domingo, 4 de junio de 2023

CAPÍTULO 55, LA ROPA Y EL CALZADO DE LOS HERMANOS

 

CAPÍTULO 55

LA ROPA Y EL CALZADO DE LOS HERMANOS

 

Ha de darse a los hermanos la ropa que corresponda a las condiciones y al clima del  lugar en que viven, 2 pues en las regiones frías se necesita más que en las templadas. 3 Y es el abad quien ha de tenerlo presente.4 Nosotros creemos que en los lugares templados les basta a los monjes con una cogulla y una túnica para cada uno – 5 la cogulla lanosa en invierno, y delgada o gastada en verano -, un escapulario para el trabajo, escarpines y zapatos para calzarse.6 No hagan problema los monjes del color o de la tosquedad de ninguna prenda, porque se adaptarán a lo que se encuentre en la región donde viven o a lo que pueda comprarse más barato. 8 Pero el abad hará que lleven su ropa a la medida, que no sean cortas sus vestimentas, sino ajustadas a quienes las usan. 9 Cuando reciban ropa nueva devolverán siempre la vieja, para guardarla en la ropería y destinarla luego a los pobres. 10 Cada monje puede arreglarse, efectivamente, con dos túnica y dos cogullas, para que pueda cambiarse por la noche y para poder lavarlas. 11 Más de lo indicado sería superfluo y ha de suprimirse. 12 Hágase lo mismo con los escarpines y con todo lo usado cuando reciban algo nuevo. 13 Los que van a salir de viaje recibirán calzones en la ropería y los devolverán, una vez lavados, cuando regresen. 14 Tengan allí cogullas y túnicas un poco mejores que las que se usan de ordinario para entregarlas a los que van de viaje y devuélvanse al regreso. 15 Para las camas baste con una estera, una cubierta, una manta y una almohada. 16 Pero los lechos deben ser inspeccionados con frecuencia  por el abad, no sea que se esconda en ellos alguna cosa como propia. 17 Y, si se encuentra a alguien algo que no haya recibido del abad, será sometido a gravísimo castigo.18 Por eso, para extirpar de raíz este vicio de la propiedad, dará a cada monje lo que necesite; 19 o sea, cogulla, túnica, escarpines, calzado, ceñidor, cuchillo, estilete, aguja, pañuelo y tablillas; y así se elimina cualquier pretexto de necesidad. 20 Sin embargo, tenga siempre muy presente el abad aquella frase de los Hechos de los Apóstoles: «Se distribuía según lo que necesitaba cada uno».  21 Por tanto, considere también el abad la complexión más débil de los necesitados, pero no la mala voluntad de los envidiosos. 22 Y en todas sus disposiciones piense en la retribución de Dios.

 

Escribe Ansel Grün que la espiritualidad de la Regla toca de pies a tierra, como la espiritualidad de los PP. del Desierto que inspira a san Benito.

En la espiritualidad benedictina desarrolla un papel importante el control de la realidad, es decir que debe mostrar si es espiritualidad verdadera, si se ajusta al espíritu de Cristo o se contenta con meras consideraciones piadosas. (Ejercicios benedictinos).

Sin duda, es un tema concreto donde se muestra si la espiritualidad de la Regla la vivimos de corazón o de apariencia es este de “poseer”, que hace referencia a lo que san Benito llama un vicio que es necesario extirpar de raíz.,

Tenemos la tendencia natural a poseer determinadas cosas como propias y esto enrarece a veces nuestras relaciones. San Benito es consciente de nuestra débil naturaleza y nos da unos consejos para ayudarnos en el desprendimiento de les coses materiales.

San Benito trata también en el capítulo 32 como debemos tratar las herramientas, vestidos, u otros objetos, y señala como deben ser los responsables a quienes se les encomiendan estos objetos: capaces de recogerlos, cuidarlos… En realidad, todos debemos de seguir el consejo que san Benito da al mayordomo de “cuidar todos los bienes del monasterio como si fueran vasos sagrados del altar” (RB 31,10)

Había una vieja costumbre en los monasterios que era considerar las cosas ad usum, es decir, que las utilizamos, pero no son nuestras sino de toda la comunidad. Esto nos lo presenta san Benito cuando nos habla de los semaneros de la cocina y habla de retornar al mayordomo las herramientas limpias y en buen estado. (cf. RB 25,10), o en este capítulo, cuando establece que quienes van de viaje tomen ropa del vestuario y la devuelvan limpia al volver. ¿Qué nos impide de mirar los vestidos u otros objetos como vasos sagrados? ¿qué nos mueve a desear cosas que tienen los demás?  Será la inclinación de la naturaleza humana hacia el pecado, la insubordinación de los deseos a la razón, pues mientras la razón está cerca de Dios, la razón se opone a esos deseos que alejan de Dios.

