domingo, 30 de abril de 2017

CAPÍTULO 22 CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES



CAPÍTULO 22

CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES

Cada monje tendrá su propio lecho para dormir. 2Según el criterio de su abad, recibirán todo lo necesario para la cama en consonancia con su género de vida. 3En la medida de lo posible, dormirán todos juntos en un mismo lugar; pero si por ser muchos resulta imposible, dormirán en grupos de diez o de veinte, con ancianos que velen solícitos sobre ellos. 4Hasta el amanecer deberá arder continuamente una lámpara en la estancia. 5Duerman vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas, de manera que mientras descansan no tengan consigo los cuchillos, para que no se hieran entre sueños. 6Y también con el fin de que los monjes estén siempre listos para levantarse; así, cuando se dé la señal, se pondrán en pie sin tardanza y de prisa para acudir a la obra de Dios, adelantándose unos a otros, pero con mucha gravedad y modestia. 7Los hermanos más jóvenes no tengan contiguas sus camas, sino entreveradas con las de los mayores. 8Al levantarse para la obra de Dios, se avisarán discretamente unos a otros, para que los somnolientos no puedan excusarse.

San Benito no deja nada al azar; sabe que los monjes han de descansar y son débiles físicamente. El descanso, como toda en nuestra vida, ha de ser austero, equilibrado, suficiente y cómodo. Un lecho para cada uno en la época medieval era un lujo sólo al alcance de las clases más altas; la mayor parte e la gente dormía en tierra sobre la paja y cerca del calor de los animales domésticos.
San Benito nos muestra en este capítulo que necesitamos un mínimo de espacio para nuestra intimidad. Hoy, en lugar del lecho, sería la celda un espacio donde los demás, excepto en caso de fuerza mayor, no  deben entrar, pero que debemos de tener  arreglada con una cierta simplicidad. Un espacio para orar, estudiar y dormir en soledad, pues nuestra vida monástica se compone de momentos de soledad y de momentos de vida comunitaria, con un cierto equilibrio, y en donde un exceso, por uno o por otro lado, es malo.

Incluso en el dormir el monje ha de estar en una actitud de servicio. De aquí que san Benito mande dormir vestido y ceñido, siempre a punto con un estilo de vida suficiente pero austero, para no caer en la tentación de cosas innecesarias.

Vivir solo para Cristo, siempre a punto para hacer su voluntad, incluso en lo más pequeño, dispuestos a prestar un servicio inesperado cuando teníamos otros planes, o dejar lo que estamos haciendo nada más escuchar la campana que llama a la plegaria. Estar siempre a punto, en estado de alerta, libres para servir a Cristo, sin demora, esforzándose por ser el primero en llegar al Oficio, con gravedad y modestia, ayudándose mutuamente para evitar las excusas de los dormilones. 

Es tentación cuando sentimos la campana, u oímos a otros levantarse, dar media vuelta en la cama y seguir dos horas más, diciéndonos que ya habrá otros en  Maitines y mi presencia no es tan especia y necesaria. 

La vida nos exige que estemos pendientes de los detalles.  Seamos conscientes de que en relación con el Oficio divino, san Benito habla de cómo dormir; nos hace responsables a cada uno del Oficio, ya que depende de nosotros, de nuestra prontitud, anticipación, atención u olvido. La primera plegaria, dice Montserrat Viñas, es la punta de lanza que el monje dirige hacia el día que comienza; la plegaria que desafía las tinieblas de la noche con un ritmo firme y tranquilo que apunta hacia la mañana; la abertura en la oscuridad para que entre el nuevo día. Del sueño de la noche pasamos a abrir los labios para alabar a Dios y conversar con Él; partiendo de una conciencia semidormida acabamos por vivir en plenitud la relación con Dios. Debemos vivir con alegría empezar un nuevo día en comunión con Cristo resucitado, el verdadero vencedor de las tinieblas. Pensemos que otros muchos, cuando nosotros vamos a Maitines, tienen que dejar su casa para empezar una jornada agotadora de trabajo, y con desplazamientos en transportes públicos; o gente que trabaja toda la noche en hospitales, fábricas…  Cuando vamos a la iglesia a primera hora no somos los únicos que vamos por el mundo, pero sí que lo podemos hacerlo en comunión con mucha gente que a la misma hora trabaja, padece, o simplemente no puede dormir por las preocupaciones de la vida. Cuando al acabar recordamos a los hermanos ausentes, lo hacemos extensivo a tanta gente que a la misma hora padece la dureza de la vida que la sociedad les provoca sin haberlo elegido.

San Benito sabe bien que la tentación de dormirnos está presente, y la de excusarnos también. Como siempre, revela una gran experiencia y un gran conocimiento de la naturaleza humana y destaca de nuevo la importancia absoluta del Oficio divino, confirmada en diversas ocasiones por la Regla, que quiere dejar claro y fuera de toda duda. Que el cuchillo de la pereza no nos corte la voluntad de levantarnos y ponernos al servicio de Dios con prontitud.  

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