente de una u otra manera. La mayor parte de las veces nos equivocamos por no prestar suficiente atención a lo que hacemos o decimos. San Benito nos dice que cuando salmodiemos en el Oficio Divino procuremos que nuestro pensamiento vaya de acuerdo con la voz (cf RB 19,7). No siempre es fácil; nuestro pensamiento va a veces por caminos distinto de la voz.

Nos equivocamos de pensamiento

El origen de nuestros errores está a menudo en una falta de pensamiento. Nuestra mente divaga en otras cosas, que tenemos que hacer más adelante. Nos olvidamos de las palabras de san Benito, cuando nos dice: “creemos que Dios está presente en todas partes” y que “los ojos del Señor, en todo lugar, miran a los buenos y a los malos” pero lo creemos, sobre todo, sin duda alguna, cuando estamos en el Oficio Divino. (RB 19 ,1-2)

Caer en la rutina, acudir al Oficio desmotivados, puede acabar por afectar no solo a nuestra voz física, sino, sobre todo, a la voz espiritual. Al Señor le place la plegaria, que le alabemos, pues al alabarlo con la plegaria nos la apropiamos, y nada hay mejor para nosotros que sentirnos cerca de Él. Cuando nuestra mente divaga con otras preocupaciones, es como si teniendo a Dios delante de los ojos, no le hiciéramos caso, lo cual más que un error es un pecado.

Concentrarnos no siempre es fácil, Se dice que los hermanos preguntaron a abbá Agaton:

“¿Cuál es la virtud que exige mayor esfuerzo?” Y él respondió: “Perdonadme, pero pienso que no hay un esfuerzo mayor que orar a Dios sin distracciones. Porque cada vez que el hombre quiere orar, el enemigo se esfuerza por impedirlo, puesto que sabe que solo le detiene la plegaria a Dios. Y en todo género de vida que practique el hombre con perseverancia llegará al descanso, pero en la oración es necesario combatir hasta el extremo, hasta el últimos suspiro” (Libro de los ancianos, 12,2).

Nos equivocamos de palabra

Los errores de pensamiento nos llevan a los errores de palabra. Viene a ser el resultado, la visualización o materialización de una divagación de nuestra mente que sumida en la distracción no pone la debida atención en lo que dice.

Es cierto que, en ocasiones, algún texto, especialmente patrístico, por ejemplo, puede presentar cierta dificultad de lectura, pero, si lo analizamos bien, tiene su sentido y en ocasiones profundo. Habría que decir que es necesario ponernos en el papel de quien ha escrito el texto, y por lo tanto en el papel del salmista, que en ocasiones clama, o en otras suplica, o alaba…

 

Nos equivocamos por omisión

Pero no todos los errores son por la acción; otras lo son por omisión. En primer lugar, cuando se cierra nuestra boca, y, por tanto, no oramos, no es porque nuestra mente esté ausente del texto, al contrario, está ausente por el tedio, el aburrimiento, la lejanía. Pero si nos paramos a pensar, ¿cómo podemos sentirnos lejos del Señor en momentos tan intensos como son los de la plegaria?

Si verdaderamente Cristo es el centro y el norte de nuestra vida, ¿cómo nos podemos alejar de manera consciente o negligente?

Santo Tomás distingue entre la atención a las palabras, por lo cual es preciso cuidar bien la pronunciación, y lo que debemos procurar prioritariamente, la atención al sentido, al significado de las palabras, y la atención a Dios, que es lo más necesario. (ad Deum et ad rein pro qua oratur, II-II, q. 83, a. 13)

También, algunas veces tenemos la tentación de omitir gestos, que de hecho nos ayudan a la reverencia en la plegaria.

Escribe el P. Columbá Marmión: “Cuando el alma está poseída de una verdadera devoción, se postra interiormente delante de Dios, y a él se ofrece por completo con unas alabanzas magníficas que envidian a los mismos ángeles. Así mismo, inclinarse al final de cada salmo al decir el Gloria al Padre… es como un resumen y compendio de toda nuestra alabanza y devoción. Santa Magdalena de Pazzi sentía tal devoción al recitarlo, que se la veía palidecer en este momento; tanta era la intensidad que sentía en su entrega a la Santísima Trinidad. Sucederá, no obstante, que a pesar de todo nuestro fervor no veamos asaltados de distracciones. ¿Qué hacer, entonces? Las distracciones son inevitables. Somos débiles, y son muchos los objetos que solicitan la atención y disipan nuestra alma, pero si son causa de nuestra fragilidad no debemos turbarnos”. (Jesucristo, ideal del monje)

Esta distracciones voluntarias o involuntarias nos empobrecen, y, todavía más, son fruto de nuestra presunción de imponer un capricho propio por encima de las costumbres establecidas en el monasterio y en el Orden.

Las faltas o las equivocaciones no son solo propias de nuestra Orden, ni de nuestros tiempos. Escribía santa Teresa de Jesús:

“Media culpa es si alguna en el coro, dicho el primer salmo, no viniere; y cuando entran tarde se deben de postrar hasta que la madre priora mande que se levante. Media culpa si alguna presume de cantar o leer de otra manera de lo que suele hacerse. Media culpa si alguna no estando atenta al Oficio Divino con los ojos bajos, mostrase liviandad en la mente” (Constituciones, 14,1-3)

Siempre es un consuelo que santa Teresa lo considere media culpa, pero mejor no habituarse, pues la misma santa Teresa añade: “Y la que por costumbre comete culpa leve, les sea dada penitencia de mayor culpa”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario