CAPÍTULO 23
LA EXCOMUNIÓN POR LAS FALTAS
Si algún hermano recalcitrante, o desobediente, o soberbio, o
murmurador, infractor en algo de la santa regla y de los preceptos de los
ancianos demostrara con ello una actitud despectiva, 2siguiendo el mandato del
Señor, sea amonestado por sus ancianos por primera y segunda vez. 3Y, si no se
corrigiere, se le reprenderá públicamente. 4Pero, si ni aún así se enmendare,
incurrirá en excomunión, en el caso de que sea capaz de comprender el alcance
de esta pena. 5Pero, si es un obstinado, se le aplicarán castigos corporales.
Del Capítulo 23 al 30 de la Regla, suele llamarse el Código penal.
Es preciso descubrir la realidad de la vida monástica y la enseñanza espiritual
que tienen cada uno de estos capítulos.
Este capítulo, en concreto, nos habla de cuando un hermano es
tozudo, desobediente, arrogante, murmurador u hostil a cualquier punto de la
Regla. Este contexto se ha de entender en el contexto de la práctica
penitencial de la Iglesia primitiva. Pues san Benito vivió algunos siglos antes
de la introducción de la confesión sacramental tal como la conocemos hoy. En
los primeros siglos de la vida de la Iglesia, la penitencia era siempre
pública, y se refería principalmente a las faltas que afectaban seriamente a la
comunión eclesial. Cuando alguno se oponía a esta comunión era objeto de
excomunión, es decir de una separación de la comunidad. En realidad, era una
forma ritual de expresar el hecho de que los cristianos que faltaban en algo,
por su misma actitud se alejaban de la comunidad. Posteriormente eran
restablecidos a la comunión eclesial, cuando demostraban, mediante la
penitencia, la conversión o la voluntad de vivir de nuevo en la plenitud de la
comunión, mostrando de esta manera su arrepentimiento. Esta práctica se había
trasladado pronto a la vida de las comunidades monásticas, que se consideraban
como iglesias locales.
Las
faltas por las cuales uno se hace merecedor de la excomunión, según este
capítulo de la Regla, son aquellas que están en contra de los elementos
esenciales de la vida cenobítica. San Benito define al cenobita como alguien
que ha optado por vivir en comunidad, bajo una Regla y un abad. En
correspondencia, el primer verso de este capítulo, donde san Benito describe
las faltas que requieren corrección, enumera las que van en contra de estos
tres elementos: la comunidad, la regla y el abad o los ancianos.
En
correspondencia, el primer verso de este capítulo, donde san Benito describe
las faltas que requieren corrección, enumera las que van en contra de estos
tres elementos.
Hay una
primera actitud en contra de una vida armoniosa de la comunidad, que es la
actitud obstinada, la desobediencia, arrogancia, murmuración; después está la
negativa a someterse a la Regla común, y, finamente, el desacato a la autoridad
legítima ejercida por los ancianos, que son delegados del abad, o hacia el
mismo abad. Ante estas actitudes, que van contra los valores esenciales de la
vida cenobítica, está claro lo que procede. El texto de la Regla se inspira en
el evangelio de Mateo:
“Si tu hermano te hace una ofensa, ves a
encontrarlo, y hazle ver su falta. Si te escucha habrás ganado un hermano. Si
no te escucha, llama a dos o tres, para que toda cuestión se resuelva por la
declaración de dos o tres testigos. Si tampoco escucha, lo dices a la comunidad
reunida, y si tampoco escucha considéralo un pagano y un publicano. Os aseguro:
todo aquello que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo aquello
que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 18,15-16)
San
Benito prevé una graduación semejante: primero una amonestación secreta, una o
dos veces mediante los ancianos a continuación, una amonestación pública; y si
no se corrige, la excomunión, es decir, la exclusión de los momentos de
comunión, como el Oficio Divino, o el refectorio. Pero puede ser que alguno ni
siquiera entienda lo que supone la excomunión, que es cuando san Benito habla
de utilizar el castigo corporal, que era un elemento integrante de toda
educación en aquella época, como lo seguirá siendo siglos después de él.
Es
necesario entender en todas estas etapas de corrección fraterna, incluida la
última, que la intención no es castigar, sino corregir, es decir, invitar a
alguno a iniciar un camino de conversión. En realidad, es ésta la perspectiva
que se ha tener en cuenta cuando se leen los capítulos siguientes, que serían
más duros de escuchar si los consideramos solamente como un castigo, pero todos
ellos se iluminan si los contemplamos como un conjunto de medios para mantener
o restaurar la comunión fraterna completa, que se ha roto por ciertos actos o
comportamientos particulares.
San
Benito nos ha legado un texto lleno de realismo, incluso previendo situaciones
en las que el abad no puede hacer otra cosa sino orar. Son situaciones en las
que el abad se ha de inclinar humildemente ante el misterio de la libertad
humana, y aceptar lo límites de su propio ministerio. Puede presionar, puede
pedir, incluso puede amenazar y castigar, pero nadie tiene una capacidad plena
sobre la voluntad de otro, ni puede cambiar su conducta, si no hay una
conversión del corazón. Solamente Dios puede tocar el corazón, lo cual hace
necesaria la plegaria. Hoy pondríamos más el acento en la plegaria y
olvidaríamos la parte de castigo. Pero la raíz de la falta no ha cambiado
tanto; a menudo, cando nos amonestan nos cerramos en nosotros mismos, nos
defendemos, o nos negamos, o incluso recurrimos a faltar a la verdad, cuando no
ejercemos lo que consideramos justa “venganza”, u otros recursos humanos.
Necesitamos
seguir fielmente la vida monástica, su horario, compaginar plegaria y trabajo,
alimentarnos de la Palabra de Dios, para no venir a ser contumaces,
desobedientes, orgullosos, murmuradores, o contrarios en alguna cosa a la santa
Regla y menospreciando los mandatos de los ancianos. Es un trabajo diario el
que nos debe ayudar a seguir el ritmo de la vida comunitaria, manteniéndonos en
la escucha de la Palabra de Dios. Como escribe el P. De Vogüé, tenemos a
nuestra disposición seis herramientas: delante de la contumacia, la plegaria;
ante la desobediencia, la lectio; ante el orgullo, el trabajo; ante la
murmuración el servicio a la comunidad;
ante el menosprecio, la ascesis y la clausura que preserva el silencio y la
soledad. De todos estos elementos parte
san Benito para instaurar la observancia de la Regla, y el estilo de vida que
deriva de ella.
Decía el
Papa Francisco a los consagrados que “para
un religioso progresar significa rebajarse en el servicio, es decir hacer el
mismo camino que Jesús, que no consideraba un privilegio ser igual a Dios”.
(Filp 2,6) Rebajarse, haciéndose sirviente para servir. Y este camino adquiere
la forma de regla, sin olvidar que la regla insustituible para todos es siempre
el Evangelio. Pero el Espíritu Santo en su infinita creatividad, lo traduce
también en las diversas reglas de la vida consagrada, que nacen de la séquela
Christi, del seguimiento de Jesús, es decir de este camino en el que uno se
rebaja sirviendo.” (Papa Francisco, 2/2/2015)
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