domingo, 28 de mayo de 2023

CAPÍTULO 48,14-25, EL TRABAJO MANUAL DE CADA DÍA


 CAPÍTULO 48,14-25

EL TRABAJO MANUAL DE CADA DÍA

 

Durante la cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajarán en lo que se les mandare hasta el final de la hora décima. 15 En esos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la Biblia, que leerán   por su orden y enteramente; 16 estos códices se entregarán al principio de la cuaresma. 17 Y es muy necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. 18 Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedía, en vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual no sólo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás. 19 Si a alguien se le encuentra de esta manera, lo que ojalá no suceda, sea reprendido una y dos veces; 20 y, si no se enmienda, será sometido a la corrección que es de regla, para que los demás escarmienten. 21 Ningún hermano trate de nada con otro a horas indebidas. 22 Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. 23 Pero a quien sea tan negligente y perezoso que no quiera o no pueda dedicarse a la meditatio o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté desocupado. 24 A los hermanos enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga desistir. 25 El abad tendrá en cuenta su debilidad.

 

San Benito cree que la vida del monje debería de responder en todo tiempo a una observancia cuaresmal; sin embargo, considera que somos débiles y que este objetivo no es fácil de alcanzar, por lo que dispone que, por lo menos durante la Cuaresma, se siga un horario determinado, aunque éste debería ser el ritmo de nuestra vida a lo largo del año.

¿Quién nos impide de seguir este ritmo?

La pereza, la negligencia, no es una buena consejera, ni una buena compañía a lo largo del camino, pues nos dificulta el paso para el cumplimiento de nuestras obligaciones. Pero hablar de la lectura, la plegaria o el trabajo, como una obligación capaz de engendrar pereza, es, en cierta monera, pervertir el concepto, Venimos al monasterio llamados por Dios, estamos ciertos de haber sido llamados por Dios, y a esta llamada no hemos respondido sino con alegría; por lo tanto, cuando surge la tentación de la pereza o de la negligencia, alguna cosa ha fallado en nuestro mismo proceso vocacional, tenemos la vocación enferma.

Necesitamos revisar si dedicamos el tiempo oportuno a la escucha de la Palabra, a dejarnos “coger” por el Espíritu, o si le cerramos nuestros oídos, en un creer inconsciente de que no tenemos una estricta necesidad. Esta pereza espiritual, junto con una cierta autosuficiencia, puede perjudicar nuestra vocación y nuestra vida de creyentes. Aunque para san Benito todavía es más negativo ser un obstáculo para los demás, siendo piedra de tropiezo. Podemos servirnos de los demás para justificar nuestros deseos personales, olvidando nuestra necesidad de la humildad en el camino monástico.

La humildad, para san Benito, se manifiesta en la atención, la obediencia y el servicio, tres elementos claves de la vida comunitaria, pues toda la vida monástica es una escuela de servicio, en la que no podemos disponer de nosotros mismos. Somos, debemos ser, servidores de Jesucristo en los hermanos, y teniéndole siempre como modelo. Lo cual no significa olvidarse de la debilidad, como un pretexto para escapar de nuestras obligaciones.

San Agustín escribe: “Débil es aquel de quien se teme pueda sucumbir cuando acecha la tentación; enfermo, en cambio, es quien se halla dominado por alguna pasión, y se impedido de acercarse a Dios y de aceptar el yugo de Cristo” (Sermón sobre los pastores) También la misma Regla dice: “No queremos decir que se haga acepción de personas, Dios no lo quiera, sino que se tenga consideración con los débiles” (RB 34,2)

La obediencia a los preceptos de la Regla es la piedra de toque de la humildad, o, en expresión de san Jerónimo, “la forma privilegiada de la humildad”. Ciertamente, su enemigo es el orgullo, pero la obediencia que nos propone san Benito es liberadora (Cf. El servicio de la autoridad y la obediencia, 5) Es una obediencia que nace de una libertad interior, una obediencia que implica la libre disponibilidad para todo cumplimiento. La obediencia a Dios es un camino de crecimiento, y, en consecuencia, de libertad de la persona, porque permite acoger un proyecto o una voluntad diferente a la propia, que no solo no mortifica o disminuye nuestra personalidad, sino que más bien fomenta la dignidad humana. Al mismo tiempo, el creyente se realiza libremente obedeciendo como hijo al Padre. El modelo es Cristo, aquel que en su Pasión llega a entregarse a sí mismo, pues estaba seguro que así cumplía la voluntad del Padre. Como recuerda san Bernardo: “lo que va agradar no fue la muerte, sino la voluntad de quien moría libremente” (Errores de Pedro Abelardo, 8,21)

Cumplir nuestras obligaciones no debe ser una excepción; vivir siempre respondiendo a una observancia cuaresmal, debería ser nuestra norma de conducta habitual, porque a menudo nos invade la tentación de pensar si he hecho tal o tal cosa, si tengo merecido no hacer esto o lo otro… Pero no debemos olvidar que venimos a una vida de servicio, siendo nuestro modelo Cristo, y no otros modelos de la sociedad. Vivir para Dios se hace realidad en las pequeñas cosas de la vida. En palabras del Papa Francisco es preciso ser santo cumpliendo con honradez y competencia nuestros deberes, luchando por el bien común y renunciando a nuestros intereses personales.

Ante la tentación de que la santidad está reservada solo para quienes la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, más bien debemos considerar que nos santificamos haciendo lo que tenemos que hacer, y cuando debemos hacerlo. La santidad, ciertamente, nos viene de Dios, nosotros ayudamos viviendo nuestra vocación con amor y ofreciendo nuestro testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día, y huyendo de toda pereza y negligencia,

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