domingo, 5 de marzo de 2023

CAPÍTULO 58, LA ADMISIÓN DE LOS HERMANOS

 

CAPÍTULO 58

LA ADMISIÓN DE LOS HERMANOS

 

Cuando alguien llega por primera vez para abrazar la vida monástica, no debe ser admitido fácilmente. 2 Porque dice el apóstol: «Someted a prueba los espíritus, para ver si vienen de Dios».3 Por eso, cuando el que ha llegado persevera llamando y después de cuatro o cinco días parece que soporta con paciencia las injurias que se le hacen y las dificultades que se le ponen para entrar y sigue insistiendo en su petición, 4 debe concedérsele el ingreso, y pasará unos pocos días en la hospedería.5 Luego se le llevará al lugar de los novicios, donde han de estudiar, comer y dormir. 6 Se les asignará un anciano apto para ganar las almas, que velará por ellos con la máxima atención. 7 Se observará cuidadosamente si de veras busca a Dios, si pone todo su celo en la obra de Dios, en la obediencia y en las humillaciones. 8 Díganle de antemano todas las cosas duras y ásperas  debe leer esta regla íntegramente 10 y decirle: «Esta es la ley bajo la cual pretendes servir; si eres capaz de observarla, entra; pero, si no, márchate libremente». 11 Si todavía se mantiene firme, llévenle al noviciado y sigan probando hasta dónde llega su paciencia.7 12 Al cabo de seis meses léanle otra vez la regla, para que se entere bien a qué entra en el monasterio. 13 Si aún se mantiene firme, pasados otros cuatro meses, vuélvase a leerle de nuevo la regla. 14 Y si, después de haberlo deliberado consigo mismo, promete cumplirlo todo y observar cuanto se le mande, sea entonces admitido en el seno de la comunidad; 15 pero sepa que, conforme lo establece la regla, a partir de ese día ya no le es licito salir del monasterio, 16 ni liberarse del yugo de una regla que, después de tan prolongada deliberación, pudo rehusar o aceptar. 17 El que va a ser admitido, prometa delante de todos en el oratorio perseverancia, conversión de costumbres y obediencia 18 ante Dios y sus santos, para que, si alguna vez cambiara de conducta, sepa que ha de ser juzgado por Aquel de quien se burla. 19 De esta promesa redactará un documento en nombre de los santos cuyas reliquias se encuentran allí y del abad que está presente. 20 Este documento lo escribirá de su mano, y, si no sabe escribir, pedirá a otro que lo haga por él, trazando el novicio una señal, y la depositará con sus propias manos sobre el altar. 21 Una vez depositado, el mismo novicio entonará a continuación este verso: «Recíbeme, Señor, según tu palabra, y viviré; no permitas que vea frustrada mi esperanza». 22 Este verso lo repetirá tres veces toda la comunidad, añadiendo Gloria Patri. 23 Póstrese entonces el hermano a los pies de cada uno para que oren por él; y ya desde ese día debe ser considerado como miembro de la comunidad. 24 Si posee bienes, antes ha debido distribuirlos a los pobres o, haciendo una donación en la debida forma, cederlos al monasterio, sin reservarse nada para sí mismo. 25 Porque sabe muy bien que, a partir de ese momento, no ha de tener potestad alguna ni siquiera sobre su propio cuerpo.26 Inmediatamente después le despojarán en el oratorio de las propias prendas que vestía y le pondrán las del monasterio. 27 La ropa que le quitaron se guardará en la ropería, 28 para que, si algún día por sugestión del demonio con113 sintiere en salir del monasterio, Dios no lo permita, entonces, despojado de las ropas del monasterio, sea despedido. 29 Pero no le entreguen el documento que el abad tomó de encima del altar, porque debe conservarse en el monasterio.

Toda vocación es una llamada, no tanto el inicio de una relación con Cristo, como la consolidación de esta relación.

