CAPÍTULO
9
CUÁNTOS
SALMOS HAN DE DECIRSE EN LAS HORAS NOCTURNAS
En el
mencionado tiempo de invierno se comenzará diciendo en primer lugar y por tres
veces este verso: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza».
2Al cual se añade el salmo 3 con el gloria. 3Seguidamente, el salmo 94 con su
antífona, o al menos cantado. 4Luego seguirá el himno ambrosiano, y a
continuación seis salmos con antífonas. 5Acabados los salmos y dicho el verso,
el abad da la bendición. Y, sentándose todos en los escaños, leerán los
hermanos, por su turno, tres lecturas del libro que está en el atril, entre las
cuales se cantarán tres responsorios. 6Dos de estos responsorios se cantan sin
gloria, y en el que sigue a la tercera lectura, el que canta dice gloria.
7Todos se levantarán inmediatamente cuando el cantor comienza el gloria, en
señal de honor y reverencia a la Santísima Trinidad. 8En el oficio de las
vigilias se leerán los libros divinamente inspirados, tanto del Antiguo como
del Nuevo Testamento, así como los comentarios que sobre ellos han escrito los
Padres católicos más célebres y reconocidos como ortodoxos. 9Después de estas
tres lecciones con sus responsorios seguirán otros seis salmos, que se han de
cantar con aleluya. 10Y luego viene una lectura del Apóstol, que se dirá de
memoria; el verso, la invocación de la letanía, o sea, el Kyrie eleison,
11y así se terminan las vigilias de la noche.
Cada día nuestra
jornada comienza con el nombre del Señor en nuestros labios. Así empezamos los
Maitines. Poder hacerlo es un don, un regalo de Dios, que nos da un nuevo día
para buscarlo. La Palabra, la salmodia en nuestros labios, debe ser un reflejo
de nuestro estado interior, para que nos ayude a orar con intensidad, poniendo
los cinco sentidos.
Nos dice san Benito
en el capítulo 19:
“Creemos
que Dios está presente en todas partes, y los ojos del Señor miran en todo
lugar los buenos y los malos”; pero esto es verdad sobre todo cuando estamos en
el Oficio divino. Por tanto recordemos siempre lo que dice el profeta: “Servid
al Señor con temor”; y todavía “salmodiad con gusto”; y “en presencia de los
ángeles os cantaré salmos”. Así, pues, consideremos cómo es necesario estar en
la presencia de la divinidad y de sus ángeles, y estemos de tal modo en la
salmodia que “nuestro pensamiento vaya de acuerdo con nuestra voz”.
Para conseguirlo es
importante que aportemos lo mejor de nosotros, evitando las distracciones,
tensiones o cualquier otro estado de ánimo que nos desvíe de lo importante:
orar. Para orar adecuadamente, para vivir nuestra vida monástica, es importante
no tomarse la jornada a la carta, a no ser que algo importante nos lo impida.
Nos dice san Benito
en el Capítulo 43:
“A la hora del Oficio divino, tan pronto sienten la señal, dejando todo
lo que llevan entre manos, acudirán con prontitud, pero con gravedad, para no
dar pie a comentarios. Así, pues, que no se anteponga nada al Oficio divino”. Dejarlo todo, acudir con talante grave, y
bien dispuestos a estar donde tenemos que estar. Cuántas veces sucumbimos a la
tentación de ir al coro, o en el mismo coro de mantener conversaciones
inútiles, que no aportan nada, y que ponemos por delante de un silencio que nos
debe ayudar a la plegaria en esos momentos.
Escuchábamos hace
unos días una lectura de la Colación, donde el cartujo Juan Lanspergio decía: “Nunca llegues tarde al coro y a los actos
conventuales… Cuando ores el Divino Oficio procura no hacer, revisar, tratar,
mirar, fijar la atención en otra cosa que no sea aquello que has de leer…
Procura de no ahorrar tu voz en el coro con el pretexto de estar de mal humor, o por apariencia de celo, o porque te han
corregido, o cuando no se han hecho las cosas como tú pensabas…., pues entonces
actúas contra la caridad no colaborando con la comunidad de la que eres
miembro,,,; procura no caer en esta
especie de venganza interrumpiendo aquello que has de hacer, o haciéndolo de
manera descuidada. Teniendo la costumbre de no restarle nada a Dios, merecerás
ser iluminado por Él, conservarás la paz y te librarás de otras tentaciones.”
Sin embargo todo esto
sirve también para el trabajo, refectorio, recreaciones… No evadirse de la vida
comunitaria, pues cuando uno comienza apartándose de la plegaria, después de
alguna comida, o hace algún aparte en otras cosas, corre el riesgo de apartarse
de la comunidad y de Dios. Estos días hemos visto como un monje tuvo un pequeño
accidente, precisamente yendo a Maitines, y al bajar por la escalera, ya que no
funcionaba el ascensor, y toda su preocupación
era incorporarse lo más pronto posible a la actividad normal de la
comunidad, pues considera que orar en la comunidad, con la comunidad, es como la savia que le alimenta
espiritualmente. Lo cual debe ser algo normal para todos nosotros. La plegaria
es un momento fuerte de nuestro contacto directo con Dios. Nos ayuda la
costumbre de mantener un gran silencio entre Completas y Laudes, en el coro,
yendo y viniendo de la plegaria, en el refectorio. Es buscar un silencio que
nos ayuda a centrarnos en lo que es realmente importante.
Orar con el Oficio
divino da sentido a nuestra vida, la llena, nos centra en Cristo, nos da
fuerzas para toda la jornada. Ciertamente, la vida monástica no es fácil. San
Benito no lo oculta, más bien al contrario; por ello vaciarla de plegaria es
empobrecerla, hacerle perder el sentido, rigor, fortaleza. Y cuando nos
debilitamos interiormente esto afecta también al resto de la comunidad. Uno
pude decir que lo ha hecho en privado, pero nuestra responsabilidad es hacerlo
en comunidad, o haber buscado otros caminos de consagración a Dios. La esencia,
la dificultad y el vigor de nuestra vida es orar en comunidad; buscar a Dios
juntos, no entendiendo ello como una mortificación, sino como una ayuda a
nuestra debilidad; carga y virtud al mismo tiempo. Por ello san Benito pide que
los monjes participen desde el comienzo hasta el final, y prevé sanciones para
los no responsables; no se trata de una
simple medida disciplinar, sino de una exigencia que nace de la doctrina
espiritual de la Regla. Toda la comunidad monástica se ha de reunir delante del
Señor, no por medio de unos miembros que la representen, sino en plenitud; de
aquí el recuerdo que hacemos en Maitines a Completas de los hermanos ausentes,
de lo que diríamos “legítimamente ausentes” por enfermedad o ausencia
justificada.
Nuestra jornada
comienza cada día cuando todavía no ha amanecido; como las mujeres que el
primer día de la semana se dirigían al sepulcro donde había puesto a Cristo
crucificado, y tuvieron la oportunidad de encontrarlo glorioso y resucitado,
pues como dice un proverbio castellano “a quién madruga Dios le ayuda”. Maitines, es, pues un momento para tener un
primer encuentro con Dios y escucharlo, donde cada día su Palabra y el
magisterio de los Padres de la Iglesia se nos hacen presentes, como una especie
de lazo que nos religa a la plegaria llevada a cabo a lo largo de los siglos
por parte de la Iglesia. Pedimos buscar
en verdad a Dios, siendo celosos por el Oficio divino ya desde la primera hora
del día
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