Es la concupiscencia que nos inclina a preferir lo placentero y a evadirnos de lo más exigente y doloroso. San Juan Pablo II ha comentado largamente este tema en sus catequesis de los miércoles en el Vaticano, que viene a ser origen de todos los pecados, juntamente con la avaricia, contra las cuales no hay otro remedio que el de la generosidad. Esta generosidad la plantea san Benito aconsejando no hacer problema con la calidad o color del vestido, sino contentarse con lo que se puede adquirir a mejor precio.

Con respecto al tema del vestido escribe Joan Chittister: ”Los argumentos para vivir una “presencia encarnada en la sociedad, para estar inmersos en la vida hacían surgir problemas que nada tienen que ver con la teología. Hermanas que habían estado en comunidad durante años que no se habían arreglado el cabello durante décadas, ni habían elegido unos calcetines desde los 15 años, tuvieron que elegir vestidos que cayeran bien. Las que tenían familia que les ayudaban eran las más afortunadas. Otras se encontraban perdidas, incomodas, y despojadas de toda dignidad. Quedaban solas, confundidas por la nueva teología que sugería abandonar la ropa utilizada durante siglos”. (Tal como éramos, p.172)

El Decreto Perfectae Caritatis, sobre la renovación de la vida religiosa decía: “El hábito religioso, como signo de la consagración que es, sea sencillo y modesto, pobre y al mismo tiempo decente, que se adapte a las exigencias de la salud y a las circunstancias del tiempo y lugar, y se acomode a las necesidades del ministerio. El hábito tanto de hombres como de mujeres que no se ajuste a estas normas debe modificarse· (PC, 17)

Al margen de la anécdota, viene la reflexión sobre algo importante que es la posibilidad de recurrir, algunos a la familia o a las amistades, para obtener lo que no pueden obtener en comunidad, sea ropa, herramientas, una manta… Esto viene a crear una división, una fractura social que no es bueno potenciar. Ciertamente, por la vida que uno ha llevado antes de entrar en el monasterio, hay quien tuvo de todo, y otros que vivieron con estrecheces.

En este punto, además de luchar contra nuestra concupiscencia, se trata de aplicar lo que nos dice san Benito, es decir, dar a cada uno según sus necesidades, y él mismo recalca que la necesidad viene de los débiles y la mala voluntad de poseer de los envidiosos. Y es que san Benito nos habla también de otro pecado capital relacionada con la avaricia, que es la envidia contra la que no hay un remedio sino es la virtud de la caridad.

La envidia mueve gran parte de nuestra sociedad; elementos que pueden ser buenos, como la publicidad, también engendran envidias, a no ser que no nos dejamos arrastrar por todo ello. Conocer, en ocasiones, nos crea, en general, una necesidad. Y si en tiempos de san Benito eso se limitaba a crear la mala voluntad de los envidiosos dentro de la comunidad, ahora con la facilidad de los medios de comunicación, podemos caer en la espiral del consumismo, o acudir a puertas donde no deberíamos llamar para pedir.

San Benito nos dice, en el capítulo precedente, que no debemos aceptar o dar nada sin el permiso del superior, incluso si viene de los familiares. Para evitar caer en esta tentación es necesario que el administrador dé lo que sea necesario y no ponga el acento en aquel dicho castellano: “ante el vicio de pedir, esta la virtud de no dar”. Pedir lo necesario no es vicio, negar lo que procede no es virtud. Pero conviene tener presente lo que dice san Benito en el capítulo 34: “que el que no necesita tanto dé gracias a Dios y no se ponga triste; y, en cambio, el que necesita más que sienta la humillación de su debilidad y no enorgullezca por la comprensión que le tiene, y así todos los miembros vivirán en paz; sobre todo que no se manifieste el mal de la murmuración. (34,3-6)

De esta manera seguramente practicaremos esta espiritualidad positiva sobre la que reflexionaba Alselmo Grün: evitar lo que es superfluo que hay que suprimir y a la vez tener todo lo necesario.

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