El “venid y veréis” de Cristo (Mt 4,19-22; Jn 1,43) es una invitación a compartir el camino cuyo horizonte es Cristo y la vida en plenitud, la vida ganada por Él para nosotros en su victoria sobre la muerte.

Dios tiene siempre la iniciativa en una vocación, que es una llamada a vivir la felicidad de un encuentro con el Señor. Por ello la vocación tiene algo de irracional como es una relación amorosa.

Cuando se pregunta a un joven porque ama a una muchacha concreta seguramente no tendrá otra respuesta que decir “que le agrada”, igual que un monje a la pregunta de “por qué monje” sería decir que esta vida le agrada, le gusta buscar a Dios. Si en un proceso vocacional partimos de las limitaciones de la razón no dejamos espacios al amor o a la acción de Dios. Dejarse llevar por este amor, hoy no es fácil, pues seguir la llamada de Cristo es dejarse llevar por su amor, confiar en él.

Toda vocación debe ser una relación abierta y generosa con Dios o no tiene futuro. Podrá llegar a vivir en un monasterio pero no será una vida monástica, sino una vida vacía, sin sentido, ya que se deja aparcado el punto esencial de esta vida: la búsqueda de Dios.

Para vivir una vida monástica hay un punto de partida que es la llamada individual a cada uno. Dios siempre es el primero en amarnos y es fuente de todo amor. Es fundamental que una comunidad tenga el conocimiento cierto de esta llamada de Dios y de la correspondencia a esta amor de Dios, lo cual no viene a ser fácil, dado el individualismo dominante en la sociedad, que lleva con frecuencia a buscar un lugar de realización que no tiene mucha relación con la búsqueda de Dios.

Escribe Luis Bouyer: “¿Cuál es el sentido de la vida monástica? Esta pregunta es primordial. Uno elige el monaquismo como un camino. Comprometerse sin saber hacia donde conduce sería perderse en un laberinto ¿A qué has venido? Si esta pregunta no se plantea en todo momento con un espíritu de monje, o si éste no es capaz de darle siempre una respuesta que nazca de un alma sincera, su esfuerzo será en vano. Según la palabra del Apóstol sería combatir dando golpes al aire” (El sentido de la vida monástica, p.23)

Toda vocación es una llamada a ser vivida en comunidad, la vocación sacerdotal en una iglesia particular o diocesana; la matrimonial en una familia; la religiosa, en una comunidad religiosa. Este punto comunitario es esencial en la vida monástica.

La segunda particularidad es buscar a Dios en la comunidad y no a pesar o al margen de la comunidad, por lo que se ha de tener claro que no hay que buscar la vida en el monasterio por afinidad personal con un miembro de la comunidad, o el abad, o por el lugar… sino principal y fundamentalmente por buscar a Dios y buscarlo con otros que también lo están buscando.

San Benito considera dos elementos fundamentales para un discernimiento. En primer lugar, un cierto número de cualidades espirituales: capacidad de obediencia, de soportar humillaciones, superar dificultades… En segundo lugar, el marco temporal donde desarrollar esta vocación.

Nuestra sociedad padece la enfermedad de la prisa; pero la vida monástica es una carrera de fondo, en donde es preciso medir las fuerzas, no sea que en breve se nos agoten las fuerzas para el resto del camino. No hace a uno “ser monje” el desearlo, la mera voluntad, tampoco el hábito, o la profesión… Más bien el monje se va “haciendo” paulatinamente, dejándose “modelar” por Cristo, con el resto de la comunidad, con la que inicia el tiempo o el camino de conversión.

Quemar etapas es peligroso, pues puede convertir en “cenizas” una supuesta vocación, y así quedar descalificados a mitad o al inicio de la carrera, lo cual sería un reflejo de esta sociedad que quiere las cosas al momento. Más bien, se impone gozar paso a paso del progreso de nuestra vida en la experiencia de Dios, un ir descubriendo con más nitidez el rostro de Cristo que llama, lo cual viene a ser una verdadera delicia espiritual.

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