domingo, 12 de marzo de 2023

CAPÍTULO 65, EL PRIOR DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 65

EL PRIOR DEL MONASTERIO

 

Ocurre con frecuencia que por la institución del prepósito se originan graves escándalos en los monasterios. 2 Porque hay algunos que se hinchan de un maligno espíritu de soberbia, y, creyéndose segundos abades, usurpan el poder, fomentan conflictos y crean la disensión en las comunidades, 2 especialmente en aquellos monasterios en los que el prepósito ha sido ordenado por el mismo obispo y por los mismos abades que ordenan al abad. 4 Fácilmente se puede comprender lo absurdo que resulta todo esto cuando desde el comienzo su misma institución como prepósito es la causa de su engreimiento, 5 porque le sugiere el pensamiento de que está exento de la autoridad del abad, 6  diciéndose a sí mismo: «Tú también has sido ordenado por los mismos que ordenaron al abad». 7 De aquí nacen envidias, altercados, calumnias, rivalidades, discordias desórdenes. 8 Y así, mientras el abad y el prepósito sostienen criterios opuestos, es inevitable que peligren las almas por semejante discordia 9 y que sus subordinados vayan hacia su perdición, adulando a una parte o a la otra. 10 La responsabilidad de esta peligrosa desgracia recae, en primer término, sobre los que la provocaron, como autores de tan gran desorden. 11 Por eso, nosotros hemos creído oportuno, para mantener la paz y la caridad, que el abad determine con su criterio la organización de su propio monasterio. 12 Y, si es posible, organice por medio de los decanos, como anteriormente lo hemos establecido, todos los servicios del monasterio, 13 pues, siendo varios los encargados, ninguno se engreirá. 14 Si el lugar exige, y la comunidad lo pide razonablemente con humildad, y el abad lo cree conveniente, 15 el mismo abad instituirá a su prepósito con el consejo de los hermanos temerosos de Dios. 16 Este prepósito, sin embargo, ejecutará respetuosamente lo que el abad le ordene, y nunca hará nada contra la voluntad o el mandato del abad, 17 pues cuanto más encumbrado esté sobre los demás, con mayor celo debe observar las prescripciones de la regla. 18 Si el prepósito resulta ser un relajado, o se ensoberbece alucinado por su propia hinchazón, o se comprueba que menosprecia la regla, será amonestado verbalmente hasta cuatro veces. 19 Si no se enmendare, se le aplicarán las sanciones que establece la regla. 20 Y, si no se corrige, se le destituirá de su cargo de prepósito y en su lugar se pondrá a otro que sea digno. 21 Pero, si después no se mantiene dentro de la comunidad tranquilo en la obediencia, sea incluso expulsado del monasterio. 22 Mas piense el abad que rendirá cuentas a Dios de todas sus disposiciones, no sea que deje abrasar su alma por la pasión de la envidia o de los celos.

Cumplir con respeto lo que se nos encomienda, no hacer nada contra lo que dispone la Regla, o la voluntad del abad, no ser vicioso, no llenarse de orgullo… no solo lo ha de cumplir el Prior, sino todos los monjes desde el abad hasta el último novicio.

Corremos el riesgo de perder el sentido de nuestra vida, y al final deberemos dar cuenta de ella, como nos enseña Cristo en Mt 25 al hablarnos del juicio final. Lo que cuenta es dar de comer a quien tiene hambre, o de beber al sediento, vestir al desnudo…(Mt 25,31s), y quien dice esto, preparar los platos en el refectorio, atender al enfermo, responder una llamada de teléfono… cantidad de pequeñas cosas con las que nos encontramos en la vida de la comunidad. Puede suceder que cuando llevamos años en una responsabilidad comunitaria, la rutina nos haga perder de vista el sentido último y fundamental de nuestra vida que no sino seguirlos mandamientos de Cristo, buscando la paz y la caridad con todos los miembros de la comunidad.

