domingo, 26 de marzo de 2023

CAPÍTULO 2,1-10 CÓMO DEBE SER EL ABAD

 

CAPÍTULO 2,1-10

CÓMO DEBE SER EL ABAD

 

El abad que es digno de regir un monasterio debe acordarse siempre del título que se le da y cumplir con sus propias obras su nombre de superior. 2Porque, en efecto, la fe nos dice que hace las veces de Cristo en el monasterio, ya que es designado con su sobrenombre, 3según lo que dice el Apóstol: «Habéis recibido el espíritu de adopción filial que nos permite gritar: Abba! ¡Padre!» 4Por tanto, el abad no ha de enseñar, establecer o mandar cosa alguna que se desvíe de los preceptos del Señor, 5sino que tanto sus mandatos como su doctrina deben penetrar en los corazones como si fuera una levadura de la justicia divina, 6Siempre tendrá presente el abad que su magisterio y la obediencia de sus discípulos, ambas cosas a la vez, serán objeto de examen en el tremendo juicio de Dios. 7Y sepa el abad que el pastor será plenamente responsable de todas las deficiencias que el padre de familia encuentre en sus ovejas. 8Pero, a su vez, puede tener igualmente por cierto que, si ha agotado todo su celo de pastor con su rebaño inquieto y desobediente y ha aplicado toda suerte de remedios para sus enfermedades, 9en ese juicio de Dios será absuelto como pastor, porque podrá decirle al Señor como el profeta: «No me he guardado tu justicia en mi corazón, he manifestado tu verdad y tu salvación. Pero ellos, despreciándome, me desecharon». 10Y entonces las ovejas rebeldes a sus cuidados verán por fin cómo triunfa la muerte sobre ellas como castigo.

 

Uno de los comentarios clásicos de la Regla fue el del abad de Solesmes Dom Pau Delatte. Hace unos días que nos visitó un grupo de sacerdotes de la Diócesis de Barcelona, todos ellos residentes en la casa san José, Oriol, ya jubilados de sus servicios pastorales. Entre ellos había el sacerdote Fernando Xuclá de 98 años, que fue monje de Poblet entre 1948 y 1954 con el nombre de Gerardo. Lo cito porque tuvo la atención de regalarme un ejemplar del comentario de la Regla de Pau Delatte, impreso el año 1913, hace ya 110 años. Eran tiempos en que Dom Gueranger representaba para muchos el verdadero espíritu monástico, como escribe el mismo Dom Pau en la introducción de su comentario a la Regla. 

Es curioso leer lo que dice Dom Paul sobre la figura del abad, y como se contemplaba a inicios el siglo XX. Para Dom Paul la autoridad abacial emana de Dios, no de la comunidad, aun cuando la comunidad designe a la persona a quien estará sujeta. Viene de Dios de dos maneras: como autoridad y como autoridad espiritual. Para Dom Pau cuando hablamos de la figura del abad estamos más bien en un terreno sobrenatural, donde, por tanto, no se puede hablar más que de orden sobrenatural y de gracia de Dios. El poder del abad era para él divino, absoluto, y cuyos límites solo los podía establecer Dios mismo. Los monjes eran invitados a obedecer.

Ciento cinco años después Aquinata Bockmann en su comentario a la Regla nos habla de cuidarnos de los abades excesivamente carismáticos y venerables, con una fuerte personalidad. Lo cual aparece distante de la concepción de poder como poder divino.

¿Qué ha sucedido para este cambio tan radical?  Pues que las ideas sociales no son las mismas; lo que era normal hace un siglo, deja de serlo hoy día, lo cual afecta también a la Iglesia y a la vida monástica. La idea de fondo del Concilio Vaticano II era actualizar la vida de la Iglesia.

Tendríamos que partir de la responsabilidad personal de todos y cada uno de los monjes. El monje es alguien que busca a Dios, no hace la propia voluntad personal. Hay cosas que no han cambiado tanto o no han cambiado nada. Todo lo que san Benito pide al abad o a los monjes, difícilmente puede cumplirlo una persona humana si no es con la ayuda de Dios, que es quien nos puede ayudar a acercarnos a lo que san Benito pide al abad. Un ministerio que debe ser, sobre todo, servicio.

