domingo, 7 de mayo de 2023

CAPÍTULO 29, SI DEBEN SER READMITIDOS LOS HERMANOS QUE SE VAN DEL MONASTERIO

 Capítulo 29

SI DEBEN SER READMITIDOS LOS HERMANOS

QUE SE VAN DEL MONASTERIO

Si un hermano que por su culpa ha salido del monasterio quiere volver otra vez, antes debe prometer la total enmienda de aquello que motivó su salida, 2y con esta condición será recibido en el último lugar, ra probar así su humildad. 3Y, si de nuevo volviere a salir, se le recibirá hasta tres veces; pero sepa que en lo sucesivo se le denegará toda posibilidad de retorno al monasterio.

“Pedro preguntó al Señor. ¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga, siete veces?  Jesús le respondió: “No te digo siete veces, sino setenta veces siete” (Mt 18,21-22)

Errar, equivocarse, es humano, nacemos pecadores. Jesús aporta una concepción nueva con respecto al pecado; es comprensivo y misericordioso, come y habla con los pecadores, perdona… y todo esto indigna a los fariseos y maestro de la Ley, pues contemplan en Jesús lo que está reservado a Dios, y no reconocen su divinidad, ni su mesianismo.

Pedro sabe que Él es el Mesías, el Hijo de Dios vivo (cf Mt 16,16), y por esto le pregunta cuantas veces debe perdonar. Jesús le sorprende con la respuesta.

San Juan Pablo II escribía el año 1984 en su encíclica Reconciliatio et Paenitentia: “La reconciliación no puede ser menos profunda de lo que es la división. La nostalgia de la reconciliación misma será plena y eficaz en la medida en que llegue, sanándola, a la rotura primitiva, raíz de todas las demás, origen de todo pecado (RP. 3)

San Benito, a lo largo de la Regla apunta al perdón, a la capacidad de pedir perdón por las propias faltas u otorgarlas a otros. En ocasiones nos cuesta perdonar, y lo hacemos exigiendo una reparación o parcialmente, pero no olvidamos, lo cual hace que lo que parece olvidado con el tiempo, en un momento dado vuelve a salir ese “tema” pasado” y provocar heridas que parecían suradas.

En la vida no lo podemos tener todo, una vida plena de renuncias de todo tipo, y asumirlo debería formar parte de nuestro aprendizaje de monjes, de creyentes o de personas humanas. Pero a menudo más bien nos provoca frustración, al no tener una capacidad mayor de renuncia en favor de otros.

¡Cuantas veces una frustración en la infancia o en la juventud percibida como una injusticia no llega a romper una familia! ¡Cuántas veces algo no alcanzado por dos o tres miembros de una comunidad acaba por provocar tensiones!

La renuncia, aun formando parte de nuestra vida, vivida a veces con dolor, nos rompe por dentro, y arraiga en el interior y entrando en erupción como un volcán, en algún momento puede arrastr4ar todo lo que encuentra a su paso.

También en las comunidades se da este fenómeno humano, pues están formadas por hombres o mujeres con su condición humana, y pueden no asumir estas debilidades, físicas o morales que contribuyen a engendrar un clima difícil en la convivencia.

Hoy san Benito nos habla de las culpas propias que pueden provocar la salida de un monasterio. Algo de lo que nos habla también en el código penal de la Regla; situaciones que se llegan a hacer crónicas que comportan un abandono, más frecuente que una expulsión.

En nuestra comunidad, a lo largo de los años desde la restauración en 1940 ha habido muchas salidas por causas diversas y con procedimientos y consecuencias diferentes, pero, sin duda, todas provocando dolor a unos u a otros.

San Benito nos pone en primer plano aquel tipo de hermano que sale del monasterio por culpa propia. Es el primer paso. Pero no lo es también que debemos considerar el sacramento de la reconciliación. Nos lo recuerda san Juan Pablo II:

“Reconocer el propio pecado es más yendo al fondo en la consideración de la propia personalidad, reconocerse pecador, capaz de pecar e inclinado al pecado es el principio indispensable para volver a Dios” (RP, 13)

Y san Agustín: “Si te confiesas pecador, la verdad está en ti, y la verdad es luz” (Trat sobre 1Jn)

Solo reconociendo la propia culpa se puede dar un segundo paso hacia una verdadera reconciliación: prometer una total rectificación o propósito de enmienda. En nuestro caso del monje que pide volver al monasterio, la enmienda de lo que le llevó a salir.

Escribe san Juan Pablo II:

“El acto esencial de la Penitencia por parte del penitente es la contrición, es decir, un rechazo claro y decidido del pecado cometido, juntamente con el propósito de no volver a cometerlo, por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. La contrición entendida así es, pues, el principio y el alma de la conversión, de la “metanoia” Evangélica que retorna el hombre a Dios, como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el sacramento de la Penitencia el signo visible, perfeccionador de la misma atrición. Por eso “de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia” (RP31,3

En la marcha del monasterio suele suceder el no reconocimiento de culpa ni propósito de enmienda. Volver. Reconocer la culpa y hacer propósito de enmienda requiere valentía y son pocos lo que la tienen. El remedio último que propone san Benito para mostrar el arrepentimiento es la humildad, la mejor medicina contra la raíz del pecado.

Escribe Juan Casiano: “la envidia, como un veneno que arroja la serpiente, destruye la religión y la fe hasta las raíces de su vida, antes que la herida se manifiesta al exterior. Y digo que hace mal a la religión y a la fe porque el envidioso no se enfrenta con el hombre sino con Dios. No encontrando nada para reprender al hermano más que la felicidad que vive, censura no la falta de un hombre, sino los juicios de Dios. (Colaciones. El abad Plamón nos acoge al llegar a Dolcos, 17)

Satisfacer con la humildad, pues ·las obras de satisfacción que, incluso conservando un carácter de sencillez y humildad, debía ser más expresiva de lo que significan, quieren decir cosas importantes: son un signo de compromiso personal que el cristiano asume delante de Dios en el sacramento, de comenzar una existencia nueva”. (RP. 31,3

San Benito cree que tres oportunidades son suficientes, tres oportunidades para recuperar la sencillez y la humildad, tres oportunidades para reconciliarse con Dios, arrepentirnos y hacer propósito de enmienda.

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