Para mantener esta paz y caridad es preciso asumir cada uno nuestra responsabilidad en lo que se nos ha confiado. Todos tenemos unas responsabilidades comunes: no anteponer nada al Oficio Divino, trabajar nuestra humildad, no ser vanidosos, golosos o bebedores… todo lo cual debemos procurarlo viviendo en la responsabilidad concreta que tenemos confiada.

Recordemos lo que nos dice el apóstol Santiago: “Hermanos ¿de qué servirá que alguno diga que tiene fe si no la demuestra con las obras? ¿Podrá salvarle esta fe? Si un hermano o hermana no tiene vestidos y les falta alimento y le decís: ir en paz, abrigaos y alimentaros. Pero no les da lo que necesitan, ¿de qué servirán estas palabras? Así pasa con la fe, si no se demuestra con las obras; la fe sola es muerta. Quizás alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame sin las obras la fe, y yo con las obras te mostraré mi fe (Sant 2,14-16)

A través de la responsabilidad que se nos asigna tenemos que demostrar con obras nuestra habilidad artesanal, nuestros conocimientos, y nuestra fe que es lo que realmente cuenta como monjes, pues no venimos al monasterio para ejercer una determinada responsabilidad en el trabajo y la vida de la comunidad, que en verdad debemos llevarla a cabo como integrantes de una comunidad, sino principalmente para vivir una vida como monjes consagrados a Dios. Ciertamente, como diría san Benito no tenemos motivos para enorgullecernos de nuestros talentos, sino ponerlos al servicio de los demás. En una comunidad, todos los miembros, aunque sean muchos, forman un solo cuerpo (cfr 1Co 12,12)  Y cada uno de estos miembros debe cuidarse de aquello de lo es responsable de cara a la comunidad, y agradecer lo que recibe del servicio de los demás.

Para asumir una responsabilidad de manera eficaz es preciso cierta autonomía. Todos somos personas con una madurez y con responsabilidades vividas antes de entrar en el monasterio. Pero el panorama es diferente y la motivación es diversa, pues la vida monástica nos pide vivir toda nuestra actividad en la comunidad en la línea de un amor a Cristo y a los hermanos. No olvidemos lo que nos dice san Benito: “Creemos que Dios está presente en todas partes y que los ojos del Señor en todo lugar miran a los buenos y a los malos” (RB 19,1)

Escribía Dom Gabriel Sortais, Abad General de la Estricta Observancia:

“Si se llaman oficiales es para que ayuden, es decir, para que examinen y den solución a los pequeños problemas que se presentan cada día en los diferentes sectores de la vida comunitaria, siguiendo siempre las intenciones del superior. Si a cada situación han de llevar sus problemas para que examine y decida, es evidentes que los subalternos son prácticamente inútiles”. (Conferencias sobre el abadiato, p.122)

Quizás el lenguaje que utilizaba Dom Gabriel no es muy actual, pero si que responde al principio subsidiario tan presente en la doctrina social de la Iglesia. Para decidir es preciso ser responsables y mirar también más allá de nuestros propios intereses.

San Benito, a lo largo de la Regla habla mucho del abad, y menos de del prior, o mayordomo…, pero lo que dice de cada uno es también aplicable al conjunto de la comunidad. No podemos escuchar estos capítulos pensando solo en lo que exige a otro, sino que hay que aplicarlo cada a sí mismo en clave personal.

Decía san Juan Pablo II:

“Si contemplamos el Evangelio, se puede decir que la vida de la comunidad responde a la enseñanza de Jesús sobre el vínculo entre los mandamientos del amor a Dios y el amor al prójimo. En un estado de vida en el cual se quiere amar a Dios sobre todas las cosas no se puede dejar el compromiso de amar con especial generosidad al prójimo, empezando por los que están más cerca, que pertenecen a la misma comunidad. Este es el estado de vida de los consagrados” (Audiencia General 14 Diciembre 1994)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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