El Papa Francisco insiste mucho en el tema del servicio:

Ante todo, ir con cuidado con los hipócritas, es decir estar atentos a no apoyar la vida en el culto de la apariencia, de lo exterior, del cuidado de la propia imagen. Y sobre todo, estar atentos a no doblegarla a nuestros propios intereses… No aprovecharse de si mismo pasar por encima de los otros, y estar atento a no caer en la vanidad, para no obsesionarnos con las apariencias y vivir en la superficialidad. Preguntarnos: ¿nos ayudará lo que decimos, hacemos, deseamos ser mejores y ser servidores de Dios y al prójimo, especialmente a los más débiles? Estemos alerta ante las falsedades del corazón, la hipocresía, que es una enfermedad peligrosa del alma.” (Angelus 7, Noviembre 2021)

La autoreferencia siempre es un peligro para nuestra vida. El Papa Francisco advierte sobre la radicalidad del Evangelio, del servicio, de olvidarse de sí mismo ante el peligro de la comodidad y falta de honestidad, de pasear como los fariseos para darse a conocer. Dos imágenes de sacerdotes, de religiosos, macadas por la diferencia entre servir a los demás o servirse de ellos (Cfr. Homilía 6 Noviembre 2015)

Uno de los textos más bellos de nuestros padres cistercienses es La Oración Pastoral de san Elredo. La fina sensibilidad y profunda humanidad del autor del “Espejo de caridad o Amistad espiritual”, nos presenta lo que el abad, y todo monje debería pedir al Señor, consciente de sus debilidades. En este texto reconoce que solo Jesús es el Buen Pastor, y que los demás son pastores que también se angustia por sí mismo y por el rebaño confiado, y buscan la bondad. Por ello necesitan de la misericordia del Señor y no desesperar de ella. Luego, confía su miseria al Señor: ¿Por qué, entonces, oh fuente de misericordia, siendo ellos tan queridos por ti, has querido ponerlos a mi custodia, que soy tan despreciable en tu presencia?

Y continua san Elredo orando: “Esto te pido, oh fuente de piedad, confiando en tu misericordia omnipotente: que con el poder de tu Nombre suavísimo y por el misterio de tu santa humanidad perdones mis pecados, sanes mi alma, y recordando tu bondad y olvidando mi ingratitud”. Para pedir después como Salomón la sabiduría: “Uno de los antiguos te pidió que le concedieses la sabiduría para saber gobernar a tu pueblo. Era un rey, y su petición te agradó y escuchaste su voz, nos obstante que tú no habías muerto en la cruz, ni habías mostrado al pueblo tu admirable caridad”. Y acaba pidiendo al Espíritu santo: “Enséñame, Señor, a mí, tu servidor, enséñame como consagrarme a ellos y como entregarme a su servicio. Concédeme, Señor, por tu gracia inefable, soportar con paciencia sus debilidades, compartirlas con bondad y ayudarles con discernimiento”.

Con el tiempo pueden cambiar las formas, maneras de ser, pero lo que no cambia son dos cosas: reconocerse pecador y limitado e implorar la ayuda del Señor en nuestro servicio a los demás, de manera que, como concluye san Elredo su Oración, perseveremos en nuestro santo propósito y alcancemos la vida eterna.

Los comentarios a la Regla podrán ser diversos, con influencias de las corrientes de pensamiento de la época, pero lo que no va a cambiar es la necesidad de todos, abad o monjes, de abrirse a la ayuda de Dios, lo cual no limita la libertad, sino al contrario nos hace ser más conscientes de nuestras debilidades para participar de la libertad de los hijos de Dios, Como escribe el Apóstol: “Cuando soy débil es cuando soy realmente fuerte. (2Cor 12,10).

No hay comentarios:

Publicar un comentario