CAPÍTULO 15
EN
QUÉ TIEMPOS SE DIRÁ ALELUYA
Desde la santa
Pascua hasta Pentecostés se dirá el aleluya sin interrupción tanto en los
salmos como en los responsorios. 2Pero desde Pentecostés hasta el principio de
la cuaresma solamente se dirá todas las noches con los seis últimos salmos del
oficio nocturno. 3Mas los domingos, menos en cuaresma, han de decirse con
aleluya los cánticos, laudes, prima, tercia, sexta y nona; las vísperas, en
cambio, con antífona. 4Los responsorios nunca se dirán con aleluya, a no ser
desde Pascua hasta Pentecostés.
En este breve
capítulo, san Benito dice en qué momento del Año litúrgico se ha de decir
Aleluya. El texto no dice nada sobre el significado del Aleluya, pero se puede
deducir que se canta en ciertas épocas del Año litúrgico y en otras, no. Para
san Benito el Aleluya se canta en el Oficio durante el tiempo de Pascua, así
como durante los domingos fuera del tiempo pascual, pero nunca durante la
Cuaresma. Pues, básicamente, es un canto de alegría que va unido a la conmemoración
litúrgica de la Resurrección.
Hoy,
utilizamos el canto del Aleluya muy intensamente durante todo el tiempo de
Pascua, y de manera más sobria los domingos del resto del año. También se puede
utilizar cada día, excepto durante la Cuaresma, para introducción del
Evangelio, lo cual ayuda a disponer más la atención a su proclamación.
Vale la pena
recordar que se trata de una palabra hebrea, que nos conecta con la liturgia
del pueblo hebreo del Antiguo Testamento, y asimismo con la liturgia judía actual.
Como también podemos contemplar la palabra Amén, que es una palabra hebrea que
las traducciones de la Biblia griega y latina mantienen en su misma forma
hebrea, y se ha mantenido en la traducción de las lenguas vernáculas.
La palabra
Aleluya, esencialmente, la hallamos en los Salmos, en el llamado “pequeño
Hallel” (113-118), para ser cantado en la grandes fiestas, especialmente en
la Pascua, en Pentecostés y Tabernáculos.
Jesús, probablemente cantó algunos de estos salmos en la Última Cena. La
liturgia cristiana adoptó desde los primeros siglos este elemento de la
liturgia judía.
San Agustín nos
habla repetidamente en sus escritos, y dice que es “un canto de alegría y alabanza para todos los cristianos”. También
dice que este canto nos une a la liturgia celestial. Una explicación, la de san
Agustín, que es repetida por otros escritores cristianos de los siglos
siguientes.
La lectura de
este capítulo con toda su sobriedad, es una ocasión para llamarnos más la
atención sobre esta palabra. Mucha más en este tiempo de Pascua; y no hay duda
que nos ayuda a percibir y mantener la alegría propia de este tiempo. El canto
frecuente de este grito de alegría en nuestra liturgia nos recuerda que en
nuestra vida cristiana y en nuestra vida monástica vivimos la alegría de Cristo
resucitado. Es una invitación a la alabanza y literalmente significa “alabad a
Dios”.
San Benito
tiene una especial preocupación por los monjes, para que vivan en esta actitud
de alabanza, ya que en su época había diversas posturas sobre la utilización
del Aleluya, llegando algunos a defender que solamente debía cantarse en día de
Pascua.
La vida del
monje ha de ser una continúa alabanza según la Regla. La alabanza debe
expresarse y vivirse. Debemos decir aleluya con gozo y con atención, expresando
en nuestra vida una plenitud de gozo. Es
preciso vivirla, ya que aunque la podemos decir con la boca, sin embargo en
nuestra manera de ser y de afrontar la vida debemos mostrar este espíritu del
aleluya. La experiencia, la confianza, la experiencia del perdón, la acogida y
la misericordia de Dios es la que nos va transformando, una transformación que
se manifiesta a la comprensión de todos.
Es preciso
destacar también que el aleluya lo manda cantar san Benito diariamente en un
determinado momento. Se canta a la noche, con todo el simbolismo que tiene en
la propia vida, en la oscuridad y las sombras personales. Por ello se trata de
un canto de fe y de esperanza. Un canto para confiar durante la noche en el
esplendor del nuevo día que va a llegar. Cantándolo al final de los Maitines,
al final del segundo nocturno, expresamos que nuestra esperanza no se verá
defraudada, que seremos escuchados, que la luz no tardará en iluminar nuestra
noche. Cantar el aleluya confiados en la misma noche, símbolo del sepulcro,
como quien confía que la nueva luz del día nos traerá el recuerdo de la
Resurrección.
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