domingo, 15 de enero de 2023

CAPÍTULO 7,44-48 LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7,44-48

LA HUMILDAD

 

El quinto grado de humildad es que el monje con una humilde confesión manifieste a su abad los malos pensamientos que le vienen al corazón y las malas obras realizadas ocultamente. 45La Escritura nos exhorta a ello cuando nos dice: «Manifiesta al Señor tus pasos y confía en él». 46Y también dice el profeta: «Confesaos al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia». 47Y en otro lugar dice: «Te manifesté mi delito y dejé de ocultar mi injusticia. 48Confesaré, dije yo, contra mí mismo al Señor

mi propia injusticia, y tú perdonaste la malicia de mi pecado».

 

La semilla de la humildad está en nuestro interior, forma parte de la imagen de Dios en nuestro interior desde la concepción de seres humanos, y que recuperamos con el bautismo. Imagen enturbiada por el pecado, pero la humildad va creciendo de manera    irregular, por lo que es necesario podarla para que crezca rectamente. San Benito sabe que esta poda no la podemos hacer nosotros, sino que necesitamos una ayuda espiritual externa.

La Iglesia católica ha establecido una manera de recuperar esta imagen de Dios: el sacramento de la Penitencia. Un sacramento devaluado, discutido y poco frecuentado. Se alega que uno se entiende con Dios y no necesita la mediación de otra persona imperfecta, pecadora, débil. Confundimos a menudo el mensajero con el mensaje, pues quien confiesa o celebra la Eucaristía es un ministro consagrado y facultado por la Iglesia.

La escasa idoneidad del ministro de un sacramento nos sirve de excusa para rechazar la práctica. Abrirnos de corazón a otro lleva aparejado el temor de confrontar nuestra opinión a la del otro. San Benito saca de la Escritura lo absurdo de esta actitud, y que en el fondo implica un desconfiar de la misericordia de Dios.

El examen de conciencia parece hoy una práctica poco habitual, pero es el paso previo para reconocer nuestros pecados, hacer propósito de la enmienda y obtener el perdón de Dios.

Decía un anciano a su discípulo: “No hagas nada por ostentación ante los hombres, sin considerarte el más pecador de todos, purifica tus pensamientos por medio de la confesión y con signos de conversión, no odies a nadie en toda tu vida, para no ser odiado por el Señor, tu Dios” (Libro de los Ancianos, 50)

San Benito nos dice hoy que todos los malos pensamientos que nos vienen al corazón y las faltas cometidas debemos confesarlas. Podemos recordar las palabras del mismo Cristo:

“No hay nada secreto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no se llegue a saber” (Mt, 10, 26)

Esto sirve para cualquier tipo de pecado, pensamiento, palabra, obra u omisión. Cuántas veces puedo tener la tentación de no realizar un servicio con la vana esperanza de que nadie será consciente de ello. Otras veces, otros servicios, como preparar la mesa… agradeciendo en cualquier caso el recordarlo a quien la obligación de llevarlo a cabo… No hace falta excederse en un reconocimiento con voz fuerte, sino, simplemente, como diría san Benito, rectificar.

“Rectificar es de sabios”, pero es una expresión que podemos dar lugar a transformarla en “equivocarse es de sabios”, pero en realidad esto no es así, pues equivocarse forma parte de nuestra naturaleza humana. Ante el error, la falta o el pecado lo que toca es reconocerlo y enmendarse y no hacer del error una norma de conducta.

Pero como escribe Francesc Torralba: “La humildad es el reconocimiento de la propia finitud, pero también del valor que tenemos. Consiste en concienciarse que no somos dioses, pero tampoco bestias; que estamos necesitados, hechos de necesidades y de deficiencias. Somos instinto, pero podemos trascenderlo, disponemos de un universo de posibilidades para desarrollar” (Carta a Teresa Forcades, 26 Octubre, 2019)

Dijo un anciano: “Tres son las fuerzas de Satanás que llevan al pecado: la primera es el olvido; la segunda, la negligencia; la tercera, la concupiscencia. El hombre cae por causa de la concupiscencia. Por tanto, si el espíritu vigila contra el olvido, no cae en la negligencia, y si no es negligente no cae en la concupiscencia, y si no tiene concupiscencia no cae nunca por la gracia de Cristo”. (Libro de los ancianos, 104)

No volver a tropezar en la misma piedra, no volver a pecar, nos puede ayudar no solo a analizar lo que hemos hecho mal, sino también mirar de buscar las causas de por qué hemos obrado así. Puede ser algo banal como el olvido, o mes grave si es negligencia o incluso concupiscencia. Siempre mirando de no desesperar nunca de la misericordia de Dios.

Escribe Teresa Forcada a Francesc Torralba: “Benito considera la humildad el valor central de la Regla…. Para mí ser humilde es confiar en la presencia de Dios en mí, no solo solo en la intimidad y la quietud de los momentos de oración, sino también, siempre, en los momentos de contradicción, cuando las cosas van como no esperaba” (Carta a Francesc Torralba, 10 Noviembre 2